Jesucristo se ilumina la vida de
nuestros pueblos
ILUMINAR
A. Leemos los signos de los tiempos como discípulos misioneros
Un eje fundamental de la propuesta discipular y misionera es el anuncio de la Vida Nueva en Cristo y la instauración del Reino (Cfr. DA 367) bajo la perspectiva de una “evangelización integral” (DA 176). Dar testimonio y anunciar la Buena Noticia no es una acción que apunte solamente a entregar un mensaje espiritual o religioso, sino que también implica una opción por todas las dimensiones de la vida para que todos la tengan y en abundancia (Cfr. Jn. 10, 10).
El llamado a ser discípulo implica ser convocado para unirse íntimamente con Jesús (Cfr. DA 131). El inicio del discipulado, entonces, está en una persona, Jesucristo, que sale al encuentro de hombres y mujeres para ser conocido, para dar un horizonte íntegro a la vida y para revelar la plenitud del amor divino y humano. Cuando la persona llega a ese encuentro de fe (Cfr. DA 243), “no puede dejar de responder a este amor si no es con un amor semejante: ‘te seguiré donde quiera que vayas (Lc. 9, 57)’” (DA 243).
El proyecto de vida del discípulo se concreta en la praxis del mandamiento nuevo del amor, testimoniado por Jesús quien, siendo Dios “trabajó con manos humanas,reflexionó con inteligencia humana, actuó con voluntad humana y amó con corazón humano (...) siendo verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado” (GS 22). Este es el signo distintivo de cada seguidor y también de la Iglesia, cuyo testimonio de caridad fraterna será el principal y primer anuncio (Cfr. DA 138). Como afirma el Vaticano II, “quien sigue a Cristo, el hombre perfecto, se hace más hombre” (GS 41).
1. Crecer en el seguimiento a Jesús
En 2007, el horizonte de la V Conferencia Episcopal fue claro: impulsar a los cristianos, de cualquier estado o condición, a crecer en el seguimiento a Jesucristo a través de un camino de formación integral que permita el desarrollo de su dimensión misionera. Este impulso encuentra sus motivaciones en la intención de fortalecer la identidad del discípulo en un contexto plural y de “desconcierto generalizado” (Cfr. DA 10), en el cual cada persona cristiana se ve enfrentada cotidianamente a discernir y renovar su opción por Jesucristo (Cfr. DA 14).
El seguimiento, sin embargo, supone también una invitación a la conversión, entendiéndola como un proceso permanente e integral (Cfr. DA 382). Ciertamente existe una primera y fundamental conversión, pero esta deberá ir acompañada de “sucesivas conversiones” que van renovando la vida. No basta llamarse cristiano, conocer la doctrina y cumplir las fundamentales prácticas religiosas o de caridad, si ello no se traduce en el esfuerzo personal por crecer en la fidelidad a la persona de Jesús, a su estilo de vida, a su obra y a su justicia.
En definitiva, el discípulo de Jesucristo se muestra auténticamente como tal cuando asume la misión y el destino del Maestro, comunicando su Vida y poniéndose al servicio de ella en la integralidad de lo que significa.
B. Como discípulos misioneros estamos al servicio de la vidaLa propuesta de Aparecida es guiada por un sentido alegre, esperanzador y “en salida”, donde el anuncio misionero es la simple e inevitable comunicación de la novedad de Jesucristo, dejando la propia comodidad y atreviéndose a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (Cfr. EG 20). En ese sentido, la propuesta misionera de Jesucristo es comunicar “una vida plena para todos” (DA 361) y la misión de quienes lo siguen será entregar con sus palabras y testimonio este don.
La Vida que ofrece Cristo se concreta en una opción preferencial por los pobres, en afrontar el desafío de la miseria, de los excluidos y de la transformación “de las estructuras, sobre todo las que crean injusticias” (DI 4), en un compromiso por el cuidado del matrimonio y de la familia (Cfr. DA 431-475) y por la evangelización de las diversas culturas de nuestros pueblos (Cfr. DA 476-480).
La misión, por tanto, no surge por un afán proselitista o propagandista, sino primera y fundamentalmente por una respuesta al mandato de Jesucristo (Cfr. Mt. 28, 18-20) y porque los discípulos, por desborde de gratitud y alegría, quieren compartir la vida que brota del encuentro con Cristo para que todos puedan participar en esa vida plena.
1. La misión, un movimiento “en salida”La misión es, entonces, un movimiento “en salida” en favor de la vida, para comunicarles y compartir a Cristo, que ha llenado su vida de sentido, de verdad y amor, de alegría y esperanza (Cfr. DA 548).
Junto a este paso insustituible, la propuesta de Aparecida acentúa otros elementos relacionados con el anuncio integral del Evangelio, como son: el atraer al encuentro de Cristo, y al discipulado, con la alegría y el gozo de la fe, irradiando el testimonio “de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir como Jesús lo hizo” (DA 363), Otro elemento es el anunciar explícitamente la vida digna para todos, siendo promotores de la liberación de toda esclavitud y protagonistas de la “globalización de la dignidad”, para que los excluidos pasen a condiciones más humanas.
Así, todo lo humano tiene resonancia en el corazón de los seguidores de Jesús. Por ello comprendemos que en el horizonte de la misión está la evangelización integral de todos los pueblos.
2. Evangelización, promoción humana y auténtica liberaciónLa evangelización “ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana” (DI 3), porque la fe “ilumina la vida de la sociedad poniendo todos los acontecimientos en relación con el origen y el destino de todo en el Padre que nos ama” (LF 55). Con esta premisa, la misión de comunicar la Vida se orienta hacia una verdadera liberación integral de todos los oprimidos, es decir, de los pecadores, de los pobres, de los excluidos y, en general, de todos los crucificados en esta Tierra.
La misión, desde esta perspectiva, se despliega en un camino de liberación: religioso, que apunta a la liberación del pecado, el cual rompe la amistad con Dios y aísla de los otros (nivel de reconciliación); antropológico, que se refiere a la liberación de los agentes que producen la alienación cultural (nivel de humanización); y socioeconómico y político, que busca la liberación de las causas que generan la opresión (nivel de reinserción social) (Cfr. DA 359).
La opción preferencial por los pobres expresa esa solidaridad propia y distintiva de la fisonomía latinoamericana (Cfr. DA 391). Abre la ventana, ampliando y diversificando esta opción al hacer referencia a los “nuevos rostros” de los pobres usando la categoría “excluidos”. Entre estos últimos se encuentran, por ejemplo, los migrantes (Cfr. DA 411), los niños y niñas sometidos a la violencia y obligados a vivir y trabajar en la calle (Cfr. DA 429), los tóxico-dependientes (Cfr. DA 422), los presos recluidos en Aparecida nos dice: La opción preferencial por los pobres nace de “nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre que se ha hecho nuestro hermano” (DA 392).
De Aparecida emergen algunos rasgos que permiten identificar cuando una estructura es sana o justa. Se entiende por tal aquella que ayuda a consolidar un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos (Cfr. DA 358).
En este contexto, surge el desafío y la misión de desarrollar estructuras más justas y de transmitir los valores sociales del Evangelio. Efectivamente, los discípulos, preferentemente los laicos, que realizan su misión en el quehacer cotidiano en el mundo, con su testimonio y su actividad, deben contribuir a la creación de estructuras según los criterios del Evangelio (Cfr. DA 210). No bastan el anuncio y la denuncia, si estos no van acompañados, según las realidades y posibilidades, con una oferta concreta de creación o de transformación.
ACTUAR
A. Como discípulos misioneros estamos llamados a recorrer nuevos caminos
1. El llamado hacia una ecología integral
Este proceso evangelizador no deja de lado a la creación como un don de Dios que hay que cuidar, y donde se debe “entrar en diálogo con todos acerca del cuidado de nuestra casa común” (LS 3). Debemos dar gracias a Dios por el don de la creación, por la biodiversidad y sociodiversidad que brotan de ella, por su capacidad de generar vida, pero también debemos protegerla, privilegiando a los pueblos autóctonos y sus riquezas culturales, promoviendo el reconocimiento y la legalización de sus territorios (Cfr. DA 86). Hoy más que nunca los discípulos misioneros debemos vivir junto con nuestros pueblos la conversión ecológica “para apreciar el don de la creación, sabiéndola contemplar y cuidar como casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta” (DA 474a).
Los discípulos misioneros, inspirados por la fe, debemos generar una armonía en la relación con el prójimo y con la tierra, porque ya “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS 139). De esta manera, la ecología integral abarca la vida cotidiana, lo económico, lo cultural y lo social, al construir un nuevo paradigma de la justicia y del bien común desde la lógica del don (Cfr. LS 157- 159). El cuidado de la creación depende de una conversión personal de cada ser humano.
2. Hacia una economía solidaria, sostenible y al servicio del bien comúnNuestros pueblos solo se podrán desarrollar desde una economía con “rostro humano” y solidaria, que ponga como centro al ser humano con su dignidad y no al lucro o la ganancia, donde, además, se ha absolutizando la eficacia y la productividad como “valores reguladores de todas las relaciones humanas” (DA 61). El Papa Francisco ha dicho: “No a una economía de la exclusión y de la inequidad. Esta economía mata” (EG 53). Tampoco es sostenible una economía que tiene como prioridad el obtener ganancias máximas a costa de muchas personas y de la naturaleza. Es necesario “promover una justa regulación de la economía, finanzas y comercio mundial” (DA 406c), desde una ética en las relaciones económicas que promueva oportunidades para todos, principalmente para los más desposeídos.
Como discípulos misioneros estamos llamados a acompañar en solidaridad a las numerosas comunidades afectadas por una práctica extractivista, manifestada en los proyectos mineros, de hidrocarburos, hidroeléctricas y agroindustria en toda América Latina y el Caribe, para que los principios mencionados sean respetados por los Estados y las empresas. Una parte importante de nuestra misión es trabajar junto con otros actores para que se abran espacios de diálogo, en condiciones de igualdad, sobre las concepciones de desarrollo y progreso, a la luz de una ecología integral. Estamos llamados a ser aliados de pueblos y comunidades en sus luchas pacíficas por salvaguardar sus territorios.
3. Discípulos comprometidos con una cultura de paz
Como discípulos misioneros de Jesús, no podemos quedarnos indiferentes frente a estos diversos tipos de violencia que afectan sobre todo a las personas más indefensas y desprotegidas. Existe el riesgo grande en nuestras sociedades de que nos “acostumbremos” a los niveles altos de violencia y que ya no nos indignen. El Papa denuncia “la violencia psicológica, violencia verbal, violencia física, violencia sexual” a la cual muchas mujeres están expuestas, y afirma de modo tajante que estas violencias son “una cobardía y degradación para toda la humanidad”. Todo ello requiere de una mayor concientización en nuestras sociedades de “cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia” (FT 108).
4. Las nuevas tecnologías, sus grandes contribuciones y sus riesgos
Los discípulos misioneros hacemos cultura y vivimos en medio de la cultura actual, por lo cual Aparecida reflexionó sobre la globalización como fenómeno integral. Hoy, es imprescindible hacer referencia a los nuevos avances tecnológicos, principalmente en el ámbito de la comunicación. Este desarrollo nos permite tener conocimiento de lo que acontece en tiempo real, y esta percepción instantánea no siempre va acompañada del adecuado discernimiento. La consecuencia de ello es que, sin tener una conciencia total, estamos expuestos a una verdadera colonización cultural que toca todos los aspectos de nuestra vida (Cfr. DA 46).
En la era de la globalización, estamos asistiendo a un aumento de la desorientación, de la soledad y de la pérdida de sentido. Por ello, surge con fuerza el desafío de saber dialogar, discernir y actuar para hacer visible el mensaje del Evangelio. La Iglesia se está haciendo cada vez más presente en el espacio virtual, por ejemplo, acompañando procesos de duelo, alimentando la fe y la esperanza en tiempos difíciles con la celebración de eucaristías, oraciones y reflexiones, motivando el cuidado mutuo.
5. Hacia una mayor interculturalidad e inculturación
Es necesario promover y caminar hacia la interculturalidad, “donde la diversidad no significa amenaza, no justifica jerarquías de poder de unos sobre otros, sino diálogo desde visiones culturales diferentes” (DA 97). Nuestra fe reclama “sentarnos a la mesa común, lugar de conversación y de esperanzas compartidas. De este modo la diferencia, que puede ser una bandera o una frontera, se transforma en un puente” (QA 37) para lo que el Papa Francisco llama “una cultura del encuentro” (Cfr. DA 402;65; 393).
Unido a lo anterior está el creciente reto a la
inculturación, que nos invita a reconocer la pluralidad de realidades y, al
mismo tiempo, a reconocer que “un cristianismo monocultural y monocorde” (QA
69) no armoniza con la lógica de la encarnación.
La fe se hace cultura en muchas culturas, y en ellas es capaz de expresarse de diversos modos sin perder la unidad esencial que la hace la misma fe, pero acogida y expresada en diferentes pueblos.
6. Velar por la democracia, todavía frágil en nuestros países
A pesar de los avances en la participación política y social, en nuestra región la “convivencia armónica y pacífica se está deteriorando en muchos países” (DA 78), crece la violencia, se pierde la institucionalidad, hay una flagrante violación de los derechos humanos y “algunos parlamentos o congresos legislativos aprueban leyes injustas por encima de los derechos humanos y de la voluntad popular” (DA 79).
Debemos tomar conciencia de la necesidad de “rehabilitar la política”, porque ella es “una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (FT 180). La política no puede estar por encima del pueblo, sino al servicio de este.
La participación en la vigorización del tejido social es propia de los cristianos en cuanto somos corresponsables del bien común. Por ello, resulta una tarea urgente
Aparecida nos dice: Aparecida afirma que la renovación pastoral profunda es necesaria para: “Confirmar, renovar y revitalizar la novedad del
Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos misioneros” (DA 11). el hacernos parte y trabajar por la maduración de los sistemas políticos y sociales de nuestros pueblos, contribuyendo con la savia del Evangelio para que los sistemas políticos estén realmente al servicio de las personas y de su desarrollo integral.
7. Hacia una renovación eclesial
Vale recordar aquí que Aparecida plantea la exigencia de entrar en una profunda renovación pastoral con “reformas espirituales, pastorales y también institucionales” (DA 367), de tal manera que pasemos de “una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (DA 370).
Los discípulos misioneros debemos vivir en comunión (Cfr. DA 154-163) y apertura sinodal, que implica vivir en interrelación con los otros, porque “Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que comporta la vida en una comunidad humana” (EG 113). Nos pide caminar juntos, asumiendo responsabilidades eclesiales, principalmente en el ámbito de la misión, donde “cada bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización” (EG 120). Eso implica que todo el Pueblo de Dios está llamado a anunciar el Evangelio, desde “una evangelización integral” (DA 176).
Una Iglesia sinodal se abre al sentir o al intuir la fe (sensus fidei), que es una especie de instinto espiritual que permite sentir con la Iglesia y discernir lo que es conforme a la fe apostólica y al espíritu del Evangelio. Como bien lo expresaba el Papa Francisco en su discurso al Consejo Episcopal Latinoamericano el 13 de Julio de 2013: “la grey posee un propio olfato para discernir los nuevos caminos que el Señor propone a la Iglesia”. La sinodalidad eclesial es signo de la corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios en la construcción de su Reino.
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1) EN LO PERSONAL: ¿ Cuales son los signos de VIDA, en los ámbitos Ecológicos, Económicos, Culturales, Tecnológicos, Interculturales, Políticos, Eclesiales?
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