Salió pesca y pescamos. En el silencio y con paciencia esperando el pique, bajo un cielo estrellado, que nos hace ver nuestra pequeñez, pero a su ves el amor que dios nos tiene. Recordé un relato de un curita anciano y sabio, en la fiesta del bautismo de Jesús, para evaluarnos: ¿como estamos viviendo el regalo de nuestro bautismo?
Llegó el verano, comenzaron los calores. Sucedió un incendio en el templo del pueblo y se quemó la secretaría con todos sus archivos.
Inmediatamente
llegaron los bomberos y lograron que el fuego no se extendiera hasta el templo.
El cual tenía un valor profundo afectivo desde la fe. Ahí la mayoría de los
ciudadanos se había bautizado, celebrado su primera comunión.
La iglesia
estaba en un cambio de época, al igual que la sociedad, acompañado por el papa
Francisco de manera sinodal.
En tiempo de
nuestros abuelos en todas las parroquias había un párroco permanente, e incluso
en muchas de ellas había también algún sacerdote joven ganando experiencia.
Hoy en día
unas cuantas parroquias están sin sacerdote fijo, y estas comunidades son coordinadas por
religiosas o por un consejo de laicos. Visitadas por un sacerdote para el
servicio sacramental, cuando son solicitados.
En esta
parroquia donde sucedió el incendio de la secretaría, había un sacerdote
anciano. Contrariamente a la lógica de los años, este abuelo era muy abierto a
la realidad presente, más que unos cuantos curas más jóvenes que él,los cuales
parecen tener los ojos en la nuca.
El padre
Javier, aunque el siempre sugería que lo llamaran simplemente Javier, para ser
fieles a Jesús que nos quiere a todos viviendo como hermanos con un solo padre, un solo maestro y un solo señor.
Algunos de
sus compañeros y unos cuantos laicos de distintas parroquias andaban muy
estresados por asumir más trabajo del que podían realizar. También se sentían
un poco malhumorados, por la falta de vocaciones sacerdotales y falta de
laicos comprometidos hacia adentro de las estructuras de la iglesia.
El padre
Javier, rezaba por las vocaciones, siempre diciendo “tu sabes señor que es lo
mejor”. Era un testimonio viviente del amor de Dios.
Con una gran capacidad de relación de diálogo
con todo tipo de personas. Con una vida sencilla, transmitía esperanza, siendo
firme en todo lo que tenía que ver con la verdad y la justicia.
El padre
Javier era un hombre, un cura de esos que la mayoría del pueblo se sentía
orgulloso de ser su amigo. Personas de la comunidad cristiana, y otros que no
frecuentaban el templo, pero lo conocían y apreciaban de la vida cotidiana en el pueblo.
No siempre
se puede conformar a todos, por eso también había algunas pocas personas con poder
en el pueblo, que no congeniaban con el padre Javie, incluso alguna vez le pidieron al obispo que corrigiera o lo sacará de su parroquia.
Les
molestaba que el párroco predicara sobre el justo trato y justo salario a los trabajadores.
Que invitara a la conversión de una cultura machista del pueblo. Que insistiera
en que no hay ningún pecado que haga perder la dignidad humana, ni la paternidad
de Dios. Que toda persona merece y necesita ser amada y tener una nueva
oportunidad.
El padre
Javier era una bendición de Dios especialmente para aquellos que reconocían sus
caídas y fragilidades. Pero era una piedra en el zapato para los arrogantes,
fariseos que se consideraban de una clase superior, merecedores de estar sobre
los demás.
Al día
siguiente del incendio el obispo mandó un mensajero expresando la preocupación, porque se entero que se quemaron todos los libros de bautismo.
En aquellos
tiempos de la cristiandad, el registro bautismal, además de ser una constancia
de fe, también era un documento legal, de fecha de nacimiento y vínculos
familiares.
El mensajero
del obispo le expresó al párroco la preocupación de como hacer para realizar un
nuevo registro bautismal lo mas verdadero posible.
La memoria no
era lo mas desarrollado del padre Javier. Pero si era un hombre de fe, de
esperanza, ante cualquier problema a ser resuelto.
El mensajero
volvió con la respuesta a su obispo, de que el padre Javier estaba dispuesto a
visitar casa por casa de los habitantes del pueblo y anotar a los que ya fueron
bautizados.
También le
explico, al mensajero como verificaría si la persona realmente ha sido
bautizada o no. Y este modo de comprobar el bautismo fue lo que más llamó la
atención del obispo.
Cuentan que
el padre Javier iba casa por casa, pidiendo permiso para tener un dialogo,
explicando que venia a confirmar cuantos y cuales eran los bautizado en esa
familia.
Cuando había
un recién nacido o un niño pequeño en la casa, era fácil ya que, hacía unos
años, que en la parroquia estaba el ministerio de la fotografía. Una persona de
la comunidad manejaba una máquina, de la pocas que había en el pueblo,
fotografiaba a todos los bautizados y la gente colaboraba generosamente al
recibir su foto.
Había una
conciencia parroquial que los mas pudientes donaba un poco mas del valor de las
fotos, para cubrir el costo de las fotos que eran entregadas gratuitamente a
quienes no tenía dinero para pagarlas.
Esto se
explicaba en las charlas de bautismo y se entendía que era poner en práctica el
sacramento que los hacia parte de una iglesia y hermanos entre todos los
bautizados.
También era
parte del bautismo la fiesta. En la cual participaba la comunidad y se
realizaba entre los bautizados de ese día. Siempre se buscaba de juntar las
familias mas pudientes con las con menos recursos, para que todos pudieran
tener una linda fiesta de bautismo.
En general
la gente le gustaba estos gestos solidarios en cuanto a las fotos y la fiesta.
Aunque alguno de clase media alta o alguna persona adinerada que se la
“creían”, preferían llevar a sus hijos o ahijados a la ciudad cercana, para
bautizar en privado y hacer su fiesta solamente entre los suyos.
Siempre
aparece algún padrecito que se compra con una ayudita económica para la
mantención del templo...
Como
decíamos, el obispo quedó gratamente sorprendido como el padre Javier anotaba,
a las personas mayores, sin registro fotográfico, como las descubría bautizadas
o le ofrecía el bautismo cristiano.
Lo primero
que les preguntaba era a cada persona adulta de la familia: - Del uno al diez
cuanto te sientes amado por Dios padre Hijo y Espíritu Santo.
Si la
persona no se puntuaba en el amor ocho o más, el padre terminaba la entrevista
y les ofrecía participar de una catequesis preparatoria al bautismo.
Porque todo
bautizado que cultivó su bautismo, debe encontrarse en relación con el amor de
Dios. Que nos ama tal cual somos. Nada puede alejar el amor de Dios. Solamente
el no querer recibirlo.
Si la
persona se sentía amada, el padre Javier buscaba que el amor fuera hecho carne
en la vida y práctica de la persona.
Entonces le
preguntaba qué puntuación se pondría del uno al diez, en cuanto a sentirse libre. Si era de ocho a diez el padre
Javier lo consideraba fruto de ser bautizado.
Si era
menor, preguntaba si se sentía en proceso con relación a años anteriores,
porque ser libre se va logrando con fe y desprendimiento a lo largo del tiempo.
Y la última
pregunta era sobre sus vínculos, relaciones familiares, laborales, de amistad,
de vecindario, le preguntaba si eran en clave de aceptación y liberación de las
otras personas.
El padre
Javier estaba convencido que el bautismo cristiano era capaz de conectarnos con el
amor de Dios, ponernos en proceso de liberación y transformarnos poco a poco en misioner@s de la Palabra viva de Jesús; que ofrece vista a los ciegos, las pone en proceso
de liberación personal y los impulsa a la misión de la justicia social,
liberación humana, fraternidad y solidaridad de todos.
El padre Javier, vivía y estaba convencido que el sacramento de la reconciliación, era una experiencia real del amor misericordioso de Dios y liberaba a la persona. También que la Palabra y la eucaristía eran un encuentro con la persona de Jesús, el cual era alimento, para vivir en el amor de Dios.
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