viernes, 6 de julio de 2018

Me llamo Elizabet Mondino. He culminado mi año de recuperación, liberándome de las drogas

Me llamo Elizabet Mondino. He culminado mi año
   de recuperación, liberándome de las drogas
   PARA SER UNA MUJER NUEVA,
   mi primer desafío fue: AMARME.

Tengo 24 años. Soy oriunda de la Ciudad de Las Varillas, en la provincia de Córdoba, Argentina. Hasta la fecha, hace casi 5 meses que resido en la Fazenda de la Esperanza aquí en Uruguay - Melo, donde he culminado mi año de recuperaci-ón, el cual comencé en la Fazenda femenina de la provincia de Santa Fé,  Argentina.
Hace un par de días, en unas de las «tradicionales» misas del Padre Nacho que tenemos todos los lunes religiosamente, una de mis compañeras sugirió que comenzara este relato con un recuerdo de mi vida que me identifique. Automáticamente, tuve un par en mi cabeza, pero uno de los que más me identifica es cuando tenía casi 4 años.
Yo nací y crecí en el campo con mi familia, por lo tanto asistí a un colegio de campaña hasta terminar  la  primaria. Y como es común asisten pocos niños a estas escuelas. La mía no era la excepción. Entonces como para la fiesta de fin de año casi no tenían chiquilines, mi mamá no tuvo mejor idea que sugerir que yo podría cantar una canción. Y como nunca tuve problemas de vergüenza, me vistieron de angelito (valga la redundancia) con unas hermosas alitas, donde canté una canción muy bonita de Navidad.
Creo que me gustaron los aplausos, porque al terminar no sólo no me quería bajar del escenario, si no que me ofrecí para cantar otro tema!  Así que acompañada por una guitarra  entoné «La Oma»,  canción que me enseñó mi abuelo cuando tenía unos dos años.
Después de eso obviamente quería ser can-tante, pero mis sueños se fueron pinchando muy lentamente.
Si bien siempre fui una niña muy alegre, el entorno de mi familia era muy conflictivo. Mis padres no mantenían una muy buena relación y a razón de esto mi papá era una persona muy violenta, tanto para con mi madre o para con mis dos hermanos mayores.
Cuando terminé la primaria, comencé a vivir durante la sema-na con mis abuelos, en la ciudad,  para asistir al liceo, de igual mane-ra que habían hecho mis hermanos unos años atrás. Pero los fines de semana retornaba a mi casa de campo para ayudar a mi familia. Así fueron los primeros 3 años de secundaria, entre adaptaciones y dificultades; lamentablemente al mismo tiempo mi papá, que padecía de cáncer desde hacía unos años, fallece al poco tiempo de que cumplí los 15 años.
Desde ese momento, considero que mi mundo empezó a desmoronarse. Aunque asistía a un colegio católico, sentía que Dios me había abandonado. Si bien todavía tenía a mi mamá, nuestra relación era bastante caótica y desde la muerte de mi padre solo comenzó a empeorar. Yo no conseguía estar en casa por más de dos horas sin que termináramos discutiendo y hasta pasábamos a agredirnos físicamente, por lo que comencé a trabajar para buscar independizarme.
Comencé atendiendo y animando fiestas infantiles; después en bares y restaurantes de la ciudad. Así conseguía estar poco tiempo en casa y sobre todo dejar de depender económicamente de mi mamá.
Al terminar la escuela secundaria quería estudiar Gastronomía. Pero en mi ciudad no tenía esa posibilidad, así que la ciudad más próxima era Villa María a unos 100 kilometros. Como quedaba cerca podía viajar, pero hacía un tiempo que mi madre mantenía una relación con otro hombre, por lo que me pare-cía mejor que ella tuviera su espacio.
Cuandologré instalarme, sentía que era sa-po de otro pozo. La vida de ciudad era muy distinta pero a la vez atrapante.
Empecé fumando cigarros a escondidas; después comencé a fumar marihuana por el hecho de que la mayoría de mis compañeros de trabajo lo hacían y obviamente, no quería ser menos, quería «encajar», ser aceptada.
Así es como, hace 6 años, abrí la puerta al mundo de las drogas y desde ahí, mi adi-cción fue creciendo y además empecé a con-sumir otras sustancias, principalmente cocaí-na. Lo que más me costó fue entender que tenía un problema. Para mí era normal, pues la mayoría de las personas de mi entorno lo hacían. Pero no veía las consecuencias de consumir drogas. No veía la cantidad de dine-ro que gastaba, ni que no duraba más que unos pocos meses en los trabajos, ni el hecho de que me estaba convirtiendo en una perso-na vacía, sin sentimientos.
Me la pasaba mintiendo, principalmente a mis amistades de toda la vida, que como no consumían, comencé a dejar de verlos para poder pasar más tiempo drogada. También dejé de estudiar;  ya que no me alcanzaba el dinero, prefería usarlo para comprar drogas.
El día que «toqué fondo» ya no me quedaba más nada que perder.
Ya habia vendido todos mis muebles.
Ya no me quedaban amigas/os.
Ya no tenía lugar donde vivir.
Ya no tenía familia.
Me hice un bolso con algo de ropa decidida a huir de mi realidad, pero lo que no sabía en ese momento era que mi realidad me iba a seguir adonde yo fuera.  Lo último que iba a hacer antes de desaparecer, era despedir-me de mi mejor amiga; era lo mínimo que ella merecía después de aguantarme por unos 10 años. Y agradezco tanto a Dios por ese momento! Porque si bien hacía mucho que no hablábamos, Florencia todavía estaba ahí esperando por mí, para ayudarme. Y así lo hizo.
Obviamente, primero me retó muchísimo. Pero después me hizo saber que estaba dispuesta a ayudarme, que creía en mí y que tenía esperanzas de que su amiga volviera a ser la que era; la que estaba dispuesta siempre y a todo momento para mirar una película, o charlar por horas, o ayudarle a hacer un traba-jo práctico de la Universidad. Ella esperaba por la persona que fui, no en la que me había convertido, que sólo la buscaba cuando necesitaba algo.
Pero primero, debía decirle una cosa. Que era adicta y que necesitaba ayuda. Después de eso, llegó la liberación.

A principios de febrero del 2017, comienzo a asistir al grupo GEV (Grupo Esperanza Viva, perteneciente a Fazenda) una vez a la semana, donde me ofrecen la opción de internarme. Sabía que no podía hacer un tratamiento de manera externa, puesto que no conseguía dejar de consumir. 
Ahí comienza mi camino de recuperación, pero también debía enfrentar a mi familia. Hacia unos 3 años que no mantenía contacto con mi mama ni con mis hermanos. Pasado un mes, mi tía y abuela se enteraron, a través de la mamá de mi amiga, que había decidido ir a recuperarme, así que me ofrecen ayuda y me reciben en su casa, con la condición de que me internara pronto.  Pero yo solo seguía empeorando, no conseguía dejar de consumir. Me seguían, no dormían hasta que yo volvía a casa dos o tres días después de haber salido. Y cuando volvía, además de maltratar-las, me encerraba en el cuarto a seguir consumiendo. Hasta que me dan un ultimátum: «me voy a la calle o me interno». Así que dos semanas después, el primero de mayo, llego a la Fazenda en Providencia, Santa Fé. Si bien llegar fue difícil, sabía que una vez que comenzara debía terminarlo.
Sentía que había fracasado, que la niña alegre y llena de ambiciones había desaparecido. Pero con el tiempo comprendí que solo estaba escondidita, acurrucadita bien en el fondo de mi alma, temerosa de mostrarse como era por miedo al rechazo y al abandono. En mi primer mes, sentía que Dios me hablaba a través del Evangelio. Me pedía que lo amara a Él por sobre todas las cosas y al prójimo como a mí misma. Ese fue mi primer desafío: AMARME. Y poco a poco todo comenzó a  cobrar sentido. Así  fui caminando, pacientemente, aprendiendo a abrazar mis cruces, a resaltar mis dones antes que mis errores , a recomenzar rápido y con alegría ante las situaciones cotidianas, a dejar de preguntarme el porqué y comenzar a buscar el PARA QUE.
Y hoy, trece meses después, comienzo a ver ese hilo conductor, esa«Mano de Dios» que me ayuda a levantarme cada vez que caigo. Y aunque no pudo salvarme de los errores de los demás, hoy me da la fortaleza para poder superarlos y poder ser esta mujer nueva. Nunca pero nunca EL desistió de mí. Y es por eso que yo elegí perseverar, porque quien lo hace, recibe su Gracia.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario