SYLVANO LEVANTÓ AL JOVEN DEL CAMINO
Era el frio invierno del año 1987. Era un joven como tantos,
y andaba perdido. Sin saber que hacer de mi vida, decidí escapar de mi casa.
Todo andaba bien, pero faltaba algo. Todo se me hacía rutina: la familia, las
amistades, el trabajo, la pastoral juvenil, el deporte.
Nos cruzamos con un amigo, “peleado” con su novia, y nos
juntamos en Montevideo dos seres deseosos de libertad. Acondicionamos las
mochilas con comida y ropa. Salimos a la ruta a hacer dedo. El destino era el
sur a conocer las culturas indígenas. Algo nos decía que entre diferentes nos
podríamos reconocer. Yo tenia 23 años, mi amigo 20.
Al tercer día, recién habíamos adelantado hasta San José,
menos de 100 Km. Sentíamos frio, nos detuvo la policía, estábamos cansado de
caminar. Trechos muy cortos nos habían trasladados. Se iba terminando la comida
y el dinero.
Mi amigo movido por escapar de un dolor amoroso, decidió no
seguir sufriendo, sufriendo. Tomo la decisión de volverse a Montevideo. De la
economía común sacamos para sus pasajes, y me dejo las latas de sardina y el
pan que nos quedaba. A mí me seguía moviendo la búsqueda de la libertad.
Era un sábado. Camine toda la mañana y nada. Apretó el agua,
estaba mas frio. En una garita me refugié y almorcé. Faltaba algo caliente. El
termo ya estaba vacío, tomado con el mate de la mañana. Pintaba que toda la
tarde iba a seguir el temporal.
La garita era en medio del campo, alado de la ruta.
¿Quedarme? era congelarme. Hacer dedo era casi imposible que alguien me
levantara. La tercera opción era caminar. Y con la mochila al hombro, un equipo
de lluvia, comenzamos a dar pasos cabeza agacha por la orilla de la carretera.
Creo que después de una hora o dos de caminata. Ya sin noción
del tiempo y cansado, con algún intento de hacer dedo y nadie se detenía. Con
la pregunta que siempre aparece en los tiempos de desierto: - ¿No serian
mejor que esto las cebollas y zanahoria siendo esclavo en Egipto?
Paso un auto aminoro la marcha y se detuvo a unos metros
delante de mí. - ¿Qué le habrá pasado? Pensé. Di unos pasos lo mas
ligero posible y miré hacia adentro de la ventanilla del conductor. Vi un
abuelo de lentes grandes que me hacia seña que diera la vuelta a la puerta del
otro lado. Cuando llegue, la puerta se abrió. Era un auto pequeño, que estaba
muy limpio. Yo todo mojado. Quede paralizado.
Y el señor me dijo – suba, suba que lo llevo. Al instante me saqué la mochila chorreando
agua, me senté mojando el asiento. El conductor, iba con la radio encendida
escuchando el informativo. Prendió el aire acondicionado que lo llevaba
apagado. Quizás pensando en darme un poco de calor.
Me pregunto a donde me dirigía. Le conteste hacia el sur
argentino, en búsqueda de las comunidades indígenas, que me habían dicho que
por allá estaban. Sonrió, me miro y dijo: - Buen horizonte.
Seguimos unos kilómetros más, no sé cuántos porque me dormí.
Hasta que me despertó frente a una capilla al costado de la ruta. Y me dijo que
hasta ahí venia a celebrar una misa. Que si quería podía participar y quizás
pasaba un poco el temporal. Me lo dijo de tal manera que no dude de aceptar la
invitación.
Corrí con mi mochila hasta la capillita y me senté en el
ultimo banco. Era pequeña. Dos filas de banco de unos seis cada una. Una señora antes de preguntarme algo me dijo: -
que no tenía nada para darme. En eso entro el señor, que me di cuenta
que era cura, me invito a pasar más adelante.
La señora se dio cuenta que venia con el y un poco inquieta
se acercó a ofrecerme pasar a el baño a sacarme el equipo de agua y secarme un
poco. Le acepte y quede un poco mas presentable.
En la misa éramos menos de 10 personas. Casi todas mujeres
mayores. Un hombre y dos niños. Bueno éramos tres hombres, con el cura y
conmigo. Lo único que recuerdo que hablamos todo. También de las noticias del
informativo, de los destrozos del temporal. Hasta los dos niños dijeron algo
que nos causo risa. No recuerdo cual era el evangelio, pero si quedo en mi: una
linda misa de encuentro con la gente del lugar, la realidad, iluminados por la
palabra. El comulgar aquella tarde me fortaleció. Fue un encuentro con Jesús.
A la hora, hora y media, estábamos disfrutando al frente de
la capilla, de unos rayos de sol que querían darnos su calor entre las nubes
que se iban yendo. El cura, al cual nunca se me ocurrió preguntarle el nombre,
parecía familiar de aquellas doñas. Con un trato muy especial a los dos niños.
Y en todo momento estuvo muy cerca de mí, como diciendo que yo andaba con él.
La señora que me recibió, al finalizar la misa, charlo con el
cura y se fue a su casa que era cerquita. Regreso con un pan con fiambre y me
lo ofreció envuelto en una bolsa de nailon muy prolija. Sentí que la señora lo
hacia con mucho cariño y se lo acepté. Creo que incluso me invito a tomar un
café caliente en su casa.
El cura, el señor de lentes, me pregunto si necesitaba algo
más. Le dije que no. Me explicó que me podría arrimar hasta una estación de
servicio donde paraban camiones hacia argentina. Le agradecí, no quería seguirle ensuciando el
auto. Y el solcito invitaba a volver a la ruta. Ahora recuerdo que el dialogo
en la misa fue sobre la liberación de nuestras ataduras. Me sentía un pájaro
escapando de la jaula en pleno vuelo.
No pasaron mas de 10 minutos, le hice dedo a dos o tres autos
y uno se detuvo. Era una pareja joven de porteños, que se dispuso a llevarme
hasta la capital de argentina. La verdad que solo agradecía a Dios por ese
“enganche” de una tirada larga en un clima realmente lindo con esta pareja.
Después por problemas de documentación me quede sin poder pasar la aduana en
Paysandú. Pero esa es otra historia…
Unos años después, ya era seminarista. Después de un año de
vacaciones…. Al regresar al seminario me “toco” un formador deformador. Porque
recuerdo que nos hacia caer las armaduras que usábamos para mantenernos vivos
dentro de la estructura. Y entre otras cosas nos traía a personas como el Cacho
Alonso, para tomar unos mates juntos.
Recuerdo a Tabaré Vázquez intendente de Montevideo, visitandonos,
al fundador de Emaús un tal Abate Pierre. Quizás este formador llamado Pablo y el
rector que era el jesuita Luis del Castillo, creían que el que el crecimiento
humano y en la fe, se da en el Encuentro, en el intercambio.
Y recuerdo
que también trajeron a un hombre bajito de lentes grandes a predicarnos un
retiro. Era un tal Silvano. Hablaba bajito y pausado. Sonriendo y con un tonito
único. Ponía ejemplos. Cuando hablo del seguimiento de Jesús en el encuentro
de los del camino, lo reconocí.
Era el mismo cura que hace como cinco o seis años me había
levantado de la orilla de la carretera aquella tarde de luvia. Si era él. Y nos
decía de estar atentos a los encuentros del camino. Que Jesús le gustaba
acercarse a nosotros. Misteriosamente se acercaría como necesitado. Para
permitirnos sacar lo mejor que hay dentro nuestro.
Termino aquel momento de exposición, dialogo, sobre el
seguimiento de Jesús, y me acerque a confirmar si era él. Se reía. Le conté
aquel encuentro. Me dijo que seguramente ahora estaría un poco mas prolijo. Y
como para confirmar me invito a la ventana señalándome si conocía aquel auto.
Le dije que si era el mismo.
Se
intereso por como continuo mi viaje en aquellos años de juventud. Me sentí
escuchado le hice el relato y continue con el tema de porque estaba ahí en el
seminario. Porque me había ido un año afuera. Lo que me costaba del estudio y
de la estructura. Creo que hasta me confesé, al encontrar aquella sonrisa con
orejas atentas. Los ojos expresaban una mirada realmente tierna. Era como el
abuelo Dios que dibujábamos cuando éramos niños. Solo le faltaba la barba
blanca y un poco mas de pelo ja ja.
Aquel retiro fue muy importante en mi caminata. Aquel
abuelito tenía autoridad para mí. Lo que decía, lo había hecho conmigo. Cada
una de sus palabras eran recibidas como las de un hombre que quiere lo mejor
para ti. Presentaba a un Jesús cercano, que se quería dejar encontrar. Pero era
un Jesús de la calle. El mismo que después se ponía en nuestras manos en la
eucaristía.
Recuerdo que, en la misa, nos invito a tener la eucaristía en
nuestras manos, tener a Jesús en nuestras manos antes de comulgar. Pa, fue un
momento de silencio eterno. Y recordé y recuerdo las palabras que Silvano nos
decía: Él se nos presenta en el camino, necesita de nuestras manos, el se
nos presenta como pan, necesita de nuestras manos, el quiere sacar lo
mejor de nosotros mismos. El nos eleva. (seguro que eran otras sus
palabras, yo lo recuerdo con las mías).
Si, no puedo dudar, que también ahí en el seminario este
hombre con la atención que me escucho, saco lo mejor de mi mismo. Y también me
hizo desatar algunos enredos que en ese momento tenía.
Son los encuentros en la vida que quizás son aportes
fundamentales a que: uno sea lo que es hoy. Gracias Silvano. Pensar que
después nunca mas nos vimos, y sin embargo seguimos caminando juntos en OBSUR,
atentos a los encuentros del camino Gracias.
Nacho
Nacho querido... muy buen relato de una experiencia imborrable. Hay gente que nos enseña como Jesús, con pocas.palabras, con mucha oreja, y con las manos abiertas. Un abrazo
ResponderEliminarSoy Leo Risso
ResponderEliminarArriba Leo!!!
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