Cuenta una leyenda africana, que una mujer se sentía esclava. Quien la observaba desde fuera, no la veía encadenada. Pero ella Sí, se sentía atada.
Las culturas indígenas son amigas del tiempo. Y saben que
hay un tiempo para cada cosa, y cada cosa llega a su tiempo.
Fue una mañana como tantas otras. Temprano la africana,
emprendió el camino hacia el lago donde recogía el agua, cada mañana. Caminaba
serenamente con su cántaro en su cabeza.
En un momento le broto desde dentro el deseo de detenerse y contemplar el amanecer. Se regaló ese tiempo, donde disfruto del despertar del gran sol en el horizonte. Disfrutando de los rayos de calor, que tocaban su piel. Ante esa luz, tomó conciencia de sus cadenas.
Luego continuó su camino, hasta la orilla del pequeño
lago. Presentía que “algo iba a pasar”. Había sido un amanecer diferente. Por
dentro revoloteaban mariposas, abejas, en sus flores y en su tierra interior.
Se agacho frente al agua, y antes de introducir su
cántaro para recoger el agua, decidió beber para calmar su sed. Y en el agua en
movimiento descubrió su rostro reflejándose.
Al verse y reconocerse con su historia, lloró. Solo ella conocía las cadenas que la ataban. Sus viejas heridas sangraban. Resonando desde su historia, palabras de violencia, de opresión, de “tú no puedes”. Sumándose la angustia de sentirse culpable.
Y después del llanto. Después del dolor del cuerpo y el
alma. Después llegó lo que ella buscaba. En el agua empezó a ver reflejado todo
su rostro, todo su ser. Descubriendo que era más que sus heridas.
Como algo mágico, se escuchaba el canto de los pájaros y
la briza que hacían bailar las hojas de los árboles. Todo era movimiento, dentro
de esta mujer y en su entorno junto al lago de agua dulce.
Valoro su cabello enrulado, distinto al de otras mujeres.
Su boca con capacidad de recibir alimento y dar aliento.
Su nariz que le permitía respirar profundamente un aire nuevo.
Se sentía llena de vida.
Entonces se sintió invitada, se sintió impulsada desde dentro a zambullirse en el agua dulce de aquel lago. Se desvistió totalmente, quedando vestida de lo que realmente era. Penetrando en aquel lago, siendo mojada en todo su cuerpo, por el agua. Todo se hizo danza gozosa y fiesta placentera.
Con su cántaro desbordante de agua, agradeció al lago. E inmediatamente salió a anunciarle a otras mujeres, a otros varones, que: “somos más que nuestras heridas”.Que estamos: “llamadas a liberarnos de nuestra falta de estima”.
Y desprogramarnos de los “no puedes”, que nos han impuesto.
Superando los miedos, des culpabilizándonos, para realizar los sueños.
Lo que con el tiempo supo, que, en aquel encuentro, también el lago se sintió más él mismo.
Cuando alguien ayuda al otro a
descubrirse en la totalidad de ser, más allá de sus heridas, también él, en
este caso el lago, se descubre valioso, siendo así cómo es. El lago descubrió
que era más que sus piedras. Más que agua a ser tomada. Era también un ser para
ayudar a ser.
con el ENCUENTRO de María con Isabel....
encuentros para ayudarnos a SER
es muy bonito la historia pero me gustaria que haiga más imágenes
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