Son muchas las personas que no son ni creyentes ni
increyentes. Sencillamente se han instalado en una forma de vida en la que no
puede aparecer la pregunta por el sentido último de la existencia. Más que de
increencia deberíamos hablar en estos casos de una falta de condiciones
indispensables para que la persona pueda adoptar una postura creyente o
increyente.
Son hombres y mujeres que carecen de una «infraestructura
interior». Su estilo de vida les impide ponerse en contacto un poco profundo
conseguirlos mismos. No se acercan nunca al fondo de su ser. No son capaces de
escuchar las preguntas que surgen desde su interior.
Sin embargo, para adoptar una postura responsable ante el
misterio de la vida es indispensable llegar hasta el fondo de uno mismo, ser sincero
y abrirse a la vida honestamente hasta el final.
Tras la crisis religiosa de muchas personas, ¿no se encierra
con frecuencia una crisis anterior? Si tantos parecen alejarse hoy de Dios, ¿no
es porque antes se han alejado de sí mismos y se han instalado en un nivel de
existencia donde ya Dios no puede ser escuchado?
Cuando alguien se contenta con un bienestar hecho de cosas,
y su corazón está atrapado solo por preocupaciones de orden material, ¿puede
acaso plantearse lúcidamente la pregunta por Dios?
Cuando una persona anda buscando siempre la satisfacción
inmediata y el placer a cualquier precio, ¿puede abrirse con hondura al
misterio último de la existencia?
Cuando uno vive privado de interioridad, esforzándose por
aparentar u ostentar una imagen determinada de sí mismo ante los demás, ¿puede
pensar sinceramente en el sentido último de su vida?
Cuando una persona vive volcada siempre hacia lo exterior,
perdiéndose en las mil formas de evasión y divertimiento que ofrece esta
sociedad, ¿puede encontrarse realmente consiguiendo lo mismo y preguntarse por
su último destino?
«Preparad el camino al Señor». Este grito de Juan Bautista
no ha perdido actualidad. Seamos conscientes o no de ello, Dios está siempre
viniendo a nosotros. Podemos de nuevo encontrarnos con él. La fe se puede
despertar otra vez en nuestro corazón. Lo primero que necesitamos es
encontrarnos con nosotros mismos con más hondura y sinceridad.
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