- Stella ¿Cómo nació tu
vocación a ser misionera?
- Cuando pensé consagrarme a
Dios ya tenía muy fuerte esta exigencia de ser misionera. Pensaba en el África,
porque en aquel tiempo era la única tierra de misión de la cual se hablaba, en
mi tierra italiana. También me marcó mucho, en mi adolescencia, las visitas y
la ayuda que ofrecía con mi grupo en la Casa de Don Orione, una casa de acogida
para niños y adultos con graves discapacidades. Íbamos los sábados o los
domingos con el grupo de la parroquia. Sentí un gran llamado a servir a los más
necesitados e indefensos. Digamos que mi vocación religiosa tuvo desde siempre
esta sensibilidad a compartir la vida, sea donde sea, con los más
desprotegidos.
-Nos propusieron prepararnos
para la misión, en lo que se llamaba C.U.M. (Centro Misionero de Verona) donde
los misioneros laicos, religiosas/os y sacerdotes se preparaban por tres meses
para la misión y el país para el cual estaban destinados. Nosotras tuvimos la
alegría de tener formadores de idiomas y de cultura uruguayos. Era el año 1984
y muchos sacerdotes y religiosos habían tenido que escaparse de su país por la
dictadura o habían sido exiliados. Eran personas muy sufridas pero muy
comprometidas con la historia de su gente. Era el momento cumbre de la teología
de la Liberación apoyándose en el Vaticano II y los documentos de Medellín y
Puebla, y puesta en discusión desde Roma. Fue una preparación muy intensa, que
me cambió como persona y como consagrada. Me despojó totalmente de la idea de
la misión salvadora que va a evangelizar y dar la “verdad” para asumir la
actitud de la acogida, inserción y profundo respeto para la cultura que nos
recibía. Y la seguridad de que, en cada cultura, Dios ya estaba actuando y
sembrando la semilla del Reino.
Eso imprimió en mi corazón el deseo de ir al
encuentro y de hacerme cercana a la gente que Dios habría puesto en mi camino,
sin querer cambiar nada sino fuera caminando juntos y descubriendo juntos los
caminos de Dios. Con Jesús de Nazaret y con el pueblo. Descubrí también la
Palabra de Dios en su dimensión existencial y el valor de las C.E.Bs.
(Comunidades Eclesiales de Base) como rostro de la Iglesia Latinoamericana. El
equipo que nos preparaba y compartía la vida con nosotros y nos acompañaba en
nuestras crisis de cambio de criterios y de esquemas mentales era todo
comprometido en la opción preferencial para los pobres. Nos formaron con sus
experiencias de vida.
-¿Cómo fue la llegada a
Uruguay y de qué sirvió la formación?
- Llegamos el 14 de marzo
del 1985, las Hermana Luigina, Teo, Magdalena y yo, con nuestra Madre General
Hermana Myriam. Fuimos acogidas con mucho cariño por Mons. Cáceres y por los
sacerdotes de la diócesis. Pasamos un primer tiempo en el Obispado preparando
todo lo necesario para trasladarnos luego en la casita del Centro de Promoción
Social (Hoy Parroquia del Buen Pastor). Fue un proceso de adaptación y de
conocimiento: la gente muy amable y paciente con nosotras, especialmente por el
idioma. Los niños fueron los maestros más espontaneo, porque se reían de
nuestros errores y nos corregían. La gente no tenía todavía la idea de hermanas
que se metieran en el barrio y que visitaran los hogares para conocer la gente.
Fue muy lindo encontrarse y tocar con manos las diversidades y los valores de
la cultura uruguaya. A veces nos dio vuelta totalmente, nos ha desinstalado y
puesto en discusión…ha tenido su fatiga entrar en ella, pero nos enriquecemos y
nos enamoramos del “paisito”.
-¿En que te ha enriquecido
este tiempo de misión y por lo que estás agradecida?
- Yo viví, en dos periodos
distintos, 20 años en Melo. La mayoría de mi vida consagrada. La gente me donó
muchísimo: la capacidad de saber recibir y no solo de dar, el poder compartir
la vida muy hondamente, una manera de rezar mucho más existencial, la amistad y
otra visión del tiempo que va disfrutado y celebrado, la confianza de poder
abrir el corazón y lo que pasa en ello en momentos muy importantes de la vida y
en la cotidianidad, el saber buscar juntos los caminos de Dios en nuestra
realidad, la colaboración y la corresponsabilidad en llevar la parroquia y en otros
grupos diocesano, sentirme “una más” entre las mujeres de este pueblo y
saborear la cercanía, la ayuda concreta cuando lo he precisado yo y mis
hermanas de comunidad. Me siento más mujer, más humana, más consagrada y mi
manera de concebir la vida religiosa ha cambiado compartiendo la vida y la fe
con este pueblo que llevaré siempre dentro de mí! La persona vale por lo que
es, no por lo que hace y tiene… vale y enriquece por su diversidad… eso también
lo aprendí con las hermanas de otra congregación con las cuales nos reuníamos.
Cada uno aportó algo de sí, muy original y único y el deseo de compartir la
vida con el pueblo uruguayo. A la gente, a las hermanas todas, unas gracias sin
confines, sin límites de tiempo y de distancia. Somos UNO! Y lo sembrado con
Amor tarde o temprano dará su fruto…..los amo a todos!
Pido oración para que pueda
Ser una Bendición para las personas que encontraré en mi nuevo destino, como
Ustedes lo fueron para mí.