En Villamontes por primera vez escuché hablar sobre las travesuras del río Pilcomayo.
Villamontes es una ciudad de Bolivia que está ubicada sobre este río, en el departamento de Tarija, provincia Gran Chaco. Allí es muy común escuchar “cuando el río pasaba por acá” o “antes que el río pasara por acá”, expresiones que yo primero relacionaba con la creación de canales o puentes que provocaban el cambio del cauce del río, pero después me enteré que no era así. Los lugareños, cuentan que el cambio en el recorrido del río, sucede porque en épocas de sequía, el río corre por un lado, siendo casi un hilito de agua, pero luego, en épocas de lluvia, es tanta el agua que trae, que “abre brazos”, su cauce principal no alcanza para recibir toda el agua y entonces se distribuye por esos brazos que surgen ante la impetuosidad de su marcha. Pero también el cambio en el recorrido del Pilcomayo puede pasar, porque cuando viene colmado de agua, en vez de seguir por su cauce principal, toma uno de sus brazos para correr por allí y abandonar su recorrido habitual hasta entonces.
Pienso que nuestra vida es también así, traviesa como el río Pilcomayo.
Tenemos épocas de lluvia, de abundancia, donde nos sentimos fuertes, impetuosos, nuestra vida se despliega por ahí como los brazos del río Pilcomayo. Buscamos caminos nuevos, experiencias distintas, conocemos personas increíbles, nos animamos a ser diferentes, nada nos detiene, viajamos con nuestras mochilas inmensas o tan ligeros de equipaje, que nos podemos quedar a vivir en cualquier lado como volvernos a la semana siguiente a nuestra casa. El cansancio no existe, participamos en todo, generamos cosas nuevas, marchamos reclamando nuestros derechos, militamos en organizaciones, partidos políticos, vamos a la parroquia o a la radio del barrio, creamos una revista o un blog, difundimos un evento en facebook, nos juntamos con otros, creemos que es el tiempo de la revolución, estamos convencidos de que es el momento de cambiar y de cambiarlo todo. Si estamos en pareja, todos los sueños son con el amado. Nos sentimos desbordantes y es así, nuestra energía contagia e inunda hacia los demás, vivimos como en una eterna fiesta.
Esta época de tanta fecundidad es hermosa, quienes la hemos vivido lo sabemos, pero también sabemos, como los lugareños de Villamontes, que es peligrosa. Es en épocas de lluvia cuando ocurren las peores inundaciones, el río se lleva casas, animales, arrastra personas, sembradíos enteros se ven desvastados, hay enfermedades, caos, miedo, angustia. De un rato para otro, todo lo hecho desaparece, porque el río cambió su curso habitual y lo destruye a su paso. Lo mismo sucede en nuestras vidas, es en épocas de abundancia cuando nos peleamos con nuestra familia o con nuestros mejores amigos porque creemos que están equivocados; nos volvemos intolerantes, avasallamos a los más silenciosos, irrumpimos en los ambientes o en las organizaciones destruyendo lo ya hecho, no escuchamos a nuestras abuelas, gastamos el tiempo y el dinero en viajes o fiestas, en vicios, que maltratan nuestro cuerpo. Jugamos con fuego y nos quemamos, quizás porque nos sentimos fuertes y ello hace que nos descuidemos...
Leonardo Boff, teólogo de la liberación, habla de una “ética del cuidado”, una ética de la vida que nos exige cuidar de nosotros mismos, cuidar de la persona que tenemos al lado y cuidar de las cosas y de nuestro ambiente. Creo que esta “ética del cuidado” nos puede orientar en tiempos de abundancia. Cuidar nuestro cuerpo, atender sus necesidades y sus señales, cuidarnos de no pasar mucho tiempo solos, para no quedar tan expuestos ante las tentaciones, el vivir en comunidad siempre nos protege del egoísmo, del consumismo, de caer en la magia de la autoayuda. Cuidarnos de la oscuridad de la noche, de los hábitos de muerte, trancar la puerta del lado de adentro cuando sabemos que el peligro está afuera, no dialogar con el mal, algo que quizás hoy pasa por cambiar la cuenta de correo electrónico o el número del celular. Cuidar del otro, escucharlo, atenderlo, protegerlo, esperar sus tiempos, estar ahí cuando nos necesite, no agredirlo, respetarlo, reconocer su grandeza, no inferiorizarlo, comprometernos en su lucha, en sus reclamos sin dirigirlo, sino acompañándolo. Pelear por una vida digna, salud, educación y tierras para todos. Cuidar de las cosas y del ambiente, volver al zapatero y a la costurera para que nos remiende los pantalones como dice Mujica, el presidente de Uruguay, hacer el compost en nuestro patio, cuidar el agua, utilizar envases de vidrio, apostar a esos emprendimientos familiares que son ya en sí mismos un reclamo por soberanía alimentaria.
Cuidar lo que hacemos durante nuestras épocas de abundancia evita los desbordes y al mismo tiempo, puede abrir nuevos caminos, por los cuales transitar, como el río Pilcomayo, durante nuestras épocas de sequía, cuando somos casi un hilito de agua. El cauce que elegimos cuando nos sentimos fuertes, puede ser lo que nos mantenga firmes cuando la corrupción, la desesperanza o el miedo, nos quieran voltear. Salirnos del cauce habitual, cuando competir, acumular estudios o trabajar sin descanso parece inevitable, pude abrirnos a una vida más simple, compartida, con gusto a poro, a mate.
Por eso este año, en enero, volví al chaco boliviano, porque es en Bolivia y en especial en el chaco, donde recupero mis fuerzas. Siento nuevamente la energía desbordante que me llevó la primera vez por ahí, cuando buscaba “cauces” nuevos.
Necesitaba volver a escuchar la sabiduría ancestral de nuestra América para reafirmar mis pasos, mis convicciones. Quería volver a tomar chicha, comer mote, quesillo, charque, sentarme al lado del fuego, escuchar historias, llorar por los que ya no están... Interpretar mis sueños como hacen las mujeres de allá mientras barren el patio, vivir la imprevisibilidad de cada día, recorrer lugares donde el tiempo parece detenido en el monte... Ir en la ambulancia hasta Javillo a visitar a mi tía Raquel, reír entre estos locos entre los cuales el médico, la enfermera, el chofer o el dentista sólo se distinguen a la hora de hacer su trabajo, siendo iguales en lo demás, sin rangos profesionales.
Necesitaba pedirle permiso a los iyas, para recordar que no somos los dueños del lugar... Andar, ligera de equipaje y abierta al encuentro.
Encontrarme con Rocío, nuestro pilar institucional, dispuesta siempre ha recibirnos en su casa, la boliviana que creo mejor entiende de uruguayos, y que más a contenido nuestros desbordes, compartir el inicio del año entre risas con su gran familia; visitar a Edgardo, el misionero más anciano de la diócesis de Mercedes y verlo espléndido; llegar a Gutiérrez y comenzar a llorar: tantos recuerdos, rostros, abrazos, pasar por el Hospital y buscar y seguir buscando como será para siempre los movimientos rápidos y dispuestos de Vladimir, su simpática locura; ver la Defensoría de la Niñez, con Chiqui y Nano al frente, 5 años después de haber comenzado con este sueño loco y hoy con un presupuesto asignado 100 veces mayor al inicial, recibiendo a Juan Carlos, el chofer de Defensa del Niño/a Internacional; estar en el Tekove, una utopía hecha realidad, con sus contradicciones, desordenes y deserciones, firme como una roca y flexible como un tubo de
goma, para poder resistir los vientos que soplan en contra.
Reencontrarme con quiénes fuimos parte de un proyecto, el equipo misionero itinerante, como Maribel, Cacho, Heber y verlos hoy a cada uno de ellos y ellas, haciéndose cargo de sus vidas y de sus decisiones. Ver que no quedaron templos ni obras de aquel tiempo, pero quedaron vidas transformadas, personas que hoy saben lo que quieren y lo que no quieren para ellos/as mismos/ as. Hoy no repiten un verso aprehendido, sino que construyen con su vida su propio discurso. Son capaces de establecer entre hombres y mujeres, relaciones de diálogo y respeto, en tiempos dónde las instituciones eclesiales y las autoridades de las organizaciones indígenas parecen haberlo perdido.
Escuchar los cuentos de otros uruguayos que han seguido llegando por el chaco, de Fabricio, Eugenia, Marquitos y el bebé, de Jorge... hablar por teléfono con Adelaida, buscar a Clarita y querer ver a Rosita... Recibir en aquel lugar a Angie, un alma gemela en búsqueda; ver como se les soltaba la lengua a los jovencitos de Pitchanal, al escuchar el idioma que hablan sólo sus abuelas en la complicidad del silencio y despedirme en Itaimbeguasu... el rostro de Irene, la mamá de Paola... los niños diciéndome “chau tía”... llorar en casa de María y sentir la firmeza de Don Cruz, el pastor de la comunidad, que sólo dijo yasoropai hermana al ver mis lágrimas...
La vida pasó caudalosa este mes por mis entrañas, me purificó, fortaleciéndome para seguir andando... sólo tuve que hacer como mis hermanos Weenhayek en épocas de pesca, dejar mi casa para ir por donde el río corre y trae pescados.
Nelda.
Nelda.
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