- Vengo de la Diócesis de Sonsonate y estoy aquí haciendo una experiencia misionera o, más bien, un discernimiento vocacional con los «Voluntarios de la Esperanza» que es una asociación de fieles que dirige el P. Mimmo. Estoy viendo si sería la vocación de la misión lo que me corresponde.
- ¿Cómo comenzaste a plantearte esta posible vocación misionera?
- Cuando era mucho más joven, a los 14 años, un sacerdote me invitó a participar de un taller de Obras Misionales Pontificias en la parroquia Santa Lucía en Juayúa, siempre en mi Diócesis. Cuando fui pude escuchar diferentes experiencias de los que ya trabajaban en Obras Misionales Pontificias, específicamente en la Infancia Misionera. De ahí me invitaron a acompañar un grupo de niños y así fue como me fui involucrando un poco más en la misión, por lo menos de forma teórica, porque no participaba en una misión fuera de las fronteras, sino que todo era en mi parroquia.
- Viviste después una experiencia que te abrió un campo muy grande…
- Sí. Pasaron más o menos cuatro años cuando me invitaron al Tercer Congreso Americano Misionero que fue en Ecuador, en 2008. Al ir ahí pude ver, para la poca edad y poca experiencia que yo tenía en las Misiones, un panorama exageradamente grande para mí. Fue sorprendente ver toda esa cantidad de personas con sus diferentes experiencias en el campo de la misión. Cuando cumplí 18 años me surgió como más fuerte la inquietud de ir también yo como ellos, que habían dado ese «sí».
- El Padre Mimmo ya me había hecho como un bosquejo de la situación de la Iglesia acá en Melo. Se ve que son muy pocas personas las que asisten a la Iglesia, pero eso no me sorprendió porque en mi país hay algunas ermitas -aquí les dicen capillas- donde la gente concurre muy poco. También hay Iglesias que se llenan mucho los domingos, pero a la hora de actuar en las diferentes necesidades no aparecen las doscientas personas que van a Misa. Entonces para mí la cantidad de personas que tenga un templo no significa que sean realmente, para empezar, cristianos católicos y luego que apliquen la caridad que Jesús pide.
Entonces cuando yo trato de comparar la realidad de acá, veo, sí, es cierto, muy poca gente en los templos, pero con una entrega que es de corazón, que se les nota, por ejem-plo, donde yo estoy yendo, la catedral, todos los días llegan a rezar el Rosario. No quiero decir que en mi país no se haga, pero esa pequeña acción de que sean pocos pero que sean tan perseverantes creo yo que significa bastante.
- También estuviste en otros lugares, fuera de Melo…
- El Padre Nacho nos invitó a una comunidad en Fraile Muerto- Toledo, donde iba a haber un pequeño envío para los que iban a ir al Congreso Misionero Americano en Bolivia y también para un grupo de jóvenes que iba a estar haciendo una misión local. Fuimos a esa ermita y para mí fue muy impresionante ver que el templo es «multiuso», porque ahí adentro está la cocina, el comedor.
Para algunos quizás puede ser chocante en el aspecto litúrgico o normativo, pero a mí me encantó vivir esa experiencia de que la gente recurre al templo como que fuera su casa y eso creo que falta a veces en muchas iglesias; que no solo las veamos como un lugar donde tendríamos que estar preocupados por no hacer ruido, por no molestar, por no dañar algo, sino que sintamos que es-tamos llegando a nuestra casa, porque cuando uno llega a su casa por lógica cuida el ambiente, cuida todo.
Por eso, ese sentimiento que encontré en esa comunidad para mí significó mucho porque no lo veo frecuentemente, por lo menos en mi comunidad parroquial. No puedo hablar de todo lo que es mi país, porque no lo conozco todo, pero cuando comparo con las situaciones de allá, veo que aquí existe ese sentido más de unidad, de sentirse pertenecientes a la Iglesia y ser como una familia. Eso me marcó ese día y yo se lo comenté al Padre Nacho, porque él nos preguntaba qué nos había llamado más la atención, qué nos había movido el corazón.
Ese gesto de la comunidad me impresionó y también que aquí hay como más diversidad de culturas: estaba presente una señora afrodescendiente y ella nos hizo una bendición con la señal de la cruz en nuestra frente y me gustó ese detalle, porque sentí que era como dignificar a las personas de todas las razas porque es el mismo Dios el que nos ha creado a todos. Esas dos cosas me han llamado la atención en el tiempo de estar acá.
- Tú viste que en nuestras comunidades hay muchas personas mayores, que leyéndote pueden pensar que la misión es sólo para personas jóvenes. ¿Qué les dirías a nuestros adultos mayores para animarlos a vivir la misión que a cada cristiano le toca vivir?
- La misión es lo que nos toca hacer en el lugar donde nos toca estar, independientemente de la edad que tengamos. Todos podemos ser misioneros: primero, orando por todas las misiones del mundo; luego, existe la cooperación material, que es una forma de ser misionero.
Si yo no puedo salir, por mi enfermedad o por mi edad avanzada, tal vez puedo colaborar económicamente para que las misiones en todo el mundo sigan adelante. Entonces les invito a que oremos por todas las misiones del mundo, que colaboremos materialmente también, y si siento alguna inquietud, pues, acercarme a un sacerdote, a mi párroco, a un consejero para que me ayude a un discernimiento vocacional.
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