Les cuento una historia de hace algún tiempo en mi familia
semejante a la suya. Se preparaba todo para el festejo de la navidad, para el
encuentro familiar. Eran días donde el tiempo parecía que se movía más de
prisa. Estábamos caminando hacia uno de los acontecimientos cristianos más importantes
y quizás hacia el encuentro familiar más esperado del año. Estaban agendadas
algunas visitas que tendríamos que hacer y algunas visitas que recibiríamos. La
lista de regalos poco a poco se iba cumpliendo, y como en otros años la economía
estaba en rojo. Lo más duro era el estrés que iba creciendo en cada uno de los
miembros de la familia. Los papeles de regalos, las cintas ocupaban la mesa.
Siempre hay un niño que nos cambia la vida, que es
como un ángel, que nos sorprende e interpela. Resulto que la niña de la casa,
al mediodía cuando me fui al trabajo y su madre hacia la limpieza; la pequeña tomo
el papel que teníamos reservado para un regalo especial, el más brillante y hermoso,
la niña lo tomo y envolvió una caja de zapatos. La verdad que el envoltorio no
era de los más presentables. En principio despertaba risas. Pero después nos surgió
el enojo, tanto a su madre como a mi persona, cuando al regreso del trabajo me contó mi esposa lo sucedido.
Nuestro mejor
papel, el reservado para un regalo especial, estaba arruinado por malos cortes
de tijera y ajado por dobleces fuera de lugar.
La madre me contó que había descubierto a la niña en
plena tarea, estragándolo todo. Al decírmelo, enojada, me mostró que la caja
que la niña envolvió para regalo, estaba vacía. Era una caja de zapatos que había
en el galpón hace un buen tiempo.
Nuestra preocupación por los regalos, por las cosas, también
por la comida, la limpieza de la casa, nos presentaba descuidados hacia la más
pequeña. Sus hermanos mayores andaban en sus estudios, fiestas y amigos.
Intentamos que
todo volviera a la normalidad del ritmo vertiginoso que nos exigía tenerlo todo
pronto para la noche del 24, noche buena. Aprovechamos parte del papel, para un
regalo más pequeño, y tiramos la caja al tacho de basura.
A la noche, cenábamos juntos con mi esposa, ajustando
algunos detalles de lo que nos faltaba acondicionar para la fiesta navideña. La
niña que nos escuchaba con atención, termino de comer, se levanto de la mesa,
de tal manera que no interrumpió lo importante que era para nosotros que a
nadie de los seres queridos le faltara un regalo y que la mesa dentro de nuestras
posibilidades tuviera todo lo que se dice que tiene que tener una mesa
navideña. En la sobre mesa, dialogando sobre las mismas cosas, nos dimos cuenta
que nuestra hija menor no estaba entre nosotros. Si bien muchas veces se levantaba
t se iba al cuarto, esa noche algo nos decía que era una ausencia diferente,
los padres tenemos instinto en relación a nuestros hijos.
En un instante se me vino su rostro triste mientras comíamos
y se lo dije a su mama, la cual me expreso que ella presiente que algo fuera de
lo normal está aconteciendo. Ambos nos levantamos nerviosos de la mesa y fuimos
a su cuarto, ella no estaba. La conciencia nos empezó a carcomer, recordando el
enojo que le demostramos por el uso del papel que teníamos reservado. La puesta
del baño estaba abierta, ahí tampoco estaba. Nos acercamos a la puerta de calle
y estaba con los cerrojos que ponemos a la noche. ¿Dónde estaría? Sentimos un
ruido que venía del galpón y desesperadamente corrimos hacia el lugar por la
puerta interna. Gran sorpresa, con sentimientos entremezclados cuando la vimos de
alegría y rabia… Nos habíamos rencontrado con la hija que se nos había perdido.
Ella sentada en el suelo, continúo su trabajo. Había recuperado
la caja de zapatos que le habíamos quitado, le estaba dando forma ya que
nosotros la habíamos aplastado al ponerla en la basura. Nos miramos con mi
esposa y quedamos por un instante paralizado frente a nuestra hija. Y ella nos
miro y nos dijo:- Mama y papa les estoy preparando el regalo de navidad.
Un frió nos corrió por el cuerpo a ambos. La dejamos
que continuara con su tarea y vimos que con hojas de diario otra vez envolvía
la caja vacía. Nos agachamos junto a ella, dejamos salir desde dentro una
sonrisa comprensiva y su mama pregunto: - y cuál es el regalo.
La niña se tomo su tiempo, como para despertar mayor atención
hasta que respondió: -he llenado la caja de mis besos y de tiempo para estar
juntos.
Esas palabras con un tono de voz especial, nos llego
al alma, y nos hizo brotar lagrimas. Este hecho tan sencillo, transformo
nuestra preparación de la navidad y la fiesta misma. Dejamos nuestras
preocupaciones por lo que debíamos hacer y cumplir, y fueron días de disfrutar
plenamente de estar juntos, de encontrarnos con la vistas.
Nuestro principal regalo era una sonrisa, un abrazo y
el cuento de nuestra niña que como un ángel nos cambio el modo de vivir. Esto
contagio a familiares y amigos. Incluso en mi trabajo con los compañeros nos sentimos
más cercanos, más sonrientes, menos apurados y necesitados, de correr detrás de
regalos.
Cada año lo primero que hacemos es dale a nuestra hija
una caja de zapatos, con el mejor papel que compramos en la librería. Entre
rizas todos juntos incluyendo a los hermanos, llenamos de besos, abrazos y
sonrisas la cajita, a la cual no le falta un precioso moño con cinta roja. A la
noche en la cena de sobre mesa alguien se encarga de relatar con sus palabras
el hecho que nos cambio la navidad años anteriores. Nos reímos juntos mirándonos
a la cara.
Abrimos cuidadosamente la cajita preparada para ese
año. Nos sorprendemos del bello regalo y lo compartimos unos con otros. Al día siguiente
andamos sin apuro en nuestros trabajos y encuentros, regalando el regalo recibido.
Haciendo el mismo relato, siempre nuevo, a quienes tienen tiempo para
escucharnos. Por supuesto que si bien siempre preparamos algún regalito para alguien
y una linda cena navideña, hoy nuestros números no están en rojo, ni nuestro
cuerpo estresado. Colorín colorado, agradecemos mucho a Dios, por el ángel que
nos ha enviado.
Nacho
Nacho