¿Vamos a La Laguna…?
Con esa invitación iniciamos un
camino de encuentro y reencuentro, con nosotros, con el otro…con Dios.
El Campamento de la Laguna Merín
pautado para el 18 de enero arrancó
mucho antes, días, semanas, meses antes. Arranca con esa invitación del amigo o
amiga, del conocido o del familiar que encontró ahí su lugar, su asidero. Y te
invitan de la misma manera que te invitan a su casa, porque ir a la Laguna es “volver a casa”.
Y arrancan los aprontes: con
quién ir, dónde nos levantan, en dónde nos quedamos la noche previa al viaje,
con quién dejamos al perro… en fin, acomodar y desempolvar.
Y llega el día, llenos de
expectativas y equipaje, tanto que entramos apretados, aprietan los bolsos, los
miedos, las esperanzas, porque en definitiva “algo va a pasar”.
Emprendemos viaje, largo, cansador y lleno de
alegría, con canciones desentonadas y mal aprendidas, lleno de risas,
rememorando tiempos pasados, anécdotas presentes de viajes remotos y
expectativas futuras. Y en seis horas de viaje a la Laguna, viajamos mucho más…
Sabiendo que otros ya nos esperaban, y que también habían otros pájaros viajando desde más lejos, 700 K por ejemplo, o desde países hermanos de la Patria Grande.
Entonces llegamos!! Nos reciben
los que ya estaban aprontando todo para
esa llegada.
Nos reciben, con el primer almuerzo de sábado al mediodía, con abrazos como si te conocieran de siempre,
invitándonos a sentarnos para descansar y comer. Y te reciben así, como “en casa”, sintiéndote uno más desde el
primer momento.
Después, de sobremesa, la primera dinámica del campamento, que consiste cada día en: un canto, dar lugar a la presentación de los que han llegado, se despiden los que ya no están, escuchamos la palabra biblica del dia, la comentamos y se arman voluntariamente los equipos de trabajo, de cocina y liturgia.
Nosotros recién llegados, nos
presentemos y compartimos qué nos llevó ahí. Al escucharnos uno por uno, oriundos
de distintos lugares (desde Uruguay hasta Cuba) y viviendo situaciones de vida
particulares, todos compartimos el mismo anhelo: Encontrarnos, reencontrarnos
con nosotros mismos. Porque la vorágine del año, la rutina del diario vivir
hace que nos desencontremos, que dejemos de mirar para adentro.
Nos dimos cuenta
que miramos para afuera: el error del otro, lo que no nos gusta del otro, y
entonces nos peleamos con el otro, sin
ver que somos espejos, vemos nuestro propio reflejo en el otro. Y nos
perdemos…perdemos el rumbo y necesitamos volver a encontrarlo para poder ser
felices.
Por eso estamos en La Laguna: para ser felices. Y esta felicidad se
encuentra cuando logramos armonía, y se llega a esta cuando vivimos en amor.
¿Dónde se halla el amor?
Pues…en
Dios.
¿Y dónde está Dios?
Como dijo
Nacho en la misa de la noche, “Dios está
en el otro” y si el otro es reflejo nuestro, Dios está en nosotros. Y está
siempre, pero el ruido que nos rodea no nos permite escucharlo ni sentirlo ni
verlo. Debemos parar para encontrarnos con el otro, escucharlo, conocerlo, abrazarlo,
contenerlo, llorar sus penas y las propias; y es ahí cuando sanamos nosotros.
De esta manera la mochila, que venía pesada, que casi no entraba al iniciar el
viaje, al finalizar el día estaba un
poco más liviana.
Estar en La Laguna
es curar,
porque sanamos en el otro
al
arrimarnos un poco más a Dios.
Es por esto que estar en La Laguna
es “volver a casa”.
Yohana. Floridense
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