El niño esperó con mucha ansiedad la llegada de ése día. La costumbre de cierta cultura indígena es que a determinada edad el niño tiene la posibilidad de ir a cazar sólo al monte.
La última noche ni durmió pensando en la nueva aventura del día después.
Y el día llegó. Esa mañana su madre aumentó el desayuno, pero el rápidamente se alimentó menos de lo acostumbrado. Esperaba el envió de su padre, el cual a media mañana dijo – después del almuerzo y de la siesta puedes partir hijo nuestro.
El niño que esperó años este día, sintió un poco de rabia por la paciencia que presentaba su papa. El almuerzo fue a la ligera, las frutas que habían de postre no las tomó de la mesa. La siesta se transformó en dar una revisada a sus armas de caza y enseguida partió hacia el monte.
El primer tramo de camino lo recorrió casi corriendo. Llegando al monte se puso, atento para la caza de algún animal. A media tarde un venado apareció a lo lejos y falló su primer tiro.
Era tanto su entusiasmo que había perdido la noción del tiempo y la noche lo encontró en pleno monte. Sintió frio y no había traído abrigo. Su hermana se lo quiso dar pero el no la escucho.
Intentó regresar pero daba vuelta y se encontraba con el mismo lugar. Sintió hambre y recordó los alimentos de su casa. Angustiado se golpeaba el pecho.
La oscuridad cubrió el monte y el niño sintió miedo. No tenía energías para seguir caminado, si mucho frio hambre sed y mucho miedo. Comenzó a llorar pensó que su muerte estaba cerca, sabía del peligro de la selva en la noche.
Ya estaba “entregado” (como se dice comúnmente) cuando un pequeño resplandor de luz llega a su rostro. Era la luna llena que se colaba entre los grandes árboles. Siente ruido a su izquierda y se esconde en silencio.
Son pasos de personas y dicen su nombre. Trepa a un árbol tembloroso. Hasta que lo encuentran era su familia que lo buscaba.
Abrazos, lágrimas, un abrigo, pan y agua. Sin ninguna palabra de reproche porque sus padres y hermanos lo Amaban...
Nuestro padre, madre Dios se ofrece como alimeto en su palabra, su cuerpo y su sangre. (Juan 6, 51 -58)
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