VER:
El fin de semana pasado celebramos el día de «los difuntos» que confirma que «creemos que hay algo después de la muerte». Esto se manifiesta en las flores, la velita encendida, la oración por el alma del ser querido. Es un acto fe, es un modo de relación con esa persona que creemos que está de otra manera en algún lugar.
ILUMINAR:
En tiempo de Jesús había un grupo que negaba la resurrección, los saduceos. Ellos afirmaban que todo comenzaba y terminaba en esta vida. Eran muy respetuosos de las leyes cívicas y por eso le plantean una pregunta a Jesús: según la ley si una mujer enviuda el hermano del difunto se debe casar con esta mujer, y en el caso que ocurriera siete veces, después de morir esta mujer, cuando resuciten en el lugar de los muertos ¿cuál será su esposo? ya que los siete estuvieron casados con ella.
Jesús responde con una enseñanza sobre la vida después de la muerte «las relaciones humanas serán de hermandad. Incluso todos viviremos en el mismo tiempo, los que nos precedieron y las generaciones venideras. Porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivientes...» Lucas 20, 27-38
ACTUAR:
Si bien en nuestra cultura la mayoría creen en la resurrección «en una vida distinta» después de la muerte, hay una diferencia entre los que viven concientemente de eso y los que solo se acuerdan cuando «las papas queman».
El que tiene fe de «que de Dios venimos y a Dios volvemos» (creencia de las grandes religiones de la historia humana), y profundiza sobre esa relación entre la vida y el Dios de la vida, también cree en la posibilidad real de relación con ese Dios viviente en todo momento de la existencia humana.
Es muy distinto creerse solamente un individuo, a creerse hijo de Dios acompañado siempre por El. Se transforma la relación con los demás reconociéndolos como hijos del mismo Dios, se transforman en mis hermanos.
El cristianismo no está encontra la vida familiar, pero no se queda solamente en ella, nos invita a caminar a una hermandad universal. Las relaciones de pertenencia familiar, cultural, las relaciones de amistad y la vocación al matrimonio son HUMANIZANTES.
El ser humano nace, crece, se desarrolla en relaciones profundas con otros. Un síntoma evaluable de la personalidad de cualquier ser humano es su capacidad de relación, su permanencia en ellas, su apertura a nuevas relaciones, pero por sobre todo la libertad en esas relaciones.
Crecer en humanidad es crecer en relación. El sentirnos sobreviviendo o viviendo plenamente está directamente relacionado con nuestros lazos de compañerismo, amistad y amor. Vivir es relacionarse bien.
Nacho
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