viernes, 1 de noviembre de 2013

HE APRENDIDO A MORIR BIEN

 
      A uno de los doctores más reconocido de la época antigua le preguntaron qué era lo más valioso que había aprendido en toda su brillante carrera al servicio de la vida. Con una sonrisa en sus labios y la pausa de un corazón en paz respondió para sorpresa de los oyentes
        - He aprendido a morir bien.
    Ante el silencio del auditorio continúo diciendo:- Como médico he podido disfrutar de la alegría de muchos pacientes que han salido mejor del consultorio. Pero desde muy joven me planteé una pregunta ¿Por qué algunas personas en las últimas horas de su vida la viven desesperadamente y otras con tanta paz? Por años me dedique a investigar la razón de una y otra causa tan opuesta.
     Aunque parezca graciosa y simple la respuesta la encontré en el patio de casa, observando a nuestro perro guardián. Cuanto sufría al estar atado de la cadena y cuanto gozaba cuando lo liberábamos. Esto me sirvió para preguntarme ¿Cuáles son las ataduras de nuestra existencia? En mi caso era la casa donde vivía que era de mis padres y algunas otras cosas personales materiales. Me costó cambiar de vivienda pero con el tiempo sentí una gran liberación interior. También cuando me desprendí de las demás cosas que me atrapaban el corazón, que al final son solo cosas que las había supervalorado afectivamente.
     En los pacientes comprobaba lo mismo. Los que más sufren son los que más poseen y los que nada tienen llegan a la hora final en completa paz. Pero también hay otra cadena mucho más atrapante que son el odio o el rencor. Misteriosamente en las personas graves se escucha mencionar con mucha rabia a las personas con las cuales están enemistadas. Y esto es causa de sufrimiento aunque el otro no se dé por enterado o incluso este muerto.
    Desde que descubrí esto siempre recomiendo los remedios que más bien me han hecho “la comprensión y el perdón”. Que el otro no cambie o no se arrepienta es problema de él, pero lo que si podemos hacer es desprendernos de su equivocación o la nuestra cuando somos nosotros los que nos hemos equivocado.
    Creo que he aprendido algo importante en la vida, curar es bueno pero en definitiva algún día todos moriremos, por lo tanto aprender a morir bien es lo más valioso que he aprendido.
  Ese es mi testamento: procurar que después de cada encuentro los otros se vayan un poco mejor de lo que han venido, no poner nuestro corazón en nada material y todas las veces necesarias perdonarnos y perdonar.
   Desde la redacción compartimos algo de lo aprendido, y nos unimos en oración a todas las personas que viven el día dos de noviembre recordando de manera particular a sus seres queridos fallecidos, confiados que están gozando de la vida eterna junto a Dios. Esa es la fe de nuestro pueblo sencillo cuando enciende una velita, ofrece flores o reza alguna oración y la propia misa, cree en un modo misterioso de comunicación, ya que si pensara que estuviese totalmente muerto en el cementerio nada de esto tendría sentido.
   Mientras que el colonialismo de siempre masificador propone otro tipo de fiestas, nosotros seguimos festejando la Pascua Cristiana que dice que la muerte ha sido vencida… solo nos queda creer y prepararanos para morir bien que en definitiva es vivir buscando la justicia y la libertad para todos. El amor nunca ata, porque amar es darse sin esperar.
El Colibrí

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