jueves, 3 de marzo de 2016

El perdón: la alegría de soltar el dolor


La neurosis

Un barco. Zarpa del puerto y por un determinado tiempo navega recorriendo mares. Cada tanto entra a un puerto para abastecerse de combustible, víveres, etc. Vuelve a zarpar. Esta realidad de quietud momentánea y luego de movimiento configura la existencia “saludable” del barco.

Un barco que no se detiene nunca o un barco siempre en puerto no expresa la posibilidad real o sana.

Un barco siempre en puerto es un barco enfermo. Uno en permanente movimiento no existe. La “salud” tiene que ver con el movimiento alternante. También nosotros nos movemos durante el día y vamos haciendo pausas (alimentación, descanso).

Este movimiento doble atraviesa toda nuestra vida en pares de opuestos: frío-calor, alto-bajo, bueno-malo, justo-injusto, etc. También en nuestra vida psíquica se cumple esta regla. El Dr. Berta, un genial psiquiatra uruguayo, le llamaba el “asir y soltar”. Necesitamos asir: tomar, tener; y necesitamos soltar: dejar, liberar.

Palabras neuróticas

Si no podemos ejercer la libertad de soltar —experiencias, personas, cosas, afectos y hasta pensamientos— desarrollamos una neurosis. El apego es necesario, pero cuando se vuelve permanente se transforma en una patología. El apego saludable es momentáneo pues deja paso al cambio, a la liberación.

Grandes psicólogos (Watson, Janet, Künkel, Jung y otros) de muy diversas escuelas han coincidido en esta perspectiva: la neurosis se define por lo que se cronifica, entrampa, detiene, endurece, rigidiza, queda atrapado.

De hecho las palabras más neuróticas de nuestro vocabulario coloquial y cotidiano son: siempre -nunca, todo-nada y únicamente-no hay otra manera. Su contundencia y dureza no son humanas en realidad. “Siempre hacés las cosas mal”, “únicamente acepto que sea de esta manera”, “todo está mal”, “nunca te equivocás”.

La realidad es que a veces nos equivocamos y en otras acertamos. A veces las cosas hay que hacerlas de una manera y en otras hay que cambiar. A veces las cosas están mal y otras están bien, etc. La totalidad y la unilateralidad (siempre y de una única manera) nos llevan a la cronificación y endurecimiento neurótico. Y es esta dureza y falta de flexibilidad que nos genera enojos y sufrimiento.

La libertad

Tomo una manzana. Mi mano hábil se cierra sobre ella y la contengo cerrando el puño. Me siento muy satisfecho por tenerla. Pero al cabo de un tiempo mi mano cerrada sobre la manzana se comienza a cansar. También me doy cuenta que se transforma en una dificultad para seguir utilizando esa mano “ocupada”. Abrir una puerta, tomar el pasamanos del ómnibus, cortar la milanesa a mi hijo, estrechar otra mano. Me comienzo a mover con incomodidad y torpeza pues mi otra mano no es tan hábil. Tengo mi manzana, y sin quererlo ni pensarlo me he vuelto su esclavo. Ahora es ella quien me tiene a mí.

Cuando “tengo” algo soy dueño y esclavo a la vez. Entonces decido un nuevo gesto: abro la mano y la manzana cae sobre la mesa. Ahora está liberada y yo también recuperé mi libertad. La libertad implica estos gestos opuestos y complementarios: asir y soltar. El neurótico no puede hacer este doble gesto existencial.

Cómo vivir lo que nos pasa

La mano persiste crispada y no suelta; no sabe, no puede, tiene miedo. Va por la vida con el absurdo de estar adherido a su manzana —un acontecimiento, un pensamiento, una manera de ver o reaccionar— con la torpeza que esto implica. El neurótico toma algo (gesto normal) pero lo hace para siempre perdiendo la frescura del gesto que necesita renovarse, profundizarse, desarrollarse.

La clave está en la libertad espiritual interior. Esta íntima libertad nos permite tomar una postura; pues no es lo que nos pasa sino lo que hacemos con eso que nos pasa. Este ejercicio de tomar una postura ante lo que se nos presenta (incluso nuestra propia neurosis o motivo neurótico) implica aceptar esa reserva de libertad interior que nos permite posicionarnos consciente y sanamente. Ante lo más dramático: una pérdida, una enfermedad, podemos elegir cómo queremos vivir esa situación. Podemos vivir pasivamente con autocompasión, cobardía, tristeza o podemos elegir vivir esa situación con serenidad, dignidad, coraje, altura espiritual. Si no ejercemos la libertad de soltar... desarrollamos una neurosis Así como un barco necesita detenerse en el puerto, la salud requiere alternar los ritmos también


Te comparto esta simple y hermosa leyenda


Dos discípulos van caminando por un sendero y llegan a un río. Allí ven a una mujer joven que no se atreve a cruzar el río, caminando sobre las rocas emergentes. Uno de los discípulos, el mayor, se adelanta, la toma en brazos, cruza con agilidad la corriente de agua y la deposita, sana y salva y sin mojadura, en la otra orilla.

La deja allí y sigue su camino.

Los dos discípulos siguen caminando toda la jornada en silencio. Al caer la tarde, de pronto, el segundo discípulo, indignado, le dice al primero, que ayudó a la mujer: ¿Cómo has podido hacer el acto de tomar a una mujer en brazos, que nos está prohibido?.

El primero responde: llegué al río y vi a una mujer que no sabía ni se animaba a cruzarlo, la tomé en brazos, la llevé a la otra ribera; la deposité en tierra y me olvidé de ella. Pero veo que tú sigues pensando en ella.

El discípulo mayor pudo entrar y salir de la situación con libertad. El gesto solidario estuvo por encima de la norma fría. La espontaneidad del gesto le dio la pureza que el otro no tuvo. El segundo, aferrado neuróticamente, quedó prisionero toda la jornada de su juicio miope que solo vio un plano superficial. El primero recorrió la jornada con sencillez y salud, el otro camino aferrado a su enojo y recriminación.

El perdón

De acuerdo con la Real Academia Española, las palabras perdón y perdonar provienen del prefijo latino per y del verbo latino donare, que significan, respectivamente, “pasar, cruzar, seguir adelante, pasar por encima de” y “regalo, obsequio, donación”.

El perdón también remite a este movimiento saludable de “soltar” un enojo, un dolor, una herida. Nuestra vida en relación hace que frecuentemente nos sintamos heridos. Una palabra, una mirada, una acción o una omisión (algo que no hacen por nosotros y que esperábamos) nos genera una ofensa. Esto es inevitable. Algunas veces puede existir una intencionalidad y en otras no.

En ocasiones nosotros podemos ser nuestros propios agresores a través de conductas, experiencias, maneras de pensar o de sentir que no nos hacen bien pues son tóxicas o patológicas.Y también podemos cargar con los errores y dolores familiares. Situaciones no resueltas que vamos heredando en nuestro sistema familiar y que se van trasmitiendo de generación en generación.

De esta manera el perdonar (a los otros, a nosotros y a nuestra historia familiar) configuran este desafío de “saltar” por encima de aquel dolor o enojo que nos detienen en nuestro crecimiento psicológico y espiritual.

La salud se recupera cuando puedo “soltar” eso que me resiente, bloquea, paraliza, impide avanzar.Mucha energía psíquica está comprimida y atrapada en estas situaciones. Desbloquearlas nos devuelven un montón de alegría, vitalidad y libertad muy necesarias para sentirnos sanos y con ganas de vivir.

La alegría de vivir

Como nos recuerda la etimología del vocablo el perdón es un regalo. Perdonar habla de la agilidad del alma, su flexibilidad, amplitud, profundidad y altura. Es un regalo que nos hacemos y que hacemos con los demás y con nuestra historia familiar. El perdón convoca lo más sabio y generoso que se encuentra en nuestro mundo interno.

El perdón nos conecta a lo más sensato y humilde en nosotros. “Nada de lo humano me es ajeno” escribía Terencio en la antigua Grecia. ¿Por qué juzgo? ¿Quién me dio ese lugar de juez? El juicio nos endurece, distancia, enfría en la relación con los otros o conmigo mismo (y nos genera mucho enojo o dolor). Lo que juzgo y critico nos puede ayudar a humanizarnos si con honestidad acepto que alguna vez pensé, hice o quise hacer eso que censuro. Y si no fue así debo aceptar que yo no estoy en esa situación que veo y analizo. Quizás si me pongo en los zapatos de ese otro haría algo muy similar.

Como psicólogo, veo cada día la fuerza destructiva de la ausencia de perdón. Y en ocasiones con consecuencias nefastas en la salud física, a través de enfermedades que en el fondo se alimentan con esta negativa o imposibilidad de perdonar- perdonarnos. Naturalmente no es fácil. Particularmente en el plano afectivo no es sencillo “soltar” un dolor. Somos seres sensibles y

nos afectan las espinas del mundo. Necesitamos la ayuda, el poder, la fortaleza que nos viene de lo Alto. De esta manera el perdón se transforma en una posibilidad ilimitada y podemos perdonar hasta “setenta veces siete” (Mt 18, 21-22).

La gran filósofa y mística Simone Weil decía “la extrema grandeza del cristianismo proviene de que no busca un remedio sobrenatural para el sufrimiento, sino un uso sobrenatural del sufrimiento”. El perdón tiene que ver con esta capacidad sobrenatural que Dios nos regala. Para poder “soltar” y “saltar”, el trampolín es Dios. Cuando nos apoyamos en esta bondad, libertad, agilidad interior, amplitud y generosidad, recuperamos la alegría de vivir. Avanti, sempre avanti!

Leonardo Buero

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