jueves, 10 de septiembre de 2015

“QUIEN QUIERA SEGUIRME…”

A cada uno le llega su hora, a distinto tiempo y edad. A cada uno le llega su hora de preguntarse sobre el porqué de las injusticias, el porqué de las enfermedades, la traición y la muerte. En el tiempo de crecimiento, en tiempos de mucha actividad, mayormente no tenemos tiempo para hacernos preguntas existenciales como estas. Pero a cada uno le llega su hora, ya sea en una situación límite, después de un acontecimiento que cambia todo su entorno, en la pérdida de algo o de alguien muy querido, en la enfermedad o la vejez. A todos les llega su hora...

En este caso se trata de un hombre común. A este hombre le llegó su hora, la hora de buscar un encuentro con Dios. Los hijos estaban grandes, con su vida hecha, falleció su esposa, la compañera en las buenas y en las malas y el hombre se sintió un poco solo. Tenía un grupo de amigos, pero la relación era por temas laborales o actividades deportivas…

Entonces decidió buscar a Dios, y comenzó a visitar las distintas propuestas espirituales y religiosas que había en su ciudad. Participó de alguna excursión a lugares donde se hablaba de apariciones, de milagros y sanaciones. Buscando encontró ofertas bien diversas, tales como la promesa de “prosperidad económica”, “curaciones de todos los males físicos y emocionales”, le ofrecieron “experiencias de autoayuda, de sanación y desarrollo del yo profundo”, sin faltar las que lo invitaron a participar en actividad “solidarias con los más pobres” y “los que celebraban con alegres alabanzas”.

Si bien en todos los grupos humanos encontró algo bueno, el hombre quedó admirado por el encuentro con otro hombre y su grupo de discípulas y discípulos. No pudo contar con palabras lo que fue sucediendo en su interior con el tiempo de participar en aquella comunidad que tenía a un tal Jesús como su único maestro.

Fue recibido, sin tener que presentar ningún currículum ni contar nada de su vida. Solamente se le preguntó su nombre y si estaba dispuesto a cargar con su cruz. Poco a poco fue entendiendo según lo que iba viviendo y viendo en los demás que: el sufrimiento es inevitable, es parte de la vida y de las relaciones humanas.

Se encontró con un hombre que nació en un pesebre, debió emigrar con su familia, vivió la pobreza en carne propia. Trabajador manual, predicador ambulante, traicionado, apresado, torturado, asesinado… El encuentro con este hombre conocedor del verdadero y profundo “sufrimiento humano” le dio un sentido diferente al sufrimiento de nuestro amigo.

En relación con esta comunidad que se llamaba cristiana, dónde continuamente unos y otros tenían que recurrir a la infinita Misericordia de su Maestro y a su vez compartir el perdón recibido, a los que les pedían perdón. En esta comunidad, con el espíritu de ese tal Jesús nuestro amigo encontró la fuerza para cargar su cruz, para convivir con sus sufrimientos corporales y afectivos.

Todo se hizo distinto con la fe en el Resucitado. En su experiencia comunitaria vio pasar a muchos que se fueron por no encontrar solución a sus problemas, o que se iban por no poder convivir con personas con defectos y carencias.
(Marcos 8, 27-35)
Nacho

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