He tenido la oportunidad de
viajar a Uruguay, con motivo de la Ordenación sacerdotal de Fray Adeildo Do
Santos, nunca había pensado estar en este país, del cual no se mucho, pero aquí
estoy, y no me la creo.
Cada día de este viaje ha sido
una experiencia nueva y renovadora, desde sus paisajes, sus comidas, sus
costumbres, y obviamente desde de sus habitantes con todo lo que son y hacen.
Todo comenzó en Colombia, cuando
fui invitado por Adeildo a acompañarlo en su ordenación. La presencia de Dios,
que nos da muchos gustos sin merecerlos, no se hizo esperar, ya que unos amigos
me pagaron el pasaje y aunque pensaban viajar conmigo, ellos no pudieron
hacerlo. Sin contra tiempos ni traumatismos viajé Bogotá, Lima, Montevideo, Rio
Branco, todo un día entre aeropuertos, gente y lecturas porque curiosamente no
tuve con quien conversar en las salas de espera y menos en los aviones, ya que
de Bogotá a Lima, la pareja que venía al lado no hizo sino dormir, y de Lima a
Montevideo me tocó la compañía de dos sillas vacías, así que dormir, orar, leer
y divisar por la ventana.
Pero Dios me tenía reservada una
muy grata conversación tan pronto llegara a Uruguay, el Padre Nacho, quien me
recibió en el aeropuerto de Montevideo y conduciría el auto hasta Rio Branco,
me hizo sentir como en familia, ya que su sonrisa y su amena conversación me
auguraba un buen viaje lleno de aprendizaje y descubrimientos.
Las diversas preguntas y
respuestas sobre nuestros mutuos países y realidades eclesiales se fue
sirviendo como alimento y nos servía de mesa esta inmensa planicie uruguaya,
hermosamente adornada de brillo y verdor.
En medio de todo lo compartido
vendría lo mejor, al borde del camino una pareja de caminantes, una chica muy
europea y un chico muy latino, dos mundos en una pareja. Estaban solicitando
quien los adelantara un poco en su camino. Por la conversación en el recorrido
nos dimos cuenta que llevaban unas seis horas esperando quien les daba un
empujón en el auto.
Mi primera sorpresa y choque
mental ocurre cuando Padre Nacho dice pleno de alegría y movido como por la
fuerza de un rayo.. vamos a llevar estos caminantes…y sin demora se detiene, y
baja para abrirles el maletero. Ocurre en mi interior algo propio de mi ser
colombiano acostumbrado a la violencia en los caminos, ..pero como los vamos a
llevar sin conocerlos, pero justamente era lo que estaba pasando conmigo, me
traen en este auto sin conocerme…..entonces, ¿por qué a ellos no? Y ocurrió mi
primer des aprendizaje.
Inmediatamente reemprendimos el
camino, comenzó también el diálogo, direccionado por el Padre Nacho a descubrir
quiénes éramos, de dónde veníamos y obviamente terminaríamos descubriendo para
dónde iríamos. Me quedó de este encuentro con los chicos caminantes un sabor de
confianza pues no todo el que vemos en la calle con morral y cabellos largos es
un chico malo, aquí íbamos con dos que querían vivir de manera diferente y
artos de mundo y bullicio para vivir en comunidad cuidando y cultivando la
tierra. Me renové de esperanza porque vi que la amistad, el encuentro de
corazón con el otro, rompe fronteras y acorta las distancias, me llene de su
ejemplo porque nos abrieron el corazón, nos compartieron con sinceridad sus
temores, angustias e ideales, nos mostraron que es posible compartir hasta lo
más mínimo y refrescante como fue el agua que traían sacada de un pozo y
envasada con el sabor a profundidad.
Cinco horas de viaje por las
planas carreteras uruguayas, cinco horas de preguntas y respuestas, cinco horas
de sonrisas y silencios reflexivos, cinco horas para llegar a descubrir que es
mas lo que nos une que lo que nos divide, pues aquello que comenzó como mero
transporte se convirtió en ocasión para pensar en salvación y vida eterna, en
buscar dentro las semillas del Reino, en fuente de nuevas posibilidades, porque
cuando los dejamos nuevamente al borde del camino ya no éramos desconocidos, ya
no era un ellos, pasó a ser un nosotros, ellos se llevarían algo de nosotros,
nosotros nos quedábamos con su agua y su historia.
Unos chicos del camino me
hicieron recordar al ciego Bartimeo, que su encuentro con Cristo lo sacó de
vivir al borde y lo puso en el camino. Así mismo hoy somos más los que en el
encuentro con el hermano podemos experimentar dejar de estar al borde del
camino y comprometernos para avanzar juntos por el centro del Camino.
NOTAS DEL VIAJE A URUGUAY
Pbro. Jorge Ernesto Zapata Ochoa
Nota 1
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