martes, 13 de junio de 2017

Una familia misionera entre nosotros


CONOCIÉNDONOS PARA CRECER 
EN  COMUNIÓN - BIOGRAFÍAS
Los esposos Mirna y Rafael Acevedo, con sus dos hijos Mateo (5 años) y Nahúm (3), llegaron desde El Salvador para vivir durante tres meses en nuestra Diócesis como familia misionera, invitados por la asociación “Voluntarios de la Esperanza”. Pertenecen a la parroquia del Buen Pastor, en la Diócesis de Sonsonate, cuyo Obispo les entregó una carta de envío misionero.
- ¿Cómo se les ocurrió salir a hacer esta experiencia de misión ?
- En nuestra parroquia pertenecimos a grupos juveniles, participamos en la Legión de María y a través de la JUMI (Juventud Misionera) salimos a otros países de Centro América.
- ¿Cómo llegaron a Uruguay, un país tan lejano?
- Estando de misión en Costa Rica, como por casualidad (aunque sabemos que es el plan de Dios), en una conversación que no era conmigo, una joven hablaba con un sacerdote de otro sacerdote en Uruguay que apoyaba y ayudaba a jóvenes que tuvieran inquietudes de misionar, ofreciéndoles una experiencia. Me incluyeron en la conversación y me recomendaron contactarme con él. El sacerdote en Uruguay era el Padre Mim-mo Baldo. A través de él y los Voluntarios de la Esperanza hemos llegado hasta aquí.
Creemos que Dios fue poniendo todos los medios. A veces parece que es casualidad como suceden las cosas; pero sabemos que es Él quien dirige todo y aunque nosotros dimos una respuesta, es Dios el que nos ha concedido venir a Uruguay a hacer esta experiencia.
- ¿Y los niños?
- Andar con niños siempre será un problema para cualquier cosa. Lo es para un maestro, un catequista y lo es para un papá. Y nos costó mucho tomar esta decisión porque siempre nos preocupa su bienestar y no sabíamos qué realidad nos esperaba: si era una región de dificultades donde ellos pudieran ser más afectados que nosotros que ya somos mayores y que decidimos por ellos. Y también porque a veces un niño no tiene la conciencia total como para comportarse antes las personas. Todo esto recae sobre nosotros que somos sus padres y responsables de su educación. Haber decidido traerlos ha sido una de las decisiones más grandes que hemos tomado en nuestra vida, porque no solo los traíamos a un país lejano, al que no conocíamos, sino que también los alejábamos de sus demás familiares y amiguitos con los que juegan y van a la escuela para venir a un país donde son diferentes culturas, diferentes comidas, y aunque el idioma es el mismo, cambian algunas palabras y el acento es diferente.
- ¿Cómo se han sentido en esta experiencia en Uruguay?
- Al principio nos costó un poco adaptarnos, pero al pasar las semanas fuimos sintiéndonos en familia, en donde todos somos diferentes; pero eso es lo más natural en toda familia y nos hemos entendido bastante, pese a las inquietudes de los niños nuestros. En el trabajo evangelizador también sentimos una gran diferencia, porque todo es nuevo y nada se parece a los mecanismos de evangelización que realizamos en nuestro país. Nos pusimos al servicio y acompañamos la comunidad del barrio Ruiz en la Capilla Virgen de los Treinta y Tres, colaboramos en el oratorio, jugando con los niños y ofreciendo nuestra disponibilidad para lo que fuera necesario. Hemos recorrido el barrio varias veces invitando los niños y las familias a concurrir a la capilla para participar de las varias actividades.
- ¿Alguna experiencia que les haya marcado en especial?
   - Varias. La visita a la Fazenda de la Esperanza, donde vimos un apoyo importante a la dignidad de la persona humana. Uno puede considerar que es sólo psicológico, pero hemos visto cómo se introduce la dimensión espiritual. 
  En la visita a la cárcel nos marcó muchísimo compartir con los jóvenes que están allí. Nos dejaron una gran enseñanza en cuanto a la aceptación que ellos tienen de sus errores; ellos dicen “estamos aquí por algo” y lo reconocen. También en la apertura que ellos muestran hacia lo espiritual. Participaron en los encuentros que nosotros hicimos a veces mejor de como lo hacen personas que estamos en grupos de Iglesia. Me conmovió ver como ellos, a la hora en que nos despedimos se quedaban alegres… no aparecía esa especie de envidia de saber que yo me quedo encerrado y los demás ya van a estar libres.
La peregrinación al Cerro Largo nos enseñó muchísimo. Vimos personas de avanzada edad subir con gran sacrificio esas cuestas y llegar arriba alegres de haber cumplido su meta con fe y convicción.
Nos llevamos la mente llena de bonitos recuerdos y el corazón alegre de haber compartido estos meses de misión en esta tierra y agradecemos perdurablemente a la Asociación de los Voluntarios de la Esperanza por esta oportunidad.
- Rafael, cuando dos amigos uruguayos se encuentran, decimos “che, tenemos que hacer un asadito” ¿Qué dicen dos amigos salvadoreños?
- Decimos “nos vamos a echar unas pupusas”.
- ¿Y qué son las pupusas?
- Es el platillo típico nuestro, de El Salvador, el más común. Es masa o harina de maíz con una mezcla de frijoles (porotos) con queso, que lleva en medio. Se redondea y se pone a cocer en una plancha o sartén. Esto se mezcla con otros ingredientes que ponemos aparte, que llamamos “curtido” y es repollo partido con tomate. Cuando uno invita a comer a un amigo, eso es lo que le invitamos a comer: unas pupusas.
- Así pues, Rafael: si vuelves por Uruguay te esperamos siempre con un asadito y si va alguno de nosotros sabemos que nos esperan con pupusas.

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