jueves, 12 de marzo de 2015

EL AMOR VERDADERAMENTE NOS ELEVA

    Venimos de celebrar el día de la mujer y sigo saboreando algo que escuché de un jugador de fútbol, definiendo lo masculino como distinto de lo femenino. Este jugador compartía dónde estaba el misterio de su fortaleza anímica: 
«desde muy pequeño comencé a jugar al fútbol 
 y siempre fui elegido para patear los penales. 
Lo que más agradezco a Dios 
es que mis padres siempre me acompañaron a todas las canchas.
 Y antes de tirar cada penal siempre tuve claro que hacer después…
 si convertía, corría hacia mi papa,
 que me elevaba en el aire
 y me hacía sentir que estábamos ganando el campeonato del mundo.
 Si fallaba el penal,
 corría hacia los brazos de mi madre,
 que me esperaba con los brazos abiertos siempre, 
 esto me elevaba para seguir adelante».
   Los discípulos no entendían, cuando Jesús  les  decía que iba a ser elevado a lo alto para que todos los que crean en El tengan vida eterna,  porque Él no fue enviado para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve. El sentir de los discípulos  era como el sentir mundano,  de que Jesús iba a ser elevado al trono siendo el nuevo rey.
Jesús  sabía que no era  entendido y por lo tanto que iba a ser abandonado… también les dijo  «la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acercan a ella, por temor a que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios». (Juan 3, 14-21)
Todos hemos sido creados para crecer. Lo distinto es si elegimos crecer desde  la luz o desde las tinieblas. Crecer en  la luz es reconocerse en verdad, con aciertos y errores. Es saberse en camino, necesitado de los brazos femeninos de Dios que nos acojan mil veces por los penales no acertados. Quien elige este camino de crecimiento, desde su verdad, se relaciona con los demás sabiendo que los otros también tienen aciertos y errores. Con la experiencia sagrada que para seguir creciendo todos necesita-mos de unos brazos de madre que nos den la posibilidad de seguir adelante, que nos hagan sentir que a pesar de haber fallado podemos volver a la can-cha y seguir jugando.
El que elige vivir desde las tinieblas, vive en un mundo muy confuso, se miente a sí mis-mo. Generalmente señala al mal fuera de sí, quejándose de las circunstancias y sintiéndose un desdichado. Presentándose ante los demás como un pobre infeliz, o a la inversa se enmascara y dice que todo está muy bien, actuando casi como un súper hombre. En ambos casos no logra relaciones verdaderas y profundas.
          La mayoría de las personas en tiempos de Jesús no lograron relacionarse con él como amigo. Unos le escaparon o quisieron aniquilarlo por su luz. Otros lo idealizaron, lo soñaron como rey y después se sintieron defraudados.
         Hoy en día, Jesús es claro: «quien quiera seguirme que tome su cruz y me siga… mi Reino no es de este mundo… la semilla que no muere no da frutos… al discípulo le irá igual a su maestro». Jesús nos ofrece su amistad y su camino, en cada uno de nosotros está elegir vivir desde la luz o no. El no vino para juzgarnos, pero podemos vivir condenados, juzgándonos a nosotros mismos sin misericordia o juzgando a los demás exigiendo perfección. Dejémonos salvar por él, comenzando por aceptarnos y aceptar la vida tal cual es con aciertos y errores, pérdidas y ganancias, encuentros y desencuentros, solo desde ahí se puede crecer. Quien se siente amado y se ama es quien puede amar y este es el grado más elevado de ser humano: AMAR. Que es darse sin esperar.
Nacho

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