Quien quiere ver a Jesús, debe emprender el camino del grano de trigo que se entierra en el surco y a su tiempo dará muchos frutos. Quien no lo hace puede elevarse en saberes, riquezas y poderes, pero al final morirá solo, sin dar vida. El que se apega a su vida la perderá, y el que no se considera dueño de su propia vida, en la entrega será fecundo, resucitando en la vida eterna. El que quiera encontrarse con Jesús debe seguir su camino, el servidor debe estar donde su señor, si es así, siempre estarán junto uno con el otro. La cruz es parte del camino, por lo tanto la persecución, la traición, la calumnia, el dolor y la muerte son signos de que se va siendo cristiano. (Juan 12, 20-33)
En nuestros tiempos, en el mundo entero y en nuestra realidad cercana, se presentan super hombres que prometen la salvación del pueblo: «a mí me está yendo muy bien y haré que a ti te vaya igual». Incluso hay propuestas espirituales basadas en un ser «super poderoso» que todo lo cura, todo lo hace mejor. También dentro de nuestra Iglesia católica hay personas que se presentan como nuevos mesías, utilizando a Dios como una mano santa milagroso.
A lo largo de la historia en la noche de los pueblos, cuando arden los fuegos de paja y dominan los opresores, siempre el Espíritu Santo inspira a profetas, creyentes de una u otra religión, o sin pertenecer a ninguna, que desde una comunidad religiosa, grupo social o político son como estrella de luz para los que quieren la hermandad universal, sin oprimidos y sin opresores. Entre ellos esta Arnulfo Romero, obispo del Salvador, del cual compartimos algunas palabras surgidas de su cercanía al Pueblo oprimido y a Jesús, que lo llevaron a ser asesinado por los poderes burgueses y militares de América latina al servicio de EEUU.
Hombre amado como santo, por muchos salvadoreños deseosos de la justicia en el mundo entero, ahora reconocido oficial-mente por la Iglesia como tal. En él, la palabra de Dios se cumple:
«la semilla que muere en el surco,
por el bien de los de abajo,
dará muchos frutos,
transforamándose en señal de luz
en el camino hacia la vida eterna».
Nacho
«... He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano
no creo en la muerte sin resurrección:
si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño...
El martirio es una gracia de Dios, que no creo merecer.
Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida,
que mi sangre sea semilla de libertad
y la señal de que la esperanza pronto será una realidad.
Mi muerte, si es aceptada por Dios,
sea para la liberación de mi pueblo
y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede decir usted, si llegan a matarme,
que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.
De esta manera se convencerán que pierden su tiempo.
Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios,
que es el Pueblo, nunca perecerá.
HOMILÍA MONSEÑOR ROMERO - 24 DE MARZO DE 1980
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