Recuerdo cada detalle de aquel 22 de marzo de 2010. Recuerdo el madrugón, la ida a Tres Cruces y la gente que nos acompañó a las 6 de la mañana. Recuerdo el cruce en barco a Buenos Aires y el traslado en taxi del puerto a la terminal de Retiro. Recuerdo el almuerzo en la terminal y los mensajes de texto a Wilson coordinando nuestra llegada a General Lavalle. Recuerdo nuestra caminata por algunas calles de Buenos Aires y cómo perdimos el ómnibus a San Clemente por tener mal la hora en mi reloj. Recuerdo la espera del próximo ómnibus, el viaje hasta San Clemente y el recibimiento de Wilson, junto a Christian y Renato, el chofer. Recuerdo que paramos un minuto en la playa de San Clemente para sacarnos fotos y luego seguimos a General Lavalle. Recuerdo la llegada a la parroquia, el instalarnos en nuestros cuartos y los mensajes a la familia para avisar que llegamos bien.
Y recuerdo los sentimientos que me acompañaron ese día. La alegría y el “no lo puedo creer” de dar finalmente ese gran paso, de concretar un sueño que mientras se gestaba parecía tan lejano. La angustia de la despedida, que ni quise expresar en los abrazos para no quebrarme (aunque ya me había quebrado varias veces los días anteriores). La incertidumbre de lanzarme a algo que no sabía a qué me iba a llevar ni cómo lo iba a vivir; pero también la certeza de que era el paso que quería dar. Y recuerdo una sensación generalizada como de estar flotando, de no estar centrada o arraigada en ningún lado, de vivir algo en lo que nada me resultaba familiar.
Un año después lo vivido me parece asombroso. Haberme animado a partir; haber continuado pese a algunos rumbos perdidos, algunos desencuentros y otros sufrimientos; haber concluido el viaje juntos 8 meses y medio después… todo me parece increíble.
Un año después el desafío es recuperar lo vivido en lo que me provocó, asombró, sedujo y cuestionó, para hacerlo carne en el hoy y ahora. Un hoy y ahora que también es opción mía; ese elegir estar acá en Montevideo, viviendo con mis compañeras, aceptando el desafío de un nuevo trabajo. Un hoy y ahora en el que voy intentando hacer presencia el aprendizaje del viaje en las opciones ya tomadas, y en el que voy buscando nuevos caminos y golpeando nuevas y viejas puertas. Porque así como Dios me acompañó y cuidó durante todo el viaje, también me llamó a la puerta varias veces y aun me sigue llamando. Queda entonces terminar de abrir esa puerta, invitarlo a entrar y aceptar el llamado que con insistencia viene haciendo.
Un año después vale decir nuevamente GRACIAS. Gracias a los que acompañaron el sueño y se entusiasmaron con nosotros, y a aquellos que nos cuestionaron ayudándonos a clarificar nuestras búsquedas. Gracias todos los que encontramos en el camino, por abrirnos las puertas de sus casas y corazones, invitándonos a experimentar la gratuidad y el encuentro con ese Jesús que habita en cada uno de ustedes. Gracias a los que nos acompañan en este aterrizaje que es parte de otro viaje pero con el mismo deseo de vivir radicalmente el Evangelio. Gracias a Erik por compartir la locura de este sueño, por la búsqueda permanente e insistente de un viaje que respondiera a nuestros deseos, por caminar conmigo aun cuando mi andar era más lento, y por seguir apostando a una vida al estilo de Jesús.
Male
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