Una mamá indígena bendecía a su hijo recién nacido diciéndole en su idioma,
mirándolo a los ojos y acariciando sus manitos:
“eres bueno, sano y generoso
porque eres
un pedacito de nuestro dueño,
eres hermano de los hombres,
del pez, del pájaro, la urina,
y todo animal;
tu casa es nuestra casa, el patio,
el río, el monte;
tu camino es nuestro camino,
el viento, las estrellas, el sol”.
Palabras, miradas y caricias que se dan como bendición durante los primeros años de vida.
Que le van diciendo que es bueno, sano, generoso, hermano de todo ser vivo.
Desde el nacimiento escucha que toda la creación es su casa y que tiene un camino de vida con ciertas guías.
Conociendo esta costumbre indígena me toco recibir a un profesional que visitaba a esta comunidad. El cual expresaba miles de carencias materiales, en cuanto a salud y a educación formal que él veía, con la mirada de la ciudad de donde venía. Después de sus palabras, que también eran miradas y gestos que trasmitían cierta lastima, pena sobre los indígenas, le conté de la bendición que había aprendido de una abuela y que en ese mismo momento estaba dándole un niño a su hermanita de meses.
El forastero se contuvo en dar una respuesta apresurada y empezó a contemplar la vida que se estaba dando en el patio de aquella comunidad. No se veía violencia alguna, cada persona según su edad, sus dones estaba aportando algo en aquel grupo. Incluso una persona que le faltaba una pierna y un anciano había perdido la visión. Ambos desgranaban maíz tan sereno como la mujer que mateaba mientras la olla hervía a fuego lento, y los hombres que masticaban coca en círculo recibiéndonos como hermanos. Nadie se sentía más que nadie, y cada uno hacía lo que tenía que hacer en ese momento sintiéndose muy bien. Los animales eran parte de la comunidad cada uno en su lugar ya que cuando el perro se quiso echar en el cuero que juegan los niños, la mirada del abuelo y unas palabras lo enviaron hacía donde estaban los demás animales. La briza hacía del ambiente un lugar muy agradable y el sol entre las ramas nos cambiaba de luces que por momentos disfrutábamos y a veces nos pedía movernos a otro lado del patio.
Llegó la hora del almuerzo y el arroz con charque rebosaba los platos acompañado de mote (maíz cocido) para todos los visitantes en primer lugar...
Tiempo después este profesional de regreso en su ciudad nos escribió una linda carta contándonos de cuanta pobreza de bien, ternura, solidaridad, cuantos problemas ecológicos encontraba en su cultura llamada civilizada...
Agregaba que había comenzado por percibir la briza, disfrutar de los rayos de sol, contemplar las estrellas y se encontraba con muchas bendiciones. Agradecido por tener una madre en silla de ruedas que estaba viva y le contaba cuentos de cuando su padre le regalaba rosas...
Terminaba la carta diciendo que cada ves que veía un niño, especialmente los emigrantes africanos se acercaba y les daba la bendición que había aprendido:
“tu eres buenos, sano y generoso hijo del mismo Dios que el de mis hijos...”
En la Pascua de ese año propuso en la mesa dar la bendición a todos los presentes, despertando risas pero creyendo que algo siempre queda...
Domingo de bendición de Ramos, comienzo de semana santa, creemos que aquel l rey que entró en un burrito a Jerusalén llamado Jesús de Nazaret nos dice que: por ser hijos de Dios venimos del bien, de la vida, la verdad, el amor y por lo tanto eso está dentro nuestro y de toda persona humana. Bendecirnos es regar lo que realmente somos y podar lo que la sociedad dañada nos ha rotulado.
Buena semana bendiciéndonos con palabras, miradas, caricias, con la naturaleza incluso con la lluvia si viene, y con todo lo que es gratuito y no se compra en el free shop, no se gana en el casino, ni se puede adquirir por internet.
Quien se siente bendecido bendice a los demás. Pero la bendición de Dios no se impone, debe ser aceptada y toda opción exige renuncias no se puede amar a Dios y a el dinero, al poder...
burika, Nacho