Hay días donde nos parece que “anda el diablo suelto”. Uno de esos tiempos ocurrió en un pequeño pueblo.
Un hombre realmente bueno salía cansado después de una larga jornada laboral con horas extras, pasó por la escuela a levantar a su hija menor. El sueño lo dominó y cruzó el semáforo de la esquina siguiente en rojo produciendo un trágico accidente. Muere un niño atropellado. Y también su propia hija muere horas después por los cortes producidos por el vidrio roto del parabrisas. El hombre fue condenado a prisión por homicidio.
Misteriosamente dos días después
ocurre en el mismo pueblo otro hecho que también fue noticia Nacional por lo trágico de lo sucedido. En la discoteca del
fin de semana dos hermanos luego de una discusión con una mujer que trabajaba de
copera la acribillaron a balazos. Perseguidos por la
policía, en las afueras del pueblo se produce una balacera, donde muere un policía y uno de los delincuentes es
encontrado muerto al día siguiente. El otro hermano capturado fue condenado
entre otras cosas por triple homicidio.
En el
tiempo los caminos se cruzan. Al año de los hechos ocurridos familiares de unos
y otros anotan en la secretaría parroquial a su ser querido fallecido para la
misa. Como en el pueblo se celebraba una sola misa a la semana, (los domingos a la mañana) para
los familiares de los niños fueron tres días después
del año de la tragedia. Coincidió con la fecha del año de la muerte de la copera
y el policía. En las vísperas del año de muerte del hermano muerto a causa de
los arreglos de cuenta, o silenciar, en manos de su propio
hermano.
Es bueno
recordar que se propuso al párroco celebrar misas distintas. Todos más o menos
se conocían. Familiares de unos y otros sabían con detalles los dos hechos
acontecidos hace un año. El cura se mantuvo firme en no excluir a nadie de la
misa del domingo, ni celebrar una misa privada para ninguno. El sacerdote
anciano preparó un sermón durísimo para juzgar a unos y a otros por sus imprudencias o pecados. Con
un contenido central que era “que la causa de todos los males y dolores era por
estar alejados del Dios de su Parroquia”. Era su gran oportunidad de predicar a
esta gente que si no era por un bautismo o por un difunto no concurría a la misa
dominical.
Casualidad… el párroco se enferma.
Casualidad o de Dios, el sacerdote que viene a celebrar desde la capital era
quien acompañaba con un grupo de laicos la pastoral carcelaria. Concurrían a la
cárcel donde estaban preso el hombre bueno causante de la muerte de los niños y
el otro juzgado por triple asesinato.
Llegado
el día y la hora de la misa, estaba todo el pueblo ya sea por uno o por otro… Si
bien las vestiduras mayormente negras uniformaban bastante. No era difícil
detectar que había diferentes grupos. Los cuerpos y los modales hablan de
historias diferentes de las personas, de las familias y
amistades.
Se leyó
la lectura bíblica correspondiente a ese domingo ( Mateo 25, 31-46). Jesús nos
explica lo que ocurre enseguida de nuestra muerte. El cura cuando leyó el
evangelio sobre el Juicio Final, acentuó con su voz e hizo una pausa más
prolongada resaltando el párrafo que dice
– “¿Cuándo
te vimos señor?…
cuando estuve preso y me fueron a
visitar”.
Si bien
los presentes en su mayoría habían ido por los difuntos o por acompañar a sus
familiares, todos cuando tenemos algún encuentro con Dios se nos mueve la
conciencia. A todos se nos hace presente alguna macana de nuestra historia y las
faltas en las que sentimos estamos hoy. El cura bien lo
sabía.
La
predicación fue breve diciendo “que aunque no lo supieran, aunque no lo
creyeran, el compartir el pan, el agua, la ropa, la casa… con el hambriento, con
el sediento, el desnudo, el forastero era hacerlo con Dios mismo. Remarcando que
la visita al enfermo o al encarcelado era el acto mayor de amor a Dios”. Entre
los presentes de unas y otras familias había personas con fallas y heridas en
las relaciones familiares, con salidas del camino en cuanto a lo moral, con
distintas relaciones con las cosas materiales… Para gracia de Dios todos los
presentes se fueron sintiendo comprendidos, perdonados y liberados de su pasado.
Sintiéndose valorados por la actitud evangélica que de una u otra manera todos
habían tenido ante el sufrimiento, la enfermedad o los
encarcelados.
El cura
al terminar de hablar, sorprendió a todos dirigiéndose al fondo del templo.
Empezando por los niños, la mayoría se dio vuelta para seguir con su mirada al
sacerdote. Por el vitral del fondo del templo entraban los rayos de luz que
iluminaban la celebración. A lo que se escuchó unas
palabras dichas por el visitante con voz fuerte y clara ya que no contaba con
micrófono: “El mismo y único sol nos regala gratuitamente a todos con la misma
intensidad, su luz y su calor”. El silencio creaba un ambiente especial. Y el
cura continuó diciendo “ y es el mismo sol que cada
día penetra por las rejas de todas las cárceles del mundo. Dándose a los
considerados buenos y a los considerados malos. Así es Dios, así es el verdadero
Amor”.
Continuando con las sorpresas, el
sacerdote invita a pasar adelante a una mujer que estaba sentada en el último banco, que había venido con él y nadie la había
tenido en cuenta porque no era del grupo de los suyos. Refiriéndose a ella
predicó afirmando: “Si alguien de ustedes realmente
quiere seguir a Jesús y sentirse cristiano les comparto el testimonio, de esta
mujer santa. Ella tuvo una vida muy desordenada en su juventud, quizás por
causas de una niñez muy, pero muy golpeada. Se prostituyó, prostituyó a otras,
abortó, traficó
drogas…”
“Hace un
buen tiempo que estando presa, realiza el trabajo de cocinera para los
encarcelados. Presos y carceleros dicen que desde que está ella a cargo de la cocina todos comen mucho mejor. Y que
el ingrediente nuevo que ella le pone es el amor a su trabajo”. Un niño
participó diciendo: – “esa
señora es como el sol”. A lo que el cura aprovechó en agregar:- “en cualquier cárcel el sol, la comida y la vista son lo
más valorado. En el activismo diario, en el encierro entre los que consideramos
nuestros, en el consumismo, se nos pasa la vida sin ver la luz de cada día, sin
agradecer la comida diaria, sin visitar a los más pequeños a nosotros. Por eso
nos creamos otros dioses, nos venden otros dioses, a los cuales los adoramos
ofreciéndole el mayor tiempo, dones, nuestra propia vida…
Ésta mujer que vivió igual a nosotros, conoció en la cárcel al Dios de la
infinita misericordia, sintiéndose plenamente amada, se enamoró de Él y hoy es semejante a Él
cocinando con amor para todos… como dice el niño es un
sol”.
Quizás
aquel domingo fue la misa más larga. La más difícil para todos. Especialmente
cuando el sacerdote volvió a sorprender consagrando un pan casero sin levadura
hecho por la misma cocinera. Invitando a que todos se alimentaran del amor
infinito de Dios. Dejando para el final de la celebración el Padre nuestro y el
saludo de la Paz.
Cuenta el
cura que recuerda con lágrimas aquel verdadero milagro de Dios. Los niños de las
distintas familias fueron los primeros en darse la mano en rueda para rezar
juntos. Y en el saludo de la Paz los adultos y ancianos, unos y otros que
estaban ahí por distintas causas después de alimentarse de la palabra, del
cuerpo, la sangre de Jesús, se sintieron Perdonados, Amados, Impulsados a
Desearle la Paz a TODOS los presentes e incluso a los que estaban en otro
lugar…
El
infierno como lugar después de la muerte no existe, pero si fue un infierno
aquella misa para los que son contrarios a la justicia, el perdón y el amor. Se
sintieron desenmascarados los que acumulan bienes y poderes utilizando a otros
como esclavos de sus negocios, ideologías y espiritualidades. El gran señor del
pueblo que vivía de explotación de unos cuantos, encubierto por donaciones a los
necesitados. El jefe narco que llevaba una vida muy saludable sin consumir
drogas pero se empoderaba a través de ella. El cura
que había elegido predicar sobre el diablo, juzgando a unos como dignos y a otros como indignos. Para esos tres y para algunos más, aquel domingo fue estar en el
infierno.
Mientras que seguramente en el
cielo estaban junto a muchos que habían pasado por la muerte, estando junto a
los niños, la copera, el policía, el hermano ladrón de aquel pueblo…
abrazados felices de ver a sus familias liberadas
del odio, la culpa, en una experiencia de verdadero y profundo
amor.
Colorín
colorado… este cuento nos enseña que en tiempos, en hechos, donde parece “que el
diablo anda suelto” es justamente el tiempo del Kairos. En tiempos donde nos
equivocamos y otros se equivocan, es “el tiempo de Dios”. Un Dios que está
presente siempre. Pero que misteriosamente se ofrece particularmente, por medio
de la naturaleza, y mediaciones humanas para “soltarnos de odios, sentidos de
culpa, diferencias, angustias, pecados… agrandándonos el corazón de manera que
TODOS quepan” en esos momentos de caos humanos.
Teniendo
la gracia de saber cómo será la vida eterna, podemos ir aceptando que Dios nos
vaya iluminado el camino desde hoy. El final será justicia, perdón, amor. Desde
ya podemos dar pasos concretos con nosotros mismos y hacia los demás. Se puede
ser libre entre rejas, se puede estar preso en la propia casa. En tiempos que el
mundo dice “que el diablo anda suelto”, podemos místicamente verlo como “tiempo
de Dios para dar pasos de liberación personal y
social”.
Por medio
de la naturaleza, por medio de hombres que practican la justicia, la
misericordia el amor, por medio de la palabra bíblica, de la eucaristía, podemos
dar pasos de comunión con el AMOR de Dios y poco a
poco transformarnos en sol… Que es realmente el
sentido de nuestra existencia humana: Del Amor venimos, hacia el amor vamos y
por lo tanto no hay mejor caminar que en el amor.
Nacho
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