Era una
tarde de invierno, estábamos todos reunidos junto a la estufa a leña. Se
escuchaba el viento y la lluvia desde fuera. ¿Qué mejor día para un mate con
tortas fritas? El ambiente estaba animado. Unos preparaban la masa y otros
fritaban.
Los más
pequeños armaron su espacio de juego. Entre ellos algunos con un pedacito de
masa hacían tortas artesanas. Uno de los más grandes propuso hacer muñequitos.
Y fueron naciendo algunos más gorditos y otros de brazos largoooos.
Cada cual
dedicaba mayor tiempo a lo que le parecía más importante. Los más grandes se
preocupaban bastante por las proporciones de los distintos miembros del cuerpo
y su cara. Otros le agregaban a su muñeco, un auto, un caballo, una casa…
Los adultos
entre mate, charla y guitarra, hacían fiesta a cada uno de las creaciones
presentadas. Todas iban siendo colocadas en la mesita central, acompañadas de
elogios y aplausos.
Cuando
terminaron todos, una niña seguía con su pedazo de maza, amasándola. Esto
despertó curiosidad. Le pidieron que se apurara a presentar su creación.
Entonces la niña puso sobre la mesa algo que no tenia forma apreciable.
Los adultos
conteniendo la risa hicieron silencio. Hasta que uno se animó a preguntar que
expresaba aquella masa bien amasada, que no podían identificar su forma. La
niña dejo salir del más hondo un suspiro, expresión de insatisfacción con los
adultos. Mirando a los ojos a cada uno les dijo: ¡¡¡ no se dan cuenta que esto
es el corazón de mi creación!!!
En aquel
tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de
Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir,
sin lavarse las manos… Preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con
manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les
contestó: …«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son
preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres.»
Entonces
llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que
entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que
hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los
malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Marcos (7,1-8.14-15.21-23)
El mundo de
hoy evalúa a la personas por su exterioridad, por su cuerpo, su vestir,
inteligencia, sus marcas, sus cosas materiales, sus viajes y logros… y todo
esto a veces lo ponemos en manos de algún dios para que lo haga mejor.
La pregunta
que nos hace Jesús es:
¿Cuánto
tiempo dedicamos a nuestra interioridad y a la de los demás?
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