Encontrarse
es darse. Con aquellos que buscamos encontrarnos intentamos
darnos y recibir de ellos algo que nos es necesario. Los otros forman
parte importante de nuestra vida y es por ello que asumimos un
compromiso de ser parte de la suya. Al darnos nos sentimos fecundos
pues damos lo mejor de nosotros: nuestra propia vida. Dar la vida es
lo que más nos plenifica ya que quien se cierra a esta posibilidad
se ahoga en su propia soledad. Darse es comunicar aquello que vibra
en nosotros y nos sostiene en pie cada día, que nos lleva a jugarnos
la vida por otros. Los otros son en sí mismos al sentirse acogidos
en nosotros, y cada quien se siente propiamente un ser especial al
darse, con la satisfacción de saberse aceptado.
Darse
es encontrarse. Es cuando me veo a mí mismo en el otro, como en
un espejo, aún con las diferencias, pero basta unos minutos, unas
palabras, un gesto, un abrazo, para saberme encontrado en la vida de
otro. Al darme me encuentro en el otro y descubro que mi vida es muy
similar a la suya, que mis luchas son sus luchas, que mis sueños son
mis sueños, que mi felicidad es su felicidad. Darnos implica
jugarnos por una autenticidad que no encontraremos en el mezquino
miedo de quedarnos encerrados. Puedo estar rodeado de gente y hablar
con ellos, pero eso aún no es darse. Darse es asumir que en el otro
hay algo de mí mismo, que su vida es mi vida. Allí radica el
verdadero sentido del encuentro.
Así
vivimos -desde lo que sentí- el encuentro en nuestro nuevo hogar el
pasado 6 de agosto. En la sorpresa de los que no sabía que venían y
los saludos de los que no pudieron venir nos encontramos para
inaugurar nuestro nuevo “nido de colibríes”. Nido que resguarda
el encuentro de dos personas -Rossina y yo- que cumplimos ya cuatro
años de aquel día que decidimos juntos aventurarnos en la carrera
del matrimonio. Un día nos encontramos y otro día decidimos darnos
mutuamente a Dios para que sea el guía de nuestro caminar hacia él.
Y junto a la llegada del pequeño Juan Pablo (hoy ya en su propio
cuarto...) comenzamos esta aventura de encontrarnos y darnos en el
amor. Junto a los Colibríes celebramos la fiesta del encuentro en
este nuestro lugar actual y momentáneo, en el mundo. Desde aquí
construimos cada día nuestra pequeña familia que se nutre de la
familia más grande de los Colibríes y de otras comunidades.
Desde
este sentimiento nos encontramos a la luz de la Palabra de Dios que
nos invitaba a compartir esos momentos de “Transfiguración” que
estamos viviendo en nuestras vidas, ya que, aún en la difícil
rutina y la compleja cotidianeidad, siempre hay momentos de luz, de
paz, de encuentro fuerte con Jesús, “en las alturas”. Aún en
las mareas y tormentas, aún en el dolor de la pérdida el Señor
viene a encontrarse con nosotros. Por ello compartimos, desde lo que
cada un vive, nuestros momentos de transfiguración.
Desde
las situaciones donde experimentamos miedo por la falta del sustento
necesario por falta de trabajo, o la falta de un sentido por el cual
estudiar, es que experiementamos la cercanía de otros “Jesús”
que se acercan para ayudarnos en la solidaridad. La mano amiga que
sostiene, la voz del hermano que alienta nos ayudan a seguir en el
camino sin desesperar y quizá descubrir una nueva presencia de Dios.
Desde la dureza de la ruptura de un proyecto de vida con otro o la
pérdida de un ser querido cercano, nos sentimos débiles y
necesitados de hermanos que nos sostengan. La experiencia de
arriesgarse a cambiar de “choza” para renovar la vida, como la
oportunidad de viajar a remover las raíces desde las que venimos
para conservarnos y proyectarnos hacia el futuro, nos aventuran a
seguir creyendo en la imprtancia de la vida y nos ayudan a valorar lo
que vivimos cada día. El cambio de trabajo, un viaje con hermanos,
las ganas de conocer aquello que otros vieron, nos dan la plena
seguridad de que es Jesús quien lleva nuestra barca hacia donde él
quiere, y nos tranquiliza de que todos vamos juntos en ella.
Y
fue así que nos encontramos en nuestra casa y nos unimos en un mismo
pan. Pan amasado por las manos de mi esposa y por las manitos del
pequeño Colibrí Juan Pablo. Nos sentimos unidos, nos encontramos y
nos dimos de comer mutuamente. ¡Y qué rico somos!, decía Erik, con
gran verdad. Las cosas sabrosas de la vida son aquellas que nos
enseñan la verdadera sabuduría. La sencillez y la solidaridad nos
acercan al Dios que creemos que se hizo hombre y vivió como hombre,
que visitaba las casas y se hacía presente. Así Jesús vino a
nuestra casa y sentó a la mesa con nosotros y comió con nosotros.
Todo lo que venga después de esto es otro cuento. Como escribió
Rossina: "Con
gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi
vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido."
(Mario Benedetti).
Diego.
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