Cada tiempo, cada grupo, cada persona tiene su deseo de Gloria. Es eso que nos mueve, que nos hace despegarnos del barro e incluso dejar otros amores. Y si algún día lo alcanzamos podemos decir “misión cumplida” “puedo morir en paz”.
Para unos
cuantos la gloria esta en el deseo de terminar
un tiempo de estudios, por ese propósito se renuncia a personas,
encuentros, descanso… Para otros la gloria esta en una persona que puede ser
una pareja, un hijo, una madre, un amigo, esta persona es la prioridad y si
llama a la puerta todo lo demás se deja. No faltan los que aspiran a tener una
moto, una casa, un viaje, dinero , un logro en su carrera artística, disfrutando
y valorando todo lo que suma hacia esa meta, pero si alguien o algo lo retraza
debe ser dejado de lado.
En mi vida ha
habido distintas Glorias. La primera que recuerdo es en el deseo de tener
hermanitos para jugar, lo que se plasmaba en cada presencia de un primo o de un
vecino en un momento de gloria. En lo deportivo ganar el campeonato de barrio
de ciclismo, ascender a segunda y primera categoría con 17 y 18 años, competir
en las 200 millas juveniles en la capital, las premiaciones en los campeonatos
juveniles del este, el vice campeonato de mayores en velocidad, la citación a la
pre selección uruguaya… fueron momentos de tocar la gloria. También recuerdo algún
beso… algún examen salvado después de
mucho esfuerzo, incluso vivirlo como propio los logros de la selección uruguaya,
Peñarol o Cerro Largo en fútbol.
En tiempos
de Jesús vivía un anciano llamado Simeón que esperaba su momento de gloria. Que
consistía en ver al Mesías. Cuando llego el tiempo de que Jesús debería ser
presentado en el templo de Jerusalén, ahí se dio el encuentro. “Ahora Señor
puedes dejar que tu servidor muera en paz… porque mis ojos han visto la salvación…”
(Lucas 2, 22-32)
Este abuelo
me ha dejado pensando. La gloria que buscaba, que esperaba y que encontró, no consistía
en algo exclusivamente personal, tenía que ver con “el bien del pueblo”. Muchos
Simeones ha tenido la historia, en nombre de Dios o sin nombrarlo, varones y
mujeres. Son lo contrario de los que se buscan a si mismo, a los que quieren
salvar su vida…
La verdad
que nunca faltan momentos de gloria cuando se pone la mirada en el pueblo, en un nacimiento de un niño, un gesto de ternura,
una construcción de algo en grupo, una fiesta, un amanecer, contemplar el vuelo
de unos pájaros, saborear una comida compartida, un dialogo…
Personalmente
también puedo decir “Ahora Amigo puedes
dejar que tu servidor muera en paz”, después de las bicicleteadas de la
historia, los viajes, lo aprendido, lo amado, las contradicciones en las relaciones,
las experiencias sanadoras de misericordia, el ser testigo de tantos momentos
de resurrección personal y grupal, después de tantos abrazos, después del III
campamento … La verdad que me han
anunciado y que he podido palpar es “que Dios está actuando en la historia”,
felices los que lo puedan ver…
Ese es el místico,
no es alguien que se evalúa, ni evalúa a los demás por lo que hacen, sino que
es alguien a quien Dios le muestra su rostro, el lo contempla, lo señala y se
suma desde sus posibilidades a esa construcción colectiva. El místico ve la luz
en pleno día, cuando otros se creen la luz, el ve el principio… cree en un
nuevo amanecer en plena noche… cree y anuncia que lo mejor está por venir…o