martes, 28 de enero de 2014

Homilia de la misa de clausura del Campamento Teologico


“Zapatos de cuatro estaciones”
Las personas dejamos un rastro, impregnamos los objetos,
sobre todo aquellos que están más cerca nuestro a diario como es el caso de nuestros zapatos.
El mundo de las canciones y las películas recurre mucho a esté símbolo: “sus zapatos lustrados”, “tacones lejanos”, “las sandalias del pescador”, “con las botas puestas”, Zitarrosa en “el candombe del olvido” dice: “dónde estarán los zapatos aquellos que tuve y anduve con ellos...” etc.
La gente a veces guarda los primeros zapatos de sus hijos.
Los zapatos de una persona están, limpios, sucios, son de trabajo, son caros, comunes, inadecuados: como quien usa championes de tela un día de lluvia.
Cuando era niño miraba los zapatos de mi padre y me llamaba la atención que gastaba mucho más la suela del lado de afuera y me sorprendió cuando me di cuenta que la familia de él hacía lo mismo, luego descubrí que eran todos chuecos... Yo salí más a mi madre en eso, por suerte, sus piernas no son como paréntesis, jajaja!.
Los zapatos de una persona amada, dejados al descuido en un rincón de la casa, son una imagen fuerte, un símbolo que refleja algo de la persona, uno se pregunta: por que trillos anduvo...
El Galileo envió a sus amigos por los pueblos y les recomendó que llevaran solo un par de sandalias, por lo que uno casi puede verlos con sus sandalias muy gastadas.
El otro amigo de Jesús, Juan Bautista, (quien seguramente andaba descalzo) tiene está frase para Jesús junto al río Jordán: “Yo no soy digno de desatar tus sandalias”.
Casi en el riesgo de parecer zapatero, busqué ampliar el tema con estas líneas, ya que el sábado no quería hablar mas de 10 minutos (para no aburrir).
Creo que lo más interesante del asunto no son tanto los zapatos sino la mirada, la atención sobre el otro. La mirada amorosa que busca el corazón porque sabe que eso es lo importante. Ensayar una mirada que sea amable, cariñosa, que descubra la luz y la sombra. Ver el alma en los ojos, las manos, o aunque sea a través de los zapatos.
Un día llegaremos hasta algún terreno sagrado (como le pasó a Moisés) y alguien nos dirá con cariño, que ahí es mejor entrar descalzos. Quizás sea en el desierto, en el ómnibus, en el territorio que mencionaba Hugo, ese territorio donde los hombres y las mujeres viven su espiritualidad, sus tareas y su vida... Tal vez sea en laguna merín, quién sabe.
¡Abrazo Grande! Roberto


No hay comentarios:

Publicar un comentario