jueves, 23 de octubre de 2014

EL AMOR LA LLAVE DE LA VIDA

… Recuerdo que una primavera en el campo, después de una tarde de pesca, mate, y asado, se nos había perdido la llave del auto. Comenzamos a buscarla por todos lados. Pasaba el tiempo, se venía la noche y nada. Los nervios y algunas acusaciones comenzaron a borrar todo lo lindo que habíamos vivido a lo largo de todo el día. Los adolescentes que son los más inquietos eran los más señalados como responsables de lo que a esa altura ya parecía una tragedia.
A su momento aparece un trabajador rural, sumándose a la búsqueda. Con movimientos lentos y mirada serena, en silencio este hombre se acercó a la puerta misma del auto. Milagrosamente para nosotros, desde adentro del pastizal recoge la llave. Si bien hubieron nuevos reproches en desquite por los injustos recibidos, ya que según parece que el que dejó caer la llave fue el mismo adulto conductor al llegar, el clima ahora era de fiesta. Surgió la inquietud de preguntar a la visita ¿Cómo la había buscado y encontrado?
Y este dijo entonces:
- Cuando me acerqué los encontré a ustedes en gran movimiento. Revisando bolsos, bolsillos, carteras. Lo que más me llamó la atención era que vuestros comentarios casi todos eran señalando algunas acciones del otro que podían ser la causa de la pérdida. Porque había tomado demás, porque habían estado jugando, e incluso hicieron presente recuerdo de otras pérdidas. 
Por el contrario, me mantuve en silencio y puse todas mis energías en la mirada que buscaba la llave perdida. Si bien era lo que todos queríamos, a ustedes los veía dispersarse apuradamente en movimientos y palabras totalmente innecesarias. Procuré no ser contagiado por el clima de nerviosismo y de cierta violencia que ustedes estaban viviendo. Como es normal en toda búsqueda, comencé por el comienzo y por eso fui directamente a la puerta de descenso del conductor. Inclinándome hacia el suelo, afinando mi mirada, vi, un pequeño brillo entre el pasto cubierto por tierra negra. Seguramente al caérsele al conductor el mismo la piso y la enterró, o alguien lo hizo en la misma búsqueda.

… Este hecho me ha acompañado toda mi vida. Y me ha ayudado mucho cuando he “perdido la llave del sentido de la vida” o cuando he encontrado a alguien perdido por “no saber como continuar camino”. Ante mis pérdidas o la de otros, se repite aquel ambiente de nerviosismo y acusaciones. Incluso se llega a buscar soluciones muy lejanas al lugar del hecho. No faltando las veces que he visto recurrir a un mano santa o a la violencia en tal desespero… Que diferente serían nuestras relaciones humanas si nos amaramos así como nos ama Dios. Si pusiéramos todas nuestras energías en amar al otro. Seguramente en las equivocaciones o pérdidas, que son parte de la vida, a su tiempo encontraríamos una pequeña luz para seguir adelante o un pequeño brillo en la mirada del otro que nos hace seguir creyendo en él y él podría volver a emprender la marcha.
La llave de las relaciones humanas es el amor. Nadie lo niega, pero depende de cómo nos sintamos amados y con qué alimentemos nuestro amor. La oración verdadera es aquella en la que me presento tal cual soy ante Dios, y me dejo mirar con su mirada amorosa. Él que es la luz, siempre encuentra un brillo en mi vida y lo hace crecer si me pongo en sus manos. Y quien se va dejando amar por Dios, comienza amar como Dios nos ama. Lo ya vivido no es posible cambiarlo y a veces es poco lo que del entorno podemos trasformar. Pero si Dios hace posible cambiar mi mirada de la historia y mirar con su amor el entorno presente. Quizás en el comienzo, en nuestra niñez, e incluso en nuestras raíces familiares estén las causas de algunas angustias o errores… Quizás si podemos encontrar el niño que el otro lleva adentro, lo podamos realmente comprender y estimular a que siga su canino… (Mateo 22, 34-40)
Nacho

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