jueves, 12 de noviembre de 2015

PREPARANDONOS PARA LA NOCHE

Hace unos días, un matrimonio que vive en Montevideo, vino a pasar el fin de semana al interior del país, más precisamente acamparon junto al río Tacuarí. Por primera vez el niño de cuatro años salía del hormigón. Sus padres pensaron que era bueno que desde pequeño se relacionara con la naturaleza que ellos tanto amaban. Lo primero que observaron era como se iba familiarizando con el lugar. Correteaba como perrito soltado de la cadena de aquí para allá volviendo siempre a donde estaban sus padres sentados tomando mate.
   
Lo más sorprendente para el niño fue cuando comenzó a llegar la noche. La familia había elegido no tener otra luz que la del fuego grande. El pequeño se apego a su mama y miraba como el paisaje iba desapareciendo de su vista mágicamente. Poco a poco fue desapareciendo el auto, la carpa, la pelota, e incluso se le dificultaba ver a su papa que estaba a unos metros de distancia. Su madre comprendiendo lo que le pasaba lo sentó en la falda y lo acercó a su pecho, acariciándole suavemente su cabeza.
   
Se hizo plenamente la noche, empezaron a tintinear las estrellas y el niño miraba con mucha atención el fuego, que su padre mantenía bien encendido agregándole leña. Los adultos eligieron el silencio para esta nueva experiencia para su hijo muy querido. Si bien la televisión parece que nos muestra todo lo posible, es muy diferente estar en el lugar y ser parte de lo que acontece.
   
Poco apoco el niño fue pidiendo el miedo a la noche. Se fue soltando de los brazos de su madre hasta que decidió volver a caminar a la luz del fuego. Los padres lo miraban y se miraban sonrientes uno al otro. El objetivo se estaba concretando en su punto más alto: que el niño se relacionara con la naturaleza y en especial con la noche y el fuego. Al poco rato el pequeño andaba encendiendo palitos, soplando la llama y mostrándole a su padre su descubrimiento. Sin dejar cada tanto de señalarles el cielo, mostrándole el tintinear de las estrellas. Dicen que esa noche con el aire puro de monte, después de corretear todo el día, y de hacer amistad con la noche y el fuego, se durmió como nunca…

Esto me hacía pensar que distinto es para una persona, una familia, envejecer, asumir una enfermedad, o la muerte de un ser querido, cuando se cree que en esa oscuridad todo se termina. Que distinto ha quien ha aprendido a relacionarse con las personas adultas, con la enfermedad y ha cultivado la fe en la vida eterna. Todo es muy distinto para uno y para otros.

En tiempos de muchos espejitos de colores y de luces artificiales, que bueno es que haya personas que sigan alimentando el fuego comunitario de la fe. Son como trafogueros que mantienen el calor, la esperanza y la luz, para quienes se acerquen preocupados por lo que pasa, desconcertados por la fragilidad humana, dolidos por alguna perdida.

En cada uno de nosotros esta hacerse tiempo
 para alimentar la fe, 
y elegir dedicar tiempo a acompañar a otros
 a que vayan alimentado su fe… 
(Marcos 13,24-32)
Nacho

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