Llegamos a Río Branco casi a las 18:00 hrs. Durante el viaje fuimos despegándonos del correrío capitalino, de la locura de la época de las compras, del stress de vivir en un barrio céntrico. El ómnibus avanzaba y la paz poco a poco nos inundaba. El verde del campo, favorecido por las lluvias de los últimos días, se transformaba en el color del alma y nos contagiaba de su frescor. Decidimos como familia irnos de misión a Poblado Uruguay, un pueblito de campo que perteneces a la parroquia de Río Branco, que hace poco se hizo famoso en los medios pues, debido a las inundaciones, se cayó el puente de acceso. Allí nos tomamos la primer foto de nuestro viaje.
Junto a Nacho Aguirre,
el cura de esta zona pero que vive en Río Branco, fuimos recorriendo
el poblado y visitando algunas casitas que han alojado en estos días
a varios otros Colibríes. De los nombres que recuerdo saludamos Mari
y Hugo, que alojaron a Rodrigo y Leo, Silvia y Juan se quedaron en la casa de Adán y Sandra, luego conocimos a Fani y Daois que
alojaron a Pablo, y por último fuimos a la casa de
Sirley, donde se quedaron Gonzalo y sus dos hijos: Viqui y Martín, y
también Romina y Bárbara. En esta última casa nos quedamos hoy
donde llegamos a la tardecita-noche.
y nos fuimos al comedor a
charlar un rato. Después un baño y la cena.
Llegamos cansados,
aturdidos, sacudidos por el ritmo de una sociedad aplastante que te
empuja de continuo hacia todos lados. En este tiempo de Navidad es
aún peor: la enfermedad del consumo se esparce como un flaglo
imparable y no sólo afecta el bolsillo, sino la mente y el cuerpo de
las personas. Al bajar del ómnibus nos abrazó un silencio que nos
ensordeció, nos molestó, no estamos acostumbrados! El ritmo de la
vida en el campo es bien diferente pues la naturaleza tiene esa
mística que frena el cuerpo y te lo adecúa a su ritmo. Desde el
cielo, el agua de las lluvias en los charcos, entre las vacas, los
caballos y el verdor, la Naturaleza nos transmite un mensaje
diferente y nos invita a entrar en ese Misterio y ser parte de él.
Ese es el desafío.
Nosotros vinimos como
misoneros a testimoniar la fe en Jesús y a compartirlo con las
personas del lugar. Pero grande es Dios que nos espera con tan
hermosos pesebres: cunas de fe donde el Hombre-Dios nace cada día,
entre animales y tanto verde, entre el trabajo del campo y la
esperanza de gente sencilla de corazón. La experiencia del misionero
es de recibir el ciento por uno, mucho más que dar algo. Y eso es lo
que ayer vivimos: nos recibió Dios mismo en la persona de Sirley,
nos acoge en cercanía y humanidad, tan necesarias en la construcción
del Reino. Aquí llegamos y empezamos estos días. Ya hemos recibido
mucho
y aun queda mucho por recibir.
Rossina, Diego y Juan Pablo
No hay comentarios:
Publicar un comentario