El domingo estuvimos de fiesta en la
parroquia, celebrando las primeras comuniones de la catequesis familiar. Así
como acontece cuando celebramos los bautismos o misa por algún ser querido
fallecido, se da el tejido entre "los trafogueros" la comunidad que
celebra semanalmente y los cristianos que se suman cuando hay un acontecimiento
especial.
El mensaje
fue muy sencillo y profundo. Lo primero fue invitarlos a ponerse de pie para
hacer el signo del deseo de Dios "que nadie se arrodille ante nadie,
porque ante Dios nadie es más que nadie".
El segundo
signo fue cuando los niños representaron el deseo mundano, el deseo de que
"sean exitosos poniéndose encima de los demás", escenificado
subiéndose a la silla y la asamblea respondió con aplausos.
E ahí cuando
vino el sentido profundo del seguimiento de Jesús, el cual no se arrodilló ante
nadie, y dio una mano a los caídos que querían ponerse de pie. Un Jesús que en
la entrada a Jerusalén (que lo celebramos el domingo de ramos) fue proclamado
exitosamente como el nuevo rey. Y en el trascurso de la semana, eligiendo el
camino de la no violencia, el del servicio, atreves del lavatorio de los pies,
se ubicó en el lugar de los últimos: los servidores y crucificados, dejándonos
claramente su perdón y el camino para la vida eterna.
Entonces los
niños poniendo en práctica el mensaje de Jesús, bajaron de las sillas y se
fueron al fondo del templo al encuentro con los que estaban en los últimos
asientos creando relación con ellos.
Después
recibieron un regalito por la primera comunión, y lo compartieron con un
trabajador municipal presente, para que se lo llevara de regalo a sus
compañeros de trabajo, los que nos sirven diariamente en la recolección de
basura.
El mensaje
de buscar vivir como hijos de la misma madre y mismo padre Dios, se puso en
práctica en la eucaristía, dando como resultado la alegría de todos. El saludo
de la paz final dejó de manifiesto el deseo humano que hay de la vivencia
fraterna como hermanos. Sabiendo que el mundo nos coloniza imponiéndonos la
competencia y el enfrentamiento, separación de unos contra otros. Por eso nos
sentimos muy necesitados de formar comunidad para encontramos con Jesús,
experimentando su perdón, y alimentándonos para liberarnos de la tentación del
éxito mundano, y poder ser verdaderamente felices acompañando a que logren la
felicidad los más infelices.
«Una voz
grita en el desierto:
Preparad el camino
del Señor,
allanad sus senderos;
elévense los valles,
desciendan los montes y
colinas;
que lo torcido se enderece,
lo escabroso se iguale.
Y todos verán la
salvación de Dios.»
Lucas (3,1-6)
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