Luego
de la Misa en Poblado Uruguay, el 24 de diciembre, nos volvimos a Río
Branco para celebrar la Noche Buena en la Parroquia de la Inmaculada.
Allí presenciamos la Primera Comunión de cuatro hermanas pequeñas
que recibieron a Jesús en un clima de una alegría que contagiaba.
En la homilía Nacho recordaba la noticia del hallazgo de un bebé de
pocos días de vida en un contenedor de la ciudad rescatado por
“gente de la calle”, mal vistos por todos. La gente se quedaba
con la crítica a la madre por haber dejado su hijo -sin
saber porqué
y en qué condiciones- dejando de lado algo lindo: desde ese día
todo el pueblo miraba diferente a estos hombres de la calle, pues
habían salvado una vida. ¡Cuántos milagros se viven entre la
gente pobre que son opacados por la etiqueta social que le ponemos!
Y por ello se hizo un brindis al final de la misa con sidra y pan
dulce. Luego la foto del día y nos fuimos a dormir. Una hermosa
Navidad: vivida, experimentada, soñada, en la sencillez de los
humildes que no necesitan grandes mesas llenas de comida, ni alcohol,
ni baile, ni fuegos artificiales para poder descubrir el verdadero
valor de la Navidad de Jesús.

La Navidad nos encontró almorzando juntos en la casa de Carmen y Valdir donde pusimos en común lo que cada cual tenía en su heladera o quisiera aportar. Como siempre cuando todos ponen un poquito, siempre termina sobrando...Washington y Elsa, un hermoso matrimonio amigo, se unió a esta mesa de locos que preparan todo en el momento, sin mucho planificar. Desde el más pequeño hasta el más grande tienen cabida entre nosotros, no podemos dejar a nadie afuera pues Jesús es quien nos invita y él no discrimina nunca. Con la comida servida Juan Pablo dirigió el canto de bendición y, luego de un brindis, almorzamos muy contentos.


También
se hicieron presentes en la misa Ana y Santiago, una hermosa pareja
de jóvenes que se casan el próximo sábado 2 de enero. Será el
PRIMER CASAMIENTO en la Capilla del Lago Merín. Con ellos, su hijo
Felipe de 1,8 años, manifestaba la alegría de saber queridos y
aceptados, por Dios en primer lugar, pero también por la comunidad.
Al ritmo de la música y las palmas, Felipe bailaba, corría y se
reía. ¿Cómo no creer en este Dios que moldea los corazones humanos
para aceptar sin juzgar, para recibir sin preguntar? En esta
comunidad Dios se manifiesta en la grandeza de la pequeñez humana.
El amor es el costo de la entrada.
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