sábado, 23 de julio de 2016

ABRIR LA VENTANA AL SOL- CUENTO


MIS AMIGOS; 

PEDRO, MARCELO, EL DUENDE Y EL SOL
Siempre tuve un deseo, un sueño, un propósito: 
“que mis amigos se hagan amigos entre sí”.
Pero a veces nuestros deseos son realizados por otros 
y no por eso no hay que dejar de disfrutarlos.
Les voy a contar algo que me han enseñado mis amigos, y realmente es un saber que deseo poner en práctica y vivir, para ser mejor.
AMIGOS
Resulta que desde hace unos cuantos años, somos amigos con Pedro y Marcelo. Dos tipos buenazos, muy diferentes entre sí.
Pedro es una persona muy agradable. Su presencia es muy disfrutable. Tiene una buena figura física, se arregla con sencillez y elegancia. Todo eso, que no es poco, se transmite en el encuentro con el otro como una persona educada y sabia.
Marcelo es diferente. Generalmente se lo ve despeinado y con una sonrisa que muestra la falta de algún diente, No tiene estudio y no es muy constante para el trabajo. No es el más pretendido por las gurisas del pueblo y de los menos recomendados por los suegros. Pero es ese amigo que siempre esta. Rico en tiempo y gauchadas.
Pedro y Marcelo son mis amigos, aunque entre ellos no hay nada en común para estar juntos. Pedro a veces le da un consejo a Marcelo, éste lo escucha pero pocas veces lo pone en práctica.
Marcelo lo admira a Pedro, pero para nada desea ser como él ya que lo ve un poco esclavo del estudio y del trabajo.
Con los amigos siempre nos vamos conociendo. Y cada tanto en situaciones extremas de las buenas y las dolorosas, nos sorprendemos unos a otros con actitudes que no esperábamos de nosotros mismo o del otro.
NUESTRA CASA
Entre otras cosas lo que me gusta conocer y mostrar es el lugar donde vivimos. Dice mucho de nosotros “el hábitat” que nos rodea y que tiene más o menos nuestras marcas.
La casa de Pedro es una casa muy agradable. Hay orden y todo esta impecablemente limpio. El frente está pintado con los detalles del número de la casa y el lugar para las cartas. Sin faltar unas modernas rejas. En el interior hay un living con aire acondicionado a la temperatura ideal. Cada pieza tiene sus puertas internas, la mayoría cerradas. Una claraboya que permite tener luz natural. Y en las paredes cuadros y adornos que crean un ambiente muy agradable. No faltan los cómodos sillones y una lámpara de pie que le da un toque artístico al lugar.
La casa de Marcelo, no es de las que más me gusta presentar como “bienaventurados los pobres”. Hay pobres que tienen su vereda de tierra barrida y su casa de bloques bien blanqueada. Esta casa de mi amigo, desde el frente a su interior se presenta bastante descuidada. Al entrar a la primera pieza, se siente un frio húmedo y olor a encierro. Mi amigo siempre se disculpa por tener ese día: “la casa un poco desordenada”.
Un día Pedro me sorprendió. Estábamos solos mateando; abrió su corazón y me mostró una pieza de su casa. Me llevo a su cuarto y me mostró una de las paredes recién revocada y todavía sin pintura. Entonces me contó que esa pared le daba mucho trabajo porque cada tanto aparecían hongos, se caía la pintura y otra vez tenía que volver a arreglarla. Todo es problema de humedad desde abajo y desde fuera, me dijo.
Coincidentemente la casa de Marcelo tenía los mismos hongos en la pared del fondo por causa de la humedad. La diferencia era que este amigo, no perdía el sueño, ni estaba preocupado por esto, que era un detalle más en su casa un poco desarreglada.
EL OTRO MI ESPEJO
Hay veces que nuestros males son reflejados por los demás. En una salida de amigos pasamos con Pedro a levantar a Marcelo de su casa. Se formo la discusión. Pedro aconsejaba a Marcelo que tenía que sacar esos hongos, quitar la humedad, poner revoque nuevo y pintar la pared.
Llegó un momento en que el dueño de casa que se sintió molesto, le respondió que no se metiera en lo que no le correspondía. También a mí me molestó la insistencia de Pedro. Me parecía entrometerse en la casa del otro. Y esas cosas que tenemos los humanos, se me ocurrió meter leña en el fuego de la discusión.
En un momento al oído le dije a Marcelo que Pedro tenía los mismos hongos en la pared de su cuarto. Esto le despertó una sonrisa que no supo ni quiso disimular. Me lo agradeció y fue de frente a decírselo a Pedro. Le dijo con mucha fuerza que antes de aconsejarle de sacar las humedades de la pared de su casa, se ocupara de sacar los hogos de la pared de su propio cuarto.
Pedro quedó realmente sorprendido. Para él fue un golpe grande y lo que más dolía era que era que Marcelo decía la verdad. Seguramente no me miro con muy buena cara, él sabía que yo era de los pocos amigos, a los cuales él le había mostrado su cuarto. Confieso que dentro de mí se entrecruzaban los sentimientos; por un lado el haber revelado algo que un amigo me había confiado y por el otro lado de que los tres nos descubriéramos en la verdad. Olvide decir; que también en una de las piezas de mi casa, habían hongos. Eran otros pero por la misma causa: la humedad. No me molestaban tanto porque los tapé con un ropero, pero entendía a Marcelo que no tenía con que esconderlos.
ABRIR LA VENTANA AL SOL
Y aquí viene lo bueno del Vivir Bien, los tres teníamos un cuarto compañero, que le llamábamos el Duende.
Resulta que a su tiempo, que no fue el nuestro, cuando nuestras relaciones andaban bastante tensas, un poco por el tema de la humedad y otro por los hongos de la casa de cada uno. No andábamos muy amigables unos con otros.
Nuestro amigo el Duende, se entero de estos problemas de relación. De Pedro siempre escuchó hablar de las humedades de la casa de Marcelo. De Marcelo escuchaba la incoherencia de Pedro de exigirle mejorar la casa al otro, cuando no podía solucionar el problema que tenía en la suya. Y de mí, escuchaba la confesión de haber revelado algo que para el otro era muy personal y doloroso, lo cual utilice a favor de quien en su momento estaba siendo juzgado.
Reitero, nuestro amigo Duende se movía en un tiempo que no era el nuestro, por momentos nos parecía que dejaba mucho pasar las cosas y en otras oportunidades nos sorprendía adelantándose. Esta vez a todos nos parecía que se dejaba estar, que no tomaba partido por ninguno y parecía indiferente al conflicto que teníamos.
Cuando él quiso, visitó nuestras tres casas y a los tres nos hizo la misma propuesta: “que cada día que hubiese sol, abriéramos la ventana del fondo y dejáramos entrar la luz y el calor desde el patio interno”. Nos decía: que todos teníamos distintas casas, distintas historias y costumbres, pero que sol, se daba de la misma manera para todos.
Solo una cosa nos quiso enseñar nuestro amigo Duende: que hay algunas humedades, algunos hongos, que solo el calor, la luz del sol, los puede combatir. Y así mismo, cada invierno esos mismos hongos u otros medios parecidos vuelven. No siempre en la misma pieza. El sol no se cansa de regalarnos su luz y su calor, al contrario; el sol se siente feliz de que le abramos nuestras ventanas y le permitamos hacer su trabajo.
¡Qué humildad tiene el sol! Con su grandeza, no es capaz de imponer un solo rayo de su calor, de su luz, en nuestra casa, si nosotros decidimos cerrar nuestras puertas y ventanas. Creo que aprender del sol nos vendría muy bien a Pedro y a mí que a veces queremos que los demás arreglen su casa, sus relaciones, sin que nos hayan pedido ayuda.
Colorín colorado; mis amigos se hicieron muy amigos entre sí, pero no fue por mí actuar, fue porque todos decidimos algo en común: Tener las ventanas abiertas hacia el sol. Él tiene su tiempo para sacar las humedades, tiempo que no es el nuestro.
Hace un buen tiempo que para otros amigos nos hemos transformado en Duendes, porque al igual que nuestro amigo Duende, recomendamos lo mismo: abrir las ventanas al sol, especialmente aquellos cuartos mas húmedos, los que tienen más hongos... abrirlos al sol con fe y paciencia. ¡Dejar lugar a Dios!
Nacho Colibrí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario