domingo, 12 de febrero de 2017

¿QUIENES SOMOS LOS COLIBRÍES?


Esta mañana trabajaba en un hogar donde vive mucha gente y suele suceder que alguno se pierde dos por tres, así me encuentro con un niño y me pregunta: 
- cómo te llamas, le digo -Roberto, y qué haces -soy electricista. 
A la vez le pregunto: 
- cuál es tu nombre -Esteban... y qué haces 
- busco a mi hermano.
Me quedé pensando que a veces se dicen cosas sin pensarlas mucho y que en su frescura dicen algo cierto, por lo que ahora adopté la presentación de Esteban: me llamo Roberto y busco a mi hermano, mi hermana, en esta casa somos muchos y nos perdemos, sin ellos no puedo decir quién soy, ni que soy.
El encuentro colibrí aliviana de cosas que nos separan, por lo tanto aflora una realidad donde lo diverso puede unirse sin desdibujarse, la razón principal es que ya estaba unido, siempre lo estuvo, para recordar esto no hace falta más que verlo, para verlo alcanza una luz pequeña, por ejemplo la de una vela, ella también disipa la tiniebla.

En la celebración del martes durante la semana de encuentro-campamento-teológico-en Lago Merín, el tema, la pregunta, fue sobre la identidad colibrí, la respuesta fue espontánea, fresca, y nos sorprendió, por lo tanto mis palabras son una descripción, una narración y no una definición. Trabajo la teología como un obrero hace muchos años y aprendí que no existe una teología universal, pero sí existe una experiencia universal, en ella nos encontramos, reconocemos, aceptamos, vivimos, nos movemos y somos, en esa experiencia es posible la patria grande y la disolución de cualquier muro, error, mentira que nos separe.
En la celebración se presentó la bandera Wiphala, para significar la presencia de todos los pueblos originarios, se danzó con ella, se expresó el significado de cada color que la compone, propusimos trabajar en grupos sobre la identidad: de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde queremos desplegar el vuelo... Declaro que antes de la puesta en común de los grupos quería sacar fotos y hacer una síntesis muy prolija, pero no pude ir hasta donde tenía la cámara, ni hacer notas en el papelógrafo, me quedé admirado por lo que cada grupo presentó en distintas formas, con diversos colores, se dice que la belleza salva al mundo, agrego, también entorpece el reporte informativo y gráfico.

A la hora de hacer síntesis y exponerla se habían perdido las definiciones, así como una luciérnaga se pierde en el monte entre miles de ellas, los conceptos se mezclaron y fundieron en la noche, hubo que improvisar, confiar, seguimos la inspiración del Hermano mayor.

Quitamos los zapatos de nuestros pies, recordando a Moises frente a la zarsa, el terreno es sagrado y hay que dejar atrás las seguridades para formar una ronda acercándonos al otro, pero en vez de eso se formó espontáneamente un espiral, esta es una forma común en la naturaleza, desde las galaxias hasta la caparazón de animalitos pequeños.  Cuando se mueve lo hace hacia el centro y hacia afuera. En el espiral de colibríes cada uno representaba un color propio, como en la bandera, colores como la belleza, sabiduría, ánimo para el trabajo y los proyectos, búsqueda, silencio, gracia, actuar de puente, inocencia...etc ...etc...etc
Ese espiral nos permite llegar a su centro y ser enviados, hace posible anunciar, encarnar aquello que vimos, oímos, tocamos, no es una teoría. Cuando regresamos a nuestro barrio, a nuestros pueblos, a nuestra tarea, vamos a trabajar en lo que ya estábamos comprometidos, pero lo hacemos en un espíritu que no compite, no lastima, no exige sacrificios ni culpas. Los colores que son verdaderos no necesitan competir, solo flamear en el viento del tiempo como una señal: lo que nació unido, de una misma fuente, no puede ser separado. Sostener una mentira requiere sacrificar todo, en cambio, ser un destello de la verdad, algo que la refleje (así como una latita refleja la luna en el baldío) no requiere esfuerzo, ser no requiere esfuerzo, hacer las cosas por amor no requiere esfuerzo.  

Al descubrir nuestro color verdadero en la experiencia, reconocemos el de quienes nos encontramos todos los días  ya que lo que somos está unido a todos.

Lo dicho aquí de forma pintoresca si se quiere, reviste la misma seriedad que cualquier otra cosa de lo que llamamos realidad, la experiencia de la que hablamos no es de una semana sino de la vida, no es indiferente al dolor, ni le teme a lo dureza que a veces presenta el mundo, dicha experiencia de encuentro no inventa nada que ya no estuviera presente, simplemente lo señala, lo transforma, lo comparte.

                                                   Abrazo, Roberto Flores

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