miércoles, 31 de agosto de 2011

Nosotros quisiéramos mantener las esperanzas de la adolescencia o quizás algunas más, en nuestra edad adulta;(Roberto Flores)

En nuestros mejores momentos, los más luminosos y amenazados, con pocos aliados pero enemigos accesibles, en nuestras épocas de gran generosidad pudimos ver sin confusión, de entre todas las maravillas la mejor de todas: la mujer y el hombre.


Pudimos soñar con un día de paz, sin victimas y una fiesta sin heridos.

Muchos de esos momentos se encuentran en la adolescencia. Percibir las posibilidades de lo humano como algo muy amplio es una buena forma de la esperanza.

Mi adolescencia, en particular, transcurrió en el Cerro de Montevideo, en una época donde estar parado en la esquina podía llevarte a pasar la noche en un calabozo. Eso me ocurrió muchas veces y resultaba muy violento para mi familia y también para mí, claro. Esa historia se repetía como parte de una metodología de seguridad que implementaba el gobierno que asumió en el año 1985. En esa época teníamos dos o tres ladrones en el barrio, pero ellos se cuidaban de que no los atraparan, así que pudieron llegar a ser viejos en la delincuencia y su carrera terminó más por la vejez que por la autoridad.

El Clima de pos dictadura estaba muy enrarecido y las heridas que quedaron de esos tiempos se podían oler en el ambiente, aunque los adolescentes teníamos las condiciones para salir adelante a pesar de ese tipo de violencia, la que se hereda y duele sin saber muy bien qué es, ya que uno no participó concientemente en ese tiempo debido a la edad.
Aprendimos que la violencia se hereda así como el miedo y también aprendimos qué hacer con eso para que no nos arruinara. Aprendimos que la adolescencia es una buena oportunidad para salir adelante a pesar de cualquier legado maldito...

Aprendimos que las heridas que no se pueden sanar en una generación se vuelven desafío para la siguiente y que no hay mal que dure cien años, si es que la nueva generación encuentra espacio y aliento para desarrollar sus respuestas.

Si bien vivimos siempre en un mundo violento donde los volcanes, terremotos y el clima puede arrasar pueblos enteros, la violencia que nos puede matar más allá de su acontecer concreto, la violencia que se propaga y hasta se traslada de generación en generación, es la que se produce ya no en la fuerza de la naturaleza, sino, en la elección de la voluntad humana.

Las catástrofes naturales generan muertos, heridos y una respuesta generosa y solidaria de los que no fueron afectados, en cambio el dolor inflingido libremente como elección, genera odio, rencor, y atenta con borrar del cielo, nuestra mejor estrella, la que nos guía en la noche, amenaza con apagar el fuego que nos calienta y permite vernos, reconocernos...

No somos adolescentes para siempre y al adulto le corresponde conocer la verdadera miseria de lo humano, de entre las cuales el dolor inflingido voluntariamente es una de las peores. Pero también le corresponde no descuidar sus mejores esperanzas ni mirar con desprecio la de los más chicos ya que cada generación trae su propio valor y bien, su propio modo de lucidez.

Siempre está el riesgo de perdernos, alejarnos de nosotros mismos y de los demás y a veces sobran causas para hacerlo, de entre las cuales el miedo es la principal, ya que nos atrofia la mirada, nos esclerotiza y nos deja fijos en unas pocas cosas, nos obliga a crear escasas y burdas respuestas y nos deja paralizados... Si la violencia nos mata, el miedo es el que declara la victoria de la muerte por sobre todo lo demás, aún por sobre la maravilla mayor: la mujer y el hombre.

Cuando vemos muchas victimas a nuestro alrededor podemos llegar a tener buenas razones para no querer ver y tornarnos así, indiferentes. Digamos, una ceguera voluntaria que intenta guardar el corazón del peligro.

Pero necesitamos estar atentos y creer, porque solemos ver lo que creemos.

Si por ejemplo, es tan fácil y común la fe en un dios trascendente, lejano y perfecto, no lo es tanto la fe en los semejantes y en nosotros, menos cuando hay violencia, miedo, cuando estamos involucrados en ese paisaje y es más difícil aun cuando somos víctimas o cómplices de la violencia. Es posible que ahí se note más nuestra imperfección y puede ser que la distancia que existe entre lo que queremos y lo que somos, sea una forma de dolor que se suma.

Es difícil creer en nuestras posibilidades cuando se conoce la miseria humana y sin embargo, necesitamos que alguien crea en nosotros cuando nos sentimos a dos centímetros del suelo. Cuando creemos un poquito en nosotros y en el otro, sin esperar la perfección, podemos vernos y encontrarnos, correr la niebla de un plumazo y mover el fuego.

La evolución que sigue por inercia la violencia y el miedo es la polarización de la sociedad, es una réplica exponencial de lo que pasa entre la víctima y el verdugo: hay que cuidarse de todos; hay que matarlos a todos; hay que ser indiferente a todos y distraerse con algo, etc. Es decir que aumenta la desconfianza, la muerte anticipada y las propuestas de entretenimiento, claro.

Muchas veces las partes tienen razón en algo, pero tener la razón no siempre es suficiente. A veces se tiene razón en un nivel de cosas muy restringido y a partir de supuestos errados. No es lo mismo, por ejemplo, dos equipos de buenos y malos que saberse en esos personajes alternadamente.

Sin embargo esto que escribo no es un llamado a la culpa, la culpa y su reparación son insuficientes si no existe la capacidad y la acción creadora, una capacidad que nos es natural y que a veces es sustituida por la repetición, el tedio y el hastío.

La persona más obtusa puede crear víctimas, injusticia y dolor, eso no requiere lucidez, ni mucho menos, pero crear la respuesta a los males de nuestra época, en nuestra ciudad y en nuestra cuadra, aun dentro de uno mismo, eso ya es otra cosa, exige toda la lucidez, creatividad, empeño, etc. Todo eso sin grandes sueldos y muchas veces perdiendo (según la noción de excito mercantilista), pero en esa tarea se forja lo humano o al menos un tipo de humanidad, por la que se puede apostar. No todos apuestan por la misma necesariamente (decía mi abuela Victoria que: “para que el mundo sea el mundo tiene que haber de todo”).

En los primeros tiempos del cristianismo había teólogos (llamados “Padres de la Iglesia”), que decían cosas tales como: un rico parado al lado de un pobre resulta ofensivo, y acumular más de lo necesario siempre es retener lo que le corresponde a otro.

Aquellos teólogos quedarían tiesos si vieran el tamaño que tienen hoy los graneros de los ricos, ahí la riqueza no ocupa espacio, es un número, una cifra y ya no se llama granero sino banco, estos hacen que la posibilidad de acumular sea virtualmente infinita.

Por algún motivo que no viene al caso ahora, parece que la acumular es una acción que se toma muy en serio, y los bienes materiales se consideran una llave a la felicidad. Yo sería más mesurado y diría que es una forma de felicidad por la que algunos apuestan. Una forma de felicidad que debe subsistir al aburrido trabajo de acumular cosas y entrar en el juego del poder para conservarlas.

Es probable que todos apostemos por alguna felicidad, y que detrás de cada forma exista una creencia acerca de qué es el ser humano.

Nosotros valoramos las tradiciones donde se mantienen abiertas estas preguntas a lo largo de mucho tiempo, mucho más del que puede vivir una persona. Digo, donde se mantienen abiertas, lo cual es distinto a definiciones inmóviles, temerosas del movimiento de la vida y el paso de las generaciones.

No se trata de andar preguntándose todo el día, pero sí de hacer algunas preguntas muy necesarias: ¿por qué tipo de felicidad apuesto? ¿Esa felicidad incluye a todos, a mi familia, solo a mí? ¿Qué es para mí el verdadero ser humano?

No siempre la risa implica felicidad, existen fiestas donde la risa es obscena y obliga a preguntar si uno no se equivocó de dirección, si estaba mal la tarjeta de invitados o lo que se festeja es una farsa.

Nosotros quisiéramos mantener las esperanzas de la adolescencia o quizás algunas más, en nuestra edad adulta; sin tener que culpar, acusar ni matar a nadie, sino sabiendo cuales son nuestras apuestas más genuinas y ser consecuentes con ellas, sin depender de las fluctuaciones del mercado, los quiebres de las bolsas y la crisis o el aumento del producto... Sabemos como nos afecta todo eso, pero sabemos también que nuestro único refugio es alguna copla que usamos de poncho para cruzar los inviernos. Tenemos lo necesario y no le dedicamos tiempo a la acumulación de cosas ni de poder. Gracias a eso no ofendemos al más pobre si estamos cerca, porque no guardamos nada que le pertenezca, no le debemos a nadie y podemos hacer fiestas sin lista de invitados, para que entre el que quiera. Pusimos la libertad en el rostro de nuestro ser humano y a ella le convienen las manos libres. Podemos ir armando eso que buscamos, esa persona que queremos ser para nosotros y para el otro, sumando piezas que vamos encontrando o alguien por gentileza nos recordó...

En cada persona hay un germen de verdad y nadie es dueño de ella, la verdad es un bien común. A veces se subestima a las personas y lo que va con ellas, pero, en el sujeto más simple, hay una estructura mucho más rica, compleja y sofisticada, que en el más estructurado de los sistemas que ruedan en la historia, ya sean económicos, políticos, ideológicos o todo junto, porque la persona sencilla se mueve en una escala humana donde se puede ejercer la libertad, la originalidad y el cambio. Por su lado las estructuras grandes y pesadas, obedecen a una escala mucho mayor donde prima la inercia sobre la voluntad personal.

Digo esto sin rencor, ni ánimo de salir a abolir instituciones, lo digo porque hay gente que tiene una percepción tal del mundo donde hay dos o tres dueños del circo y el resto son monos que se pelean cuando les patean la jaula. Lo cierto es que el mundo es un poco más complejo que eso y hay más posibilidades que algunas pocas y tristes. También es cierto que vemos lo que creemos, como sugerimos desde el principio: si creemos que necesitamos un granero grande, si creemos que hay que tener x para ser como n, o si creemos que, no más allá, sino dentro de todas nuestras fallas y limites, ahí mismo convive la maravilla, con suerte veremos eso también y seguro que lo vamos a hacer juntos.

Abrazo--------------------------------------------------------- Roberto Flores

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