¿Fue contrario Jorge
Mario Bergoglio años atrás a la Teología de la liberación? Probablemente en más
de un punto. ¿Es hoy el Papa Francisco un opositor a esta teología? No da la
impresión.
Consta, sí, que los
simpatizantes de la Teología de la liberación están exultantes con él. Es cosa
de ver las páginas electrónicas. Los sectores católicos liberacionistas se han
identificado rápidamente con el nuevo Papa. El nombre de Francisco, la
sencillez, los ataques contra la economía liberal, la ya famosa frase; “cuánto
querría una Iglesia pobre y para los pobres…”, han sido señales inequívocas de
un giro que el progresismo católico interpreta como un guiño favorable.
¿Qué importancia
pudiera tener que el Papa llegue a reconocer valor a esta teología? ¿Y a los
movimientos, congregaciones religiosas y comunidades de base que se han
inspirado en ella, dándole a la vez suelo para su desarrollo?
Juan Pablo II no la
condenó, pero le hizo críticas arteras y mantuvo a raya a sus teólogos. El
Cardenal Ratzinger, que ejerció este control desde el cargo de Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, una vez convertido en Benedicto XVI,
fue más bien tolerante. Recién el año pasado nombró en ese cargo a Gerhard
Müller, un obispo alemán que en 2005 había escrito junto a su amigo Gustavo
Gutiérrez un libro titulado Del lado de los pobres. Teología de la
liberación. El mismo Ratzinger -se sabía- siempre había sentido simpatía
por Gutiérrez, llamado el “padre” de esta teología. El nombramiento de Müller
ha sido una señal de abuenamiento, por cierto poderosa, de un viraje que puede
terminar siendo decisivo.
No lo será, empero, si
los simpatizantes de Gutiérrez, Boff, Segundo, Sobrino, Gebara, Codina,
Galilea, Trigo, Muñoz, Ellacuría y los otros muchos teólogos liberacionistas
pretenden revitalizar tal cual la teología que motivó el compromiso cristiano
de los años sesenta y setenta. Hoy el tema no es la reforma agraria, ni el
imperialismo yankee, ni el marxismo, ni la guerrilla del Che o de Camilo
Torres, ni los años grises de la dictadura de Pinochet. Debe
recordárselo, porque la tendencia a revivir esos tiempos es una tentación
inútil y, para colmo de la torpeza, infiel al método de la misma Teología de
liberación.
La Teología de la
liberación tiene una actualidad extraordinaria. Nunca fue condenada.
El mismo Juan Pablo II advirtió que ella, en algunos casos, era incluso
“necesaria” (Brasil, 1986). Tampoco habría sido fácil hacerlo, pues el mismo
Magisterio latinoamericano formuló la “opción por los pobres”, núcleo de la
convicción mística y teológica de esta teología. Su actualidad estriba en su
método. Los obispos del continente se aproximaron a la realidad en la clave del
“ver, juzgar y actuar”. Ellos popularizaron este procedimiento metodológico.
Ellos impulsaron a la Iglesia a reconocer la acción de Dios en la historia
presente y a sumarse a ella.
Debe reconocerse al
Vaticano II la paternidad ulterior de este método. El documento Gaudium
et spesquiso comprender los “signos de los tiempos”; “discernir en los
acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales (el Pueblo de Dios)
participa juntamente con los contemporáneos, los signos verdaderos de la
presencia o de los planes de Dios” (GS 11). Es decir, que en acontecimientos
humanos especialmente significativos es posible reconocer la acción de Dios y
reflexionar sobre ella. Esto ha exigido a la Iglesia no querer “enseñar” al
mundo qué es lo que Dios quiere, sin “aprender” del mundo qué es lo que Dios
quiere.
En adelante la
teología ha podido considerar que el contexto histórico no solo autoriza a
interpretar la doctrina tradicional acomodándola, adaptándola, a nuevas
circunstancias, sino que el contexto mismo tiene algo que decir sobre Dios y
sobre su voluntad. Dios que se reveló en la historia, en la historia
continúa revelándose. La Iglesia no vino al mundo con un canasto de doctrina
debajo del brazo. Ella fue amasando durante siglos su doctrina, la cual no ha
sido sino interpretación de la Escritura como Palabra de un Dios que continúa
hablando en el presente y que, porque seguirá haciéndolo en el futuro, obliga a
considerar las formulaciones teológicas como provisorias.
Así las cosas, la
Iglesia hoy debe atender a la historia si quiere ser históricamente relevante.
¿Cómo hacerlo? Ella debe arraigar hondamente en la humanidad sufriente, sufrir
con ella, esperar con ella, indagar sus necesidades de liberación y de
dignificación. Debe, en suma, sintonizar con el Espíritu de Cristo que clama en
los pobres; y por otra parte, debe recurrir al servicio de las ciencias
sociales que le permitirán comprender mejor qué está sucediendo con las
personas y las sociedades.
Sabemos que Francisco
Papa es un hombre conectado con el sufrimiento del mundo. Bien quiere la
liberación de los diversos oprimidos de este mundo. Será muy importante,
además, que tome en serio el aporte de las ciencias modernas. Sin estas, el
discernimiento de la viabilidad de la liberación es hoy culturalmente
imposible. Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de la homosexualidad. La
doctrina de la Iglesia ha podido variar en la medida que el conocimiento de
esta realidad humana ha evolucionado. La psicología moderna en algún momento
dejó de considerarla una perversión, pues descubrió que ella era una
enfermedad. Sucesivamente dejó de considerarla una enfermedad, para afirmar que
es una variante de la sexualidad humana. La Iglesia, en este campo, se está
sirviendo de la psicología para mejorar su doctrina. Algo parecido hizo con la
comprensión de fenómeno del suicidio.
Hoy la Iglesia
necesita que el Papa Francisco estimule y se sirva de la Teología de la
liberación,entendida esta como una apertura reflexiva y crítica al actuar humano
contemporáneo, especialmente a aquel de quienes padecen algún tipo de
discriminación y exclusión. Si no lo hace, la humanidad continuará llevándole
la delantera a la Iglesia en materias en las que la Iglesia ha presumido tener
la razón. El mero desarrollo de las ciencias no ha elevado a la humanidad a su
cota más alta. A veces la ha hundido en involuciones atroces y aterra pensar en
las experimentaciones en curso. Pero la Iglesia solo puede tratar legítimamente
de atajar los excesos de la modernidad o encauzarla si reconoce que, para
anunciar que Cristo es una Buena Noticia, se hace necesario usar la razón –la
ciencia y la técnica- para atinar con una fe en Dios auténticamente
humanizadora.
A la Teología de la
liberación hoy, por una cuestión de método, se le abren nuevas
posibilidades de interés. Ella, que se ocupa de la liberación, suele también
dar suma importancia a la creatividad que amplía los horizontes de la vida. Los
seres humanos combaten la opresión, la injusticia, las nuevas y viejas
esclavitudes. Pero también crean y recrean mundos insospechados, innovan en la
estética y en la moral. En las innumerables experimentaciones de la humanidad,
Dios mismo puede estar dándose a reconocer como el Creador. Dios no se cansa ni
se repite. La Teología de la liberación desde hace años valora las distintas
culturas, e incluso las diferentes religiones, pues cree, por principio, que
Dios acontece incesantemente en el mundo. Su aporte más característico en esta
apertura suya a todo lo real, ha consistido en valorar la creatividad de los
pobres. Para esta teología los pobres no solo han de ser objeto de caridad y de
justicia. Ellos deben ser considerados sujetos que inventan un mundo nuevo con
escasos materiales pero con la comprensión vital de un Evangelio que ha sido
anunciado a ellos antes que a nadie. El aporte mayor de la Teología de la
liberación, y de aquí su futuro, estriba en creer en la creatividad de los
pobres.
Esto explica que los
simpatizantes de la Teología de la liberación aplaudan al Papa Francisco. Ven
en él a alguien que apuesta por los pobres.
Jorge Costadoat, SJ
Centro Teológico
Manuel Larraín
Publicado
en: http://www.reflexionyliberacion.cl/articulo/2776/actualidad-y-futuro-de-la-teologia-de-la-liberacion.html
(Aporte de Cloe-Mercedes)
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