Somos solos y somos juntos
Vivimos
en un mundo que parece acelerarse cada vez más,
empujado por la tecnología,
el
consumo,
los medios de comunicación,
el tráfico, las redes sociales, etc.
como una rueda que recibe impulsos
sucesivos
ya sin saber de dónde provienen,
aunque esa fuerza nos hace apurar a
todos.
Esto sucede, sobre todo en las ciudades
y genera la ilusión de
velocidad,
poniendo los nervios en alerta
y la adrenalina en la sangre.
Digo
ilusión
porque hay otras zonas que no se aceleran tanto
o al menos no acompañan
la urgencia
y sin embargo son aspectos importantes de la vida,
me refiero al
tiempo que le dedicamos a estar con los demás,
físicamente presentes,
y al
tiempo que le dedicamos a estar con nosotros mismos
pero sin distracciones.
Ambas cosas presentan desafíos,
estar en serio con otra persona exige abandonar
ciertas seguridades propias
y estar en serio con uno mismo exige aceptar la
soledad,
luego, quien sabe estar consigo mismo sabe estar con otro y viceversa.
También, por cierto, exige no tener apuro compulsivo.
Siempre
es más fácil relacionarse con quienes se parecen más a nosotros
y está
perfecto,
pero quien termina ahí su mundo de relaciones
sin aventurarse un poco
más allá,
no sabe lo que se pierde.
Pero claro, como cualquiera que arriesga,
es difícil apostar por lo desconocido,
ir a buscar al otro siempre es riesgoso,
hay que escalar prejuicios,
cruzar miedos,
adentrarse en la espesura del
misterio.
Solo asume riesgos grandes
quien descubre o intuye algo valioso,
yo creo que hay algunas cosas que nos
hacen humanos
en la construcción de relaciones
con quienes entendemos muy distintos
de nosotros mismos.
Digo “entendemos muy
distintos”,
porque creo que las personas de cualquier edad y lugar,
somos más
parecidas que distintas,
reímos, lloramos, sufrimos y gozamos más o menos por
las mismas cosas.
Lo que comprendemos
y las explicaciones que nos damos son
dinámicas
y son susceptibles de correcciones,
a veces tenemos que corregir
nuestros supuestos.
Cuando nos pensamos juntos y nos sabemos necesitados de los
demás,
las diferencias son riquezas,
las distancias nos unen
y las edades diversas se tornan en
ventajas varias.
Sin embargo hay un discurso
en el cuál la gente mayor se
valora solo por su capacidad de hacer
o lograr lo que hacía cuando era joven,
algo que demuestra una falta de valoración por esa edad,
como si el abuelo o la
abuela fuesen valiosos solo por tener rasgos
y características de alguien más
joven,
como si en sí misma ese estado no presentara valores propios.
En lo
breve de este artículo
no puedo desarrollar el tema como quisiera,
así que
invito a pensar,
sentir y reparar en que,
las fragilidades y límites que nos
molestan o nos decepcionan de los demás,
también pueden ser cosas que nos unen,
además existen zonas vulnerables en todos.
Cuando prestamos atención y miramos
con el corazón a los otros,
nos damos cuenta de que las personas nos
encontramos en el valle
y no en la cima de la montaña,
lo hacemos con nuestros
límites y debilidades,
para comprobar que la relación fraterna y humana
es
nuestro mejor y primer aporte a la sociedad.
De donde nace todo lo demás.
Roberto Flores
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