En tiempos donde la convivencia humana es fragmentada, enfrentada entre sí
o amenazada por la indiferencia ante el dolor del otro, nuestra Iglesia Católica
desde la iniciativa de las pequeñas comunidades propone todos los años un
retiro espiritual, para encontrarnos entre diferentes.
Participando jóvenes, adultos, en todos los estados de vida posibles… Encontrándonos desde nuestras luces y sobras. Encontrándonos con el que es capaz de darnos la resurrección a una vida más plena. Estuvieron presentes comunidades de Melo, Treinta y Tres, Río Branco, Fraile Muerto y Noblia.
Participando jóvenes, adultos, en todos los estados de vida posibles… Encontrándonos desde nuestras luces y sobras. Encontrándonos con el que es capaz de darnos la resurrección a una vida más plena. Estuvieron presentes comunidades de Melo, Treinta y Tres, Río Branco, Fraile Muerto y Noblia.
A unos nos toco viajar desde antes que saliera el sol
y otros nos
recibirnos
con mate, café calentito, bizcochos, sonrisas y abrazos.
En la mañana el programa comenzó con un
saludo de Mons. Heriberto, quien retomó la parábola de la oveja perdida. El
Obispo recordó las palabras de Jesús: «hay más alegría en el Cielo por un
pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse» e invitó a los presentes a «ser motivo de alegría para Dios»,
dando pasos de conversión, y encontrando así también la alegría del perdón.
Acompañado de bellos cantos.
Después hubo un tiempo de reflexión en grupos animado por las mujeres
coordinadoras del encuentro, que nos llevo a un emotivo y profundo gesto de
reconciliación pasando por la puerta de la misericordia y quemando nuestros
pecados en el fuego de un brasero.
Continuando con la iluminación acompañada por Nacho, a través de un tiempo
de meditación personal. Donde volvimos a nuestra historia buscando «pequeñas
muertes» en nuestras relaciones familiares,
en nuestra sexualidad, en el estudio, trabajo, política, vida eclesial,
en nuestras relaciones de amor y amistad. Cada una de esas experiencias
dolorosas, heridas, perdidas las pusimos en manos de Dios, para recibir su
perdón, poder perdonar y abrirnos a una vida nueva. Hubo tiempo para la celebración personal del
Sacramento de la Reconciliación. Sin faltar el saludo de las paz, con la intención de agradecer la presencia de Jesús en el otro, y de reafirmarnos como
muy amados por Dios. Saludo dado con el beso de la princesa y el príncipe,
además de fraternos abrazos.
Emotivo fue el momento de oración, donde
Mrita Churi hizo memoria del caminar de la C,E.B. unidas a las demás de América
Latina, e hicimos presente alas laicas y laicos , religiosas, sacerdotes y
obispos que han aportado a la vida de este modo de ser iglesia.
Luego el almuerzo, donde una vez más se dio el milagro de la multiplicación
de los panes y peces. Habiendo una variada posibilidad de alimentarse, gran
parte hecha con las manos de los propios participantes. De sobre mesa,
espontáneamente los encuentros más personales, compartir noticias y hasta la
posibilidad de dar un paseo por la ciudad.
En la tarde, nos preparamos para la procesión, acompañados por la hermana Stella. Quien nos ayudo a profundizar sobre el salir de nuestro egocentrismo que todo lo reclama o que queda atado en la culpa, liberarnos para caminar junto a los demás. La procesión fue animada por una serie de meditaciones preparadas por integrantes de las comunidades, que invitaban a «construir comunidades que sepan ver la realidad, descubrir a los heridos de las cunetas, vendar heridas, curar vidas rotas, sanar corazones heridos, acoger a quienes no conocen el amor ni la amistad, dar calor a las almas abandonadas....» Al llegar a la Catedral, los peregrinos fueron entrando, uno a uno, por la Puerta Santa, expresando con algún signo su deseo de recibir las indulgencias del Año Jubilar.
Mons. Heriberto presidió la Eucaristía. Comentando el Evangelio (Lucas 15,3-7), señaló que los participantes del encuentro habían venido en procesión, para encontrarse ahora con otras dos procesiones: la procesión de la muerte, formada por quienes acompañan a una viuda que va a enterrar a su hijo y la procesión de la vida, formada por Jesús, sus discípulos y la muchedumbre que los sigue. «Es Jesús quien resucita la esperanza, y nos saca de la procesión de la muerte, para caminar con Él en la procesión de la vida», subrayó el pastor.
En la tarde, nos preparamos para la procesión, acompañados por la hermana Stella. Quien nos ayudo a profundizar sobre el salir de nuestro egocentrismo que todo lo reclama o que queda atado en la culpa, liberarnos para caminar junto a los demás. La procesión fue animada por una serie de meditaciones preparadas por integrantes de las comunidades, que invitaban a «construir comunidades que sepan ver la realidad, descubrir a los heridos de las cunetas, vendar heridas, curar vidas rotas, sanar corazones heridos, acoger a quienes no conocen el amor ni la amistad, dar calor a las almas abandonadas....» Al llegar a la Catedral, los peregrinos fueron entrando, uno a uno, por la Puerta Santa, expresando con algún signo su deseo de recibir las indulgencias del Año Jubilar.
Mons. Heriberto presidió la Eucaristía. Comentando el Evangelio (Lucas 15,3-7), señaló que los participantes del encuentro habían venido en procesión, para encontrarse ahora con otras dos procesiones: la procesión de la muerte, formada por quienes acompañan a una viuda que va a enterrar a su hijo y la procesión de la vida, formada por Jesús, sus discípulos y la muchedumbre que los sigue. «Es Jesús quien resucita la esperanza, y nos saca de la procesión de la muerte, para caminar con Él en la procesión de la vida», subrayó el pastor.
Y llego la hora de la despedida, que mostraba rostros de profunda alegría,
cuerpos mas livianos y abrazos de agradecimiento. Cada cual llevo a su pueblo,
ciudad, familia, comunidad, vecindario esa buena noticia experimentada: Dios es
capaz de transformar las situaciones de pecado, de muerte en una vida mejor.
Nacho
Nacho
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