Pero no se trata de hablar aquí del documento vaticano, sino de que dirijamos la mirada a estas mujeres y a la tarea que han venido desarrollando en Estados Unidos desde el Concilio Vaticano II. Es verdad que la “investigación doctrinal” del Vaticano ha entristecido y decepcionado a muchas de estas religiosas. Mucha gente en los blogs y en los medios de comunicación se preguntaba ¿pero cuál es el problema? Quizá pasaban por alto que la “investigación doctrinal” del Vaticano es ya la continuación de una larga inspección apostólica a todas las órdenes religiosas femeninas en general. Así que no es de extrañar que las religiosas en los Estados Unidos se sientan un poco desmoralizadas últimamente.
Y hay también otra cosa que creo que es importante recordar y que algunas críticas de quienes no ven con buenos ojos a esta organización de religiosas probablemente olvidan: muchas de estas hermanas de las que estamos hablando, que ahora andan por los setenta u ochenta años de edad, cuando ingresaron en la vida religiosa sabían perfectamente que iban a vestir de hábito y que iban a vivir su vida semienclaustradas en un convento, al modo tradicional. ¿Y qué pasó entonces? Que vino el Concilio Vaticano II. A comienzos de los sesenta, la gran asamblea de los obispos católicos dio como fruto numerosos documentos, como Perfectae caritatis [decreto sobre la vida religiosa]. Poco después el papa Pablo VI dio a conocer su exhortación Evangelii nuntiandi y otras cartas en las que se decía claramente a las religiosas que debían ponerse al día y reformarse. Y ellas regresaron a la fuente de sus documentos fundacionales, para ver qué fue lo que dijeron realmente los fundadores y fundadoras y profundizaron en ellos para entender lo que debían hacer. Y encontraron que lo que tenían que hacer era salir al mundo y no permanecer semienclaustradas y vestir como visten habitualmente las mujeres de su tiempo. Salir fuera, en una palabra.
Y no debemos olvidar que estas mujeres habían sido minuciosamente preparadas para vivir semienclaustradas. Lo más fácil para ellas hubiera sido continuar su modo tradicional de vida. Sin embargo, abrazaron los cambios que les proponía el Concilio Vaticano II, a pesar de que esa era la opción más difícil para ellas en aquel tiempo. Una amiga religiosa me decía anoche literalmente: “nos tomamos muy en serio esos documentos”. Por tanto, creo que cualquier crítica a estas mujeres ─también la del Vaticano─, debería empezar reconociendo que respondieron fielmente a lo que la Iglesia les pedía.
Y todavía más importante que entender eso es contemplar a las propias religiosas. Hagámoslo. Miremos a algunas de estas mujeres de la era del Concilio Vaticano II y veamos qué es lo que fueron capaces de intentar y lo que llegaron a conseguir por fidelidad a Dios:
1) Para empezar, pensemos en Mary Luke Tobin, de las Hermanas de Loreto, la única mujer americana que fue invitada a participar en el Concilio Vaticano II. Luego llegó a dirigir la LCWR. Toda su vida luchó por la paz y la justicia, hasta su muerte a los 98 años. Una mujer portentosa en la historia religiosa de América.
2) Hay también personas a las que considero heroicas, como Ita Ford y Maura Clarke, de la congregación de las Hermanas de Maryknoll, o la religiosa ursulina Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan. Las cuatro fueron martirizadas en El Salvador como consecuencia de su compromiso decidido con los más pobres, las cuatro pagaron su seguimiento personal de Cristo con el precio de sus vidas. Fueron mujeres como estas las que encarnaron el espíritu del Concilio Vaticano II.
3) Pienso también en alguien increíble como Dorothy Stang, que hace sólo unos años fue martirizada en Brasil cuando luchaba por los pobres sin tierra de allí. La hermana Dorothy fue asesinada mientras recitaba las bienaventuranzas. Una mujer inigualable, misionera de las Hermanas de Notre Dame de Namur, cuyo testimonio sirvió de inspiración a tanta gente.
4) Y quizá también conozcan a la hermana Helen Prejean, autora del libro Dead men walking [traducido en español como Pena de muerte, llevado al cine y protagonizado en la pantalla por la actriz Susan Sarandon] y de la que podríamos decir que hizo más que nadie en el mundo en lo que se refiere a la concienciación sobre la pena de muerte y el rechazo que, como católicos, debemos manifestar por este procedimiento inhumano.
5) Y pienso en gente como Elizabeth Johnson, hermana de la Congregación de San José, profesora [de Teología] en la Universidad de Fordham, en Nueva York, y cuyos libros sobre Jesús, sobre María y sobre Dios, escritos con hermoso estilo literario, han ayudado a mucha gente a acercarse a Dios.
6) Y pensemos también en las cinco hermanas Adoradoras de la Sangre de Cristo, martirizadas en Liberia en 1992 por su compromiso con los pobres de allí. No olvidamos a Agnes Mueller, Barbara Ann Muttra, Shirley Kolmer, Kathleen McGuire y Joel Kolmer.
7) Recordamos también a Mary Daniel Turner, la anterior superiora general de las Hermanas de Notre Dame de Namur y directora de la LCWR, coautora del libro The Transformation of American Catholic Sisters, gran promotora de la justicia y de la renovación en la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II.
8) Pienso también en las mujeres que trabajan en el campo de la espiritualidad, gente como la hermana priora benedictina Joan Chittister o en la hermana Joyce Rupp, cuyos escritos teológicos han permitido a tanta gente acercarse al Señor.
Pero pienso igualmente en esas otras religiosas cuyos nombres puede que no sean tan conocidos, hermanas que dirigen colegios y universidades, son profesoras en escuelas o institutos, trabajadoras sociales, responsables de pastoral, enfermeras, médicos… Mujeres que han sabido desplegar las más diversas capacidades en la Iglesia. Son estas las religiosas que, juntas, sostienen la Iglesia católica en América, desde sus votos de pobreza, castidad y obediencia, y que ponen al servicio de la comunidad todo el dinero que puedan ganar con su trabajo. Mujeres que ahora se están acercando al final de su vida activa.
Por último, me gustaría compartir también un comentario que entra más en el terreno de lo personal: algunas hermanas que he conocido y que marcaron mi vida, indudablemente, como la hermana Louise French B.V.M., de Dubunque [Iowa], profesora de varias generaciones de jesuitas en la Universidad Loyola en Chicago y a quien sus alumnos adoraban. Y déjenme hablarles también de otra amiga mía, Janice Farnham, una religiosa de Jesús y María que fue mi profesora durante mi formación teológica y que quiso acercarse a visitar a mi padre, ya en el estado terminal de su enfermedad, aunque para ello tuviera que viajar cuatro horas en tren, estar junto a él una hora en el hospital y emprender al día siguiente otra vez el viaje de vuelta. Cuando le di las gracias me las dio ella a mí, porque consideraba un honor haber podido acompañar a mi padre.
He tenido también a religiosas como directoras espirituales. Y hasta hubo una que, en medio de una fuerte crisis espiritual supo orientarme de manera muy estimulante e iluminadora. Se lo agradecí expresamente y ella me dijo que el mérito no era suyo, que había sido simplemente la mano de Dios. He tratado a muchas religiosas a lo largo de toda mi vida como jesuita y las admiro como a verdaderos héroes.
Cualquiera que sea nuestra opinión sobre el documento del Vaticano, está claro que ha entristecido y desmoralizado a muchas mujeres religiosas católicas, que han entregado generosamente sus vidas a la Iglesia. Así que creo que es buen momento para que todos les digamos “gracias”. Gracias a todas esas magníficas mujeres religiosas que habéis llegado a ser una parte tan importante en nuestras vidas, que nos habéis conducido a Cristo por una variedad tan grande de caminos, quizá por el camino del martirio, pero también por ese otro martirio de lo cotidiano que es simplemente vivir como religiosas católicas, viviendo las exigencias de la pobreza, la castidad y la obediencia. Me gustaría daros las gracias personalmente por todo ello y sería estupendo si vosotros os animaseis también a dar las gracias a algunas de vuestras religiosas favoritas. Porque yo creo que siempre es momento para la gratitud y, especialmente, en estos tiempos, me gustaría decirles a las religiosas católicas de los Estados Unidos: ¡gracias, hermanas! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
James Martin, SJ. Contributing Editor of AMERICA catholic magazine
Para más información: http://www.americamagazine.org/
[Traducción: Juan V. Fernández de la Gala. El texto que figura entre corchetes son notas añadidas por el traductor].
Gracias Hermana Imelda!
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