martes, 30 de abril de 2013
Si se quiere preservar la paz en el planeta, refórmese el sistema de propiedad - Jerónimo Bórmida
El soldado de Cristo
Cuando el nuevo Papa elige el nombre de Francisco, resalta su pobreza, su lucha por la paz y el respeto por la creación.
La cultura de la guerra dominaba la cultura feudal, al menos la cultura de las clases dominantes. La propuesta franciscana de paz nace en una sociedad dividida entre los que tenían armas y los inermes. Pobre es equivalente a indefenso, el pobre es un “inerme”, un desarmado. Los militares eran aquellos (pocos) que tenían el privilegio de portar armas y de mantenerse con el trabajo de los trabajadores y de ser legitimados por la clerecía y por los monjes.
La legitimación de las armas resultaba extremadamente fácil: la seguridad era uno de los objetivos primarios de la sociedad feudal. En este contexto parece lógico el nacimiento de una cultura que enaltece y sacraliza la guerra y el guerrero.
La inseguridad hace necesaria la protección habitual de los profesionales de las armas y clérigos y monjes comienzan a bendecir las armas y se llega naturalmente a la sacralización eclesial de la profesión de soldado.
La nueva cultura cristiana hace posible la santificación empuñando las armas en servicio de la iglesia.
Este contexto da a luz la expresión máxima de la santidad militar: las órdenes religiosas militares. Los monjes guerreros agregan a la habitual trilogía de castidad, pobreza y obediencia, el voto de guerrear para defender la iglesia. Son defensores de la empresa de Cristo.
El dulce Bernardo de Claraval nos hace el retrato del nuevo ejército de Cristo, compuesto de monjes-guerreros. Los Templarios: viriles, rasurados, barbudos, no muy limpios, despreciando armas y vestidos lujosos, prontos siempre a sacar sus armas para matar.
Los caballeros de Jesucristo combaten solamente por los intereses de su Señor, sin temor alguno de incurrir en algún pecado por la muerte de sus enemigos ni en peligro ninguno por la suya propia, porque la muerte que se da o recibe por amor de Jesucristo, muy lejos de ser criminal, es digna de mucha gloria.
Por una parte se hace una ganancia para Jesucristo, por otra es Jesucristo mismo quien se adquiere; porque éste recibe gustoso la muerte de su enemigo en desagravio suyo y se da más gustoso todavía a su fiel soldado para su consuelo.
Así el soldado de Jesucristo mata seguro a su enemigo, y muere con mayor seguridad. Si muere se hace el bien a sí mismo; si mata, lo hace a Jesucristo, porque no lleva en vano a su lado la espada, pues es ministro de Dios para hacer la venganza sobre los malos y defender la virtud de los buenos.
Ciertamente, cuando mata a un malhechor no pasa por un homicida, antes bien, si me es permitido hablar así, por un malicida.
Y cuando él mismo pierde la vida, esto para él es una ventaja más que una pérdida. La muerte, pues, que da a su enemigo es una ganancia para Jesucristo y la que recibe de él es su dicha verdadera.
La cruzada
Se dan 8, entre los años 1095-1096. Formalmente la primera cruzada la lanza el papa Urbano II al grito de ¡Dios lo quiere! asumiendo la Santa Sede la organización y dirección de la empresa que más que religiosa fue comercial. Las cruzadas fortalecieron el comercio de las ciudades italianas, generaron interés por la exploración comercial del Oriente y establecieron mercados comerciales de duradera importancia. La empresa del crucificado produjo fuertes dividendos en la economía europea.
Se llama cruzada a toda guerra santa convocada y dirigida por el Papa, que concede a cuantos se alisten bajo el estandarte de la Cruz la indulgencia plenaria: pleno perdón de todos los pecados y de las penas por ellos merecidas, y da total garantía de salvación eterna, asegurando la retribución de los justos a todos los cruzados.
En la Bula de proclamación se lanzan condenas severas para los que no colaboren con la empresa del Señor nuestro Dios. Los rebeldes de la empresa del Crucificado, que no le tienen miedo a la Iglesia y sus censuras, serán entregados al poder civil, lo cual supone cárcel, tortura y muerte.
Francisco y la paz El Dios de Francisco
Francisco no adora al Dios-Señor-Feudal. Dios envía a Jesús a defender a los inermes, no es el guerrero que erradica a los malos, es paciencia, esperanza, y su gloria es la benignidad y abundancia de su misericordia. El Dios de Francisco se define como el bien, todo bien, sumo bien, y es amor, caridad; sabiduría, humildad, paciencia, hermosura, mansedumbre; seguridad, quietud, gozo, esperanza y alegría, justicia, templanza, riqueza que sacia todos los deseos del hombre, piadoso, manso, suave y dulce... (Alabanzas al Dios Altísimo)
El Jesús concreto e histórico que nace del evangelio le revela la humildad y la benignidad de un Dios que abomina la guerra.
La Eucaristía es pura presencia amorosa, alegre y sufriente y solidaria hasta las últimas consecuencias. La Eucaristía es el espíritu de la anticruzada. La antítesis (la tesis contraria) del matar por la fe; es el respeto por el proceso ajeno y por el error de los demás; es el amante que sabe crecer con el ritmo del amado, acción de gracias por todo el crecimiento del ser querido, y entrega total de la propia vida, sin reservarse nada, hasta la última capacidad de sufrimiento solidario, para dar la vida por objeto del amor.
La cruzada es impensable para el adorador del Dios de Jesús que se mantiene vivo en la eucaristía y en los evangelios.
La propiedad
La negación de todo tipo de propiedad, tanto personal como comunitaria, es uno de los ejes de la espiritualidad franciscana y configura la cosmovisión franciscana primitiva.
Para Francisco la propiedad está en la raíz, es causa de la guerra y sin eliminar la propiedad no es posible la paz. Así se lo manifiesta al obispo que le pide que su movimiento tenga algunas propiedades.
“Señor, si tuviésemos algunas propiedades, necesitaríamos también armas para defenderlas. Pues son ellas motivo de un sinfín de querellas y pleitos, que suelen estorbar al amor de Dios y del prójimo. Esta es la razón por la cual no queremos poseer ningún bien material en este mundo”. (AnPer 17).
Me parece que no es posible hablar de la propuesta de paz franciscana sin tocar, a fondo y sin ambigüedades, el tema de la propiedad. Los políticos, los economistas, los ambientalistas, los pastoralistas, los científicos de todo tipo… todos los que honestamente quieran aportar en la construcción de un mundo sin guerras y en paz… tienen que comenzar por revisar a fondo la teoría y el ejercicio de la propiedad y del poder. El movimiento franciscano de la primera hora puso radicalmente en tela de juicio la voluntad dominativa del hombre, sea como persona, sea como colectividad.
Para el franciscano el hombre no tiene derecho a poseer, a manipular, a vender, a comprar, a usar, como si las personas, los animales, la tierra fueran realmente suyas.
No tiene derecho a bombardear un desierto, a hacer experimentos nucleares en el fondo del océano… No tiene derecho a quitar la vida, la propiedad más valiosa de todo ser viviente. El camino de la paz para nuestro planeta comienza cuando el hombre deja de ver el mundo como propiedad privada, como coto de caza del cual es dueño, señor, propietario hasta el grado de hacer lo que se le antoja.
Si se quiere preservar la paz en el planeta, refórmese el sistema de propiedad.
El dinero
Este es el contexto inmediato de las prescripciones de la Regla No bulada. Taxativa, apenas deja algún resquicio para el uso del dinero: “Ninguno de los hermanos, dondequiera que esté y dondequiera que vaya, tome ni reciba ni haga recibir en modo alguno moneda o dinero ni por razón de vestidos ni de libros, ni en concepto de salario por cualquier trabajo; en suma, por ninguna razón, como no sea en caso de manifiesta necesidad de los hermanos enfermos; porque no debemos tener en más ni considerar más provechosos los dineros y la pecunia que las piedras. Y el diablo quiere cegar a quienes los codician y estiman más que las piedras” (RNb 8).
Cuando Francisco oye en la misa que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero…, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica". (LM 3.1)
El amigo de Dios –dice Celano- más que todas las cosas execraba el dinero… Sin dinero se hace imposible la guerra.
El lobo de Gubbio
No podemos obviar el relato del pacto de paz que Francisco establece entre la ciudad de Gubbio y un lobo feroz. Las Florecillas nos presentan a una ciudad aterrorizada ante las amenazas de un grandísimo lobo, terrible y feroz.
Francisco no teme al lobo, no siente su agresión, está seguro porque no pone su confianza en las armas sino en Dios. Armado con la señal de la cruz y llamándolo hermano, pacifica al lobo feroz. El hermano lobo entra a la ciudad sin temor alguno para concluir la paz en el nombre de Dios. El lobo siguió viviendo mansamente en la ciudad hasta su muerte.
Francisco de Asís conoce la ciudad porque poseyó el esquema mental burgués, adhirió a la ideología dominante, pensó y actuó según la ciudad. Pero también conoce el bosque: salió del siglo y se fue al margen del sistema. Sabe que el bosque no es caos, sino otro sistema, es un orden alternativo, no un desorden.
Sale en busca del lobo, no se queda dentro de los muros, y sale sin armas, ni perros, ni defensas, sin miedos, ni prejuicios, habla el lenguaje del otro, en la guarida del enemigo. Francisco desdemoniza el lobo y la ciudad con la palabra hermano: el lobo no es sino un pequeño animal que tiene sus razones para matar. Tanto el lobo como la ciudad son tanto pecadores como buenos.
HOY
La paz franciscana, diría evangélica, pasa por construir otra imagen de Dios, por revisar el tema de la propiedad, por transformar radicalmente el manejo del dinero, por negar la vía armada y el uso de la fuerza como remedio de los males de la sociedad, por afirmar incondicionalmente la vía del diálogo con el distinto como único camino posible para un mundo seguro y en paz.
La propuesta franciscana desdemoniza al enemigo con el signo pacificador de la Cruz de Cristo desnudo.
Por Jerónimo Bórmida - Revista Obsur Nº21
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