El
ser humano es un ser necesitado que busca completarse. Desde su
nacimiento el hombre tiene hambre de eso “otro” que le falta. El
bebé necesita que su madre lo amamante, el niño necesita de su
padre y su madre como figuras de cariño y protección. El
adolescente busca completarse buscando modelos a seguir, acordes a su
nueva independencia. El joven buscará la complementariedad en un
“otro” que le haga sentir la posibilidad de hacer camino juntos.
Durante esos años la familia, los amigos, el estudio, el trabajo,
son factores imprescindible que colaboran en al madurez de ese ser
que busca completarse.
Esas
situaciones son oportunidades para que ese ser que va creciendo a
una vida independiente, vaya comprendiendo que en todo lo que viva
podrá experimentar una especie de continua necesidad, de un
insaciable gusto a más, y que muchas veces se sentirá con ganas. Lo
ideal sería poder acompañarlo de cerca y lograr que vaya
acostumbrándose a esa necesidad existencial que no podrá quitársela
de encima. Ni el dinero, ni la fama, ni la búsqueda del placer como
fin último, ni siquiera un título académico, lograrán borrar eso
que lleva impreso en su naturaleza: ser un necesitado. Necesitado de
una completitud con otros y otras que también se reconocen
necesitados, que han vivido en su historia la incapacidad de
encontrar en esta vida aquello que les completa.
...que busco saciar mi sed...
Pero
esa misma necesidad es la que nos lleva a experimentar la misma
fuerza vital que está en nosotros. Ese mismo ser que va creciendo, y
que experimenta en sus diversas etapas de diferente forma y con
diferente intensidad, siente en su interior una energía que lo ayuda
a sobreponerse a sí mismo y vivir experiencias que no había pensado
antes. Esa sed que podemos vivir es la que nos permite ser atrevidos
en ante la vida y jugarnos por cosas que, aunque para algunos no
tengan ningún sentido o que sean peligrosas, para el que las vive se
convierte en su motivación. Entran en esta categoría cualquier
experiencia propia de la época adolescente o juvenil que tenga que
ver con lo que es prohibido, o donde se juegue lo íntimo.
Lo
importante en esto es reconocer el común denominador de esta etapa y
de todas esas experiencias vividas. La sed persistirá aun en
momentos que el ser humano pueda tener reflejos de plenitud, podrá
experimentar que son momentos pasajeros. Cada mañana la sed volverá
y es allí donde se puede experimentar esa sed manifestada en la
soledad, el vacío, el sentimiento de la nada, de la propia pobreza,
el sentimiento de lo que se escapa aunque lo quiera retener. Jean
Paul Sartre hablaba de la angustia que el ser humano experimenta ante
la vida, pero desde una posición de un ser incapaz, de verse
imposibilitado de pararse en su propias fuerzas. Gabriel Marcel sin
embargo hablaba de la posibilidad de la trascendencia como esa
capacidad en potencia del ser humano y que Otro viene a hacer surgir
en él. Esa sed de vida en cualquiera de las dos visiones está
implícita en el ser humano.
...que
tiendo hacia los más alto...
Esa
necesidad manifestada como sed que busca beber vida y que se
manifiesta a lo largo de toda la existencia tiene un punto de
arranque: el mismo desencuentro con el yo. Cuando las experiencias
vividas contradicen y se percibe que lo que se piensa no es la
realidad se puede experimentar el estar perdidos, el no saber hacia
donde ir. Allí la sed se manifiesta aun más fuertemente y la
necesidad se hace pronfunda e intensa. Este es el momento en donde
sentimos caer a lo más hondo y por lo tanto puede ser una
oportunidad de mirar hacia lo más alto. Reconocer esta extrema
incapacidad de valerse por sí mismos es un presupuesto necesario
para poder crecer como seres humanos.
Perder
por un tiempo la noción de sí es posibilidad de poner los ojos en
eso “otro” externo a mí y que se me acerca para darme su ayuda.
Eso otro es superior a mí por lo cual en un primer momento me puede
provocar miedo y rechazo, por lo cual debo sobreponerme a mí mismo y
arriesgarme. Aún en mi momento más frágil soy capaz de cerrarme a
eso que se me acerca pues al ser ajeno a mí, se me hace lejano. De
todas formas no dejaré de experimentar querer salir de ese pozo en
el cual estoy y tender salir volando hacia lo más alto, hacia lo que
aun no conozco y que, por naturaleza, tiendo.
...atraído
por un OTRO concreto...
La
condición humana nos hace tender a algo superior a nosotros mismos,
pero eso “otro” no puede ser tan ajeno a nosotros pues de ser así
no cabría en el horizonte de posibilidad humano. Si bien hay
realidades desconocidas para el hombre, lo que lo atrae no puede ser
tan extraño a él mismo, pues no lo atraería. Es cuando descubrimos
que lo que que buscamos no es un algo cualquiera, una cosa en sí
misma, sino un ALGUIEN. Un alguien que me conoce de siempre pero que
reconoce mi necesaria libertad y por ello me espera sin sobreponerse.
Este alguien me comprende y me escucha y ha atravesado mil veces mi
camino, se me ha manifestado en las relaciones con mi familia, mis
amigos, mis luchas y mis triunfos. Ese otro no es ningún extraño y
se me acerca lentamente para no asustarme y en el acercamiento se va
diluyendo la niebla que no permite que lo reconozca.
...que
estaba ya dentro de mí...
Al
reconocer el rostro de ese ALGUIEN puedo descubrir que me es
familiar, que ya nos hemos visto antes, que incluso le he hablado y
que el me ha escuchado. ¿Cuántas veces gritamos y le pedimos a Dios
que se nos muestre si es que existe? Entonces eso otro que marcó la
búsqueda de mi vida se convierte en un alguien que reconozco y aun
más, que ya estaba dentro de mí, de mi ser más interior, que
guiaba mis pasos a ese momento de encuentro y que me fue preparando.
Todo aquello que buscaba fuera de mí, incluso en los demás, estaba
en mi interior, en ese lugar que sólo yo
conozco y que ahora sé que este alguien también conocía. San
Agustín descubrió lo mismo y lo dice: «Tú
estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto
que lo más sumo mío»
(Confesiones,
III, 6,11).
...y
me lleva a la plenitud...
Cuando
logramos descubrir ese alguien que me llama hacia él descubrimos que
es lo más alto de nosotros mismos y que nos lleva a experimentar lo
que siempre hemos buscado. Y ese llevarme a lo más alto implica
llevarme a abrirme a los demás que me necesitan y que yo necesito. La
relación con los demás no es la misma, no es la relación de
conveniencia, o de miedo o desconfianza. Es una relación de entrega
gratuita, de servicio, de lucha por el otro igual a mí que aún no
ha experimentado la visita de alguien que se preocupe por él sin
intereses. Es experimentar un nuevo sentido de vida, no tan egoísta,
no tan preocupado por nuestras vidas, sino que nos lleva a poner
todas nuestras facultades y esfuerzos al servicio del que más sufre.
Se nos abre una nueva posibilidad, un nuevo horizonte: el del
necesitado de este siglo, el del pobre que muere a diario, el de la
lucha por sobrevivir en un mundo tan injusto.
El
estado de plenitud comienza cuando experimentamos que el extraño se
me hace prójimo y que su dolor no me es ajeno. Es comenzar a sentir
con el otro y dejar de lado parte de lo mío para comenzar a ocuparme
de él. La plenitud nos hace experimentar la comunión con los demás,
con los que conozco de cerca y aún con los que están lejos. Con los
que se me acercan y con los debo ir a buscar. Podemos comprender que
lo que buscábamos fuera de nosotros y que encontré en mí, también
está en esos otros
a los cuales ese alguien
me lleva, y aún más, ese alguien
quiere darse a través de mí a esos otros
que me buscan. La reciprocidad
se vive en ese juego de intercambio de necesidades, de búsquedas y
de encuentros. El
ser humano será pleno si busca darse a otros seres humanos, sus
semejantes, que quieran darse también, los cuales encontrarán a
este ALGUIEN que está en su más profundo ser, pero que deambula
también por las periferias existenciales de nuestra sociedad.
Diego Pereira.
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