sábado, 15 de febrero de 2014

El ser humano está llamado a la plenitud

(Con las debidas disculpas, me atrevo a compartir una reflexión desde mi ignorancia)

Soy un ser necesitado...
El ser humano es un ser necesitado que busca completarse. Desde su nacimiento el hombre tiene hambre de eso “otro” que le falta. El bebé necesita que su madre lo amamante, el niño necesita de su padre y su madre como figuras de cariño y protección. El adolescente busca completarse buscando modelos a seguir, acordes a su nueva independencia. El joven buscará la complementariedad en un “otro” que le haga sentir la posibilidad de hacer camino juntos. Durante esos años la familia, los amigos, el estudio, el trabajo, son factores imprescindible que colaboran en al madurez de ese ser que busca completarse.
Esas situaciones son oportunidades para que ese ser que va creciendo a una vida independiente, vaya comprendiendo que en todo lo que viva podrá experimentar una especie de continua necesidad, de un insaciable gusto a más, y que muchas veces se sentirá con ganas. Lo ideal sería poder acompañarlo de cerca y lograr que vaya acostumbrándose a esa necesidad existencial que no podrá quitársela de encima. Ni el dinero, ni la fama, ni la búsqueda del placer como fin último, ni siquiera un título académico, lograrán borrar eso que lleva impreso en su naturaleza: ser un necesitado. Necesitado de una completitud con otros y otras que también se reconocen necesitados, que han vivido en su historia la incapacidad de encontrar en esta vida aquello que les completa.


...que busco saciar mi sed...
Pero esa misma necesidad es la que nos lleva a experimentar la misma fuerza vital que está en nosotros. Ese mismo ser que va creciendo, y que experimenta en sus diversas etapas de diferente forma y con diferente intensidad, siente en su interior una energía que lo ayuda a sobreponerse a sí mismo y vivir experiencias que no había pensado antes. Esa sed que podemos vivir es la que nos permite ser atrevidos en ante la vida y jugarnos por cosas que, aunque para algunos no tengan ningún sentido o que sean peligrosas, para el que las vive se convierte en su motivación. Entran en esta categoría cualquier experiencia propia de la época adolescente o juvenil que tenga que ver con lo que es prohibido, o donde se juegue lo íntimo.
Lo importante en esto es reconocer el común denominador de esta etapa y de todas esas experiencias vividas. La sed persistirá aun en momentos que el ser humano pueda tener reflejos de plenitud, podrá experimentar que son momentos pasajeros. Cada mañana la sed volverá y es allí donde se puede experimentar esa sed manifestada en la soledad, el vacío, el sentimiento de la nada, de la propia pobreza, el sentimiento de lo que se escapa aunque lo quiera retener. Jean Paul Sartre hablaba de la angustia que el ser humano experimenta ante la vida, pero desde una posición de un ser incapaz, de verse imposibilitado de pararse en su propias fuerzas. Gabriel Marcel sin embargo hablaba de la posibilidad de la trascendencia como esa capacidad en potencia del ser humano y que Otro viene a hacer surgir en él. Esa sed de vida en cualquiera de las dos visiones está implícita en el ser humano.

...que tiendo hacia los más alto...
Esa necesidad manifestada como sed que busca beber vida y que se manifiesta a lo largo de toda la existencia tiene un punto de arranque: el mismo desencuentro con el yo. Cuando las experiencias vividas contradicen y se percibe que lo que se piensa no es la realidad se puede experimentar el estar perdidos, el no saber hacia donde ir. Allí la sed se manifiesta aun más fuertemente y la necesidad se hace pronfunda e intensa. Este es el momento en donde sentimos caer a lo más hondo y por lo tanto puede ser una oportunidad de mirar hacia lo más alto. Reconocer esta extrema incapacidad de valerse por sí mismos es un presupuesto necesario para poder crecer como seres humanos.
Perder por un tiempo la noción de sí es posibilidad de poner los ojos en eso “otro” externo a mí y que se me acerca para darme su ayuda. Eso otro es superior a mí por lo cual en un primer momento me puede provocar miedo y rechazo, por lo cual debo sobreponerme a mí mismo y arriesgarme. Aún en mi momento más frágil soy capaz de cerrarme a eso que se me acerca pues al ser ajeno a mí, se me hace lejano. De todas formas no dejaré de experimentar querer salir de ese pozo en el cual estoy y tender salir volando hacia lo más alto, hacia lo que aun no conozco y que, por naturaleza, tiendo.

...atraído por un OTRO concreto...
La condición humana nos hace tender a algo superior a nosotros mismos, pero eso “otro” no puede ser tan ajeno a nosotros pues de ser así no cabría en el horizonte de posibilidad humano. Si bien hay realidades desconocidas para el hombre, lo que lo atrae no puede ser tan extraño a él mismo, pues no lo atraería. Es cuando descubrimos que lo que que buscamos no es un algo cualquiera, una cosa en sí misma, sino un ALGUIEN. Un alguien que me conoce de siempre pero que reconoce mi necesaria libertad y por ello me espera sin sobreponerse. Este alguien me comprende y me escucha y ha atravesado mil veces mi camino, se me ha manifestado en las relaciones con mi familia, mis amigos, mis luchas y mis triunfos. Ese otro no es ningún extraño y se me acerca lentamente para no asustarme y en el acercamiento se va diluyendo la niebla que no permite que lo reconozca.

...que estaba ya dentro de mí...
Al reconocer el rostro de ese ALGUIEN puedo descubrir que me es familiar, que ya nos hemos visto antes, que incluso le he hablado y que el me ha escuchado. ¿Cuántas veces gritamos y le pedimos a Dios que se nos muestre si es que existe? Entonces eso otro que marcó la búsqueda de mi vida se convierte en un alguien que reconozco y aun más, que ya estaba dentro de mí, de mi ser más interior, que guiaba mis pasos a ese momento de encuentro y que me fue preparando. Todo aquello que buscaba fuera de mí, incluso en los demás, estaba en mi interior, en ese lugar que sólo yo conozco y que ahora sé que este alguien también conocía. San Agustín descubrió lo mismo y lo dice: «Tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo más sumo mío» (Confesiones, III, 6,11).

...y me lleva a la plenitud...
Cuando logramos descubrir ese alguien que me llama hacia él descubrimos que es lo más alto de nosotros mismos y que nos lleva a experimentar lo que siempre hemos buscado. Y ese llevarme a lo más alto implica llevarme a abrirme a los demás que me necesitan y que yo necesito. La relación con los demás no es la misma, no es la relación de conveniencia, o de miedo o desconfianza. Es una relación de entrega gratuita, de servicio, de lucha por el otro igual a mí que aún no ha experimentado la visita de alguien que se preocupe por él sin intereses. Es experimentar un nuevo sentido de vida, no tan egoísta, no tan preocupado por nuestras vidas, sino que nos lleva a poner todas nuestras facultades y esfuerzos al servicio del que más sufre. Se nos abre una nueva posibilidad, un nuevo horizonte: el del necesitado de este siglo, el del pobre que muere a diario, el de la lucha por sobrevivir en un mundo tan injusto.
El estado de plenitud comienza cuando experimentamos que el extraño se me hace prójimo y que su dolor no me es ajeno. Es comenzar a sentir con el otro y dejar de lado parte de lo mío para comenzar a ocuparme de él. La plenitud nos hace experimentar la comunión con los demás, con los que conozco de cerca y aún con los que están lejos. Con los que se me acercan y con los debo ir a buscar. Podemos comprender que lo que buscábamos fuera de nosotros y que encontré en mí, también está en esos otros a los cuales ese alguien me lleva, y aún más, ese alguien quiere darse a través de mí a esos otros que me buscan. La reciprocidad se vive en ese juego de intercambio de necesidades, de búsquedas y de encuentros. El ser humano será pleno si busca darse a otros seres humanos, sus semejantes, que quieran darse también, los cuales encontrarán a este ALGUIEN que está en su más profundo ser, pero que deambula también por las periferias existenciales de nuestra sociedad.
                                                                                        Diego Pereira.







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