viernes, 28 de febrero de 2014

¿Qué libro recomendamos, que película... que dialogo buscamos?

Cuando miramos a una persona 
centramos en algo de ella
 nuestra mirada. 
Cuando hablamos de una persona, resaltamos algo de ella 
con nuestras palabras. 
Cuando recordamos a una persona, 
surgen colores de su vida... 
      En estos días cada medio de prensa, cada periodista, cada persona resalto algo de este «hacedor». Cada cual mira, habla, recuerda según lo que busca y lo que quiere... Nosotros resaltamos, algo no demasiado valorado, en uno de sus viajes al corazón de África: «el encuentro con un santo».
Siempre decimos que «lo que hacemos en el tiempo libre es una de las manifestaciones mayores de nuestro ser, hacer y buscar», por lo tanto quien es capaz de dedicar sus vacaciones a ir a estar con los leprosos, superando miles de dificul-tades y peligros es alguien especial... Está relatado en un libro de su propio pincel, compartimos unas letras con el deseo de aportar algo y despertar vuelos... El Colibrí - Semanario Tribuna Popular - Río Branco Nº 1.331
‘Soy ser vivo 
y deseo vivir, 
en medio de seres vivos 
que desean vivir’.
Albert  Schweitzer



Libro: ALBERT SCHWEITZER
Carlos Páez Vilaró
Texto extraído del prólogo
“…En mi primer periplo, 1962, marcado en mi mente como un tatuaje, tuve la oportunidad de conocer al Dr. Albert Schweitzer y convivir con él en su leprosario fundado en las orillas del río Ogowe, corazón del África Ecuatorial.

El documento que coleccioné en ese pasaje, tanto escrito como fotográfico, quedó archivado en un baúl durante los años que me separan de aquel momento.
Los otros días, recorriendo librerías bonaerenses, en búsqueda de textos sobre la vida y el pensamiento del venerable bene-factor, mi anhelo rodó por tierra y por más que hurgué en las estanterías, no pude satisfacer mis deseos.
¿Pudo el interés de los lectores haber agotado todas las ediciones? ¿O es que la despiadada aceleración de la vida en el nuevo tiempo y su en sensibilidad habían decretado la iniciación de una pausa de olvido?
Empujado por esto último, no dudé en quitarle el polvo a mi anecdotario de aventura y la humedad a mis negativos, tratando de unirlos en un pequeño libro.
De esta forma intento lanzar un chas-que, dirigido principalmente a los jóvenes, como una manera de contribuir a que en los anaqueles del librero continúe en vigencia la presencia de aquel ser maravilloso que a treinta años de su muerte aún sigue proyectando luz.
Siguiendo la filosofía de dar que lo caracterizó, es que entonces me animo a extender a los demás mi experiencia de aquellos días, pensando al mismo tiempo que quedarme con ella sería un acto de egoísmo.

Tigre, Buenos Aires, 1996.
Capítulo 5 “Encuentro sin palabras”
“..Un sendero sinuoso salpicado de animales domésticos, patos y gallinas, nos orientó hacia el corazón habitacional del nosocomio. Montado bajo la sombra refrescante de las exuberantes palmeras y los “okumé”, enormes árboles nativos que lo escoltaban, a paso acelerado me fui acercando junto al pequeño grupo, dominado por la intriga de lo que iba a ser mi inmediato y primer contacto con el sabio alsaciano.
El techo del follaje era tan tupido que cuando en ciertos sectores el sol lo atravesaba, los haces de luz se definían fosforescentes, pinchando la tierra como si un guerrero los hubiera lanzado soplando su cerbatana.
Fue una caminata inolvidable, entremez-clada por sonidos de aves en fuga y los aires de un tambor tan lejano como quejumbroso en manos de un ejecutante invisible. No dudo que la primera impresión del Dr. Schweitzer al abrir con su guadaña este camino, habrá tenido la misma intensidad que la mía . Sus ojos se habrán maravillado, al enfrentarse por primera vez, a esa catedral de verdes enrique-cida por la música propia de la selva, el canto de las aves, el perfume de los cafetos, las palmeras de aceite, las plantaciones de vainilla.
La presencia en un costado sombrío y silencioso de dos tumbas que marcaban el camino a modo de mojones, nos hizo confirmar que estábamos en la antesala del arribo a la casa del honorable médico. Allí supe que en una de ellas descansaba su mujer, Helene Bresslau.
Enchapada en cinc ondulado, con sus canaletas de desagüe estiradas como largos bebederos, con las paredes revestidas de chapas de madera compensada y rodeada por una rastra de barandas, me esperaba la residencia del doctor.
Altas palmeras plumereando el cielo y un árbol centenario con su corteza conquistada por los hongos la rodeaban. Amontonados en desorden a un lado de la escalera, un montón de “containers” marcados con sus iniciales esperaban el momento de ser inspeccionados. En los peldaños, dos gatos inmóviles dormitaban abrazados por la tibieza de la atmósfera, soñando con un destino de porcelana.
Apoyado a la baranda, con pantalón de hilo, camisa de manga corta y sombrero de corcho impecablemente blancos, el Dr. Schweitzer nos esperaba en silencio para darnos la bienvenida.
No tuve que acercarme para verificar que era él. Desde la distancia confirmé que era su imagen inconfundible la que nos estaba aguardando. Tal cual la había construido en mi mente, luego de ser divulgada por la prensa europea en relación a sus maravillosos conciertos como organista interpretando a Bach, tal cual la conocimos al trascender su conmovedora decisión de renunciamiento a todo para dedicar su vida a los enfermos desamparados o cuando se le distinguió con el premio Nobel de la Paz.
El respeto por la vida, 
como resultado de la contemplación
 en la propia voluntad consciente de vivir, 
conduce al individuo 
a vivir al servicio de la gente 
y de cada criatura viva.   

Albert  Schweitzer

Se quitó el casco blanco y besó a su hija. De inmediato al saludarnos esbozó una sonrisa debajo de sus grandes y grises bigotes. Fue un momento de suspenso y nerviosismo, dominado por la indecisión de no saber cómo actuar ante la presencia de un santo.
No me animé a decir palabra alguna, cuando mis dos manos apretaron la de él. En ese instante me nació el deseo de abrazarlo,, pero el doctor me sorprendió tomando la iniciativa en demostración de afecto. Amaba a los artistas, y con ese gesto estaba distinguiendo a quien había recorrido media África para llegar hasta él.
Mientras encargó a sus colaboradores que nos atendieran y acomodaran nuestros bolsos el D. Schweitzer acompañó hasta la orilla del río a dos sacerdotes católicos que tenían su capilla al otro lado del Ogowe y que lo visitaban periódicamente para requerir su consejo o cambiar ideas sobre problemas de la comunidad.
Esa escena nos estaba demostrando la excelente relación que existía en el lugar entre los misioneros de las dos confesiones y ratificaba su manera de sentir: ..”El problema más grave para la misión cristiana es cuando ésta se presenta en dos formas distintas: la católica y la evangélica. ¡Cuánto más bello sería el trabajo realizado en nombre de Jesús si esta diferencia no existiera y ambas iglesias no se hicieran la competencia.” 

Carlos Páez Vilaró
Estar preparado es importante, 
saber esperar lo es aún más, 
pero aprovechar el momento adecuado 

es la clave de la vida.   A. Schweitzer

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