……………como en estas memorias del Colibrí.
Son tantos los testimonios, los caminos, los encuentros…tanta riqueza, tanta diversidad que tal vez al vivirlo muchos ni cuenta nos dimos que en ese momento o en ese minuto recorrido era Dios el que andaba guiando con mano fuerte e invisible.
Esta tarde le entregué el libro a Edgardo porque creo que para eso fue hecho, para compartirlo como manera de regalar vida, vuelos, toques de Él.
El libro es un tejido, “un mutirao” de vivencias que unen, que nos hermanan aún con nuestras diferencias y distancias.
Este año 2014 compartí solo un día de campamento, me faltó tiempo para conocer a los recién llegados y para compartir con los y las que fueron llegando después. Hoy miro hacia atrás y siento que me quedaron muchas cosas por vivir y descubrir.
Pero no importa porque vendrán otros veranos u otros encuentros para seguir haciendo camino junto a todos.
En esta noche y ya es verdaderamente tarde necesitaba contar esto que siento luego de leer el libro y ya no tenerlo en mis manos. Decir que me sentí feliz de leer y entonces estar un poco en cada narración, en cada sentimiento de los muchos allí vertidos aún por personas que aún no he conocido.
Tal vez como enamorada de la Palabra sueño y pienso que también los evangelios pudieron ser escritos de esta manera, juntando, recopilando y estando muy atentos a los relatos de aquellos hombres y mujeres que buscaban afanosamente contar sus experiencias junto a Jesús.
Toda esta movida de “las memorias” enciende o aviva esa llamita que llevamos en nuestro interior aunque por una cuestión de rutina no la percibimos en todo momento.
Raquel - desde Colonia- Uruguay
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