viernes, 16 de mayo de 2014

¿Qué nos inquieta?

     Recuerdo nuestra  adolescencia, donde junto a nuestros amigos nos inquietábamos por muchas cosas. Eran tiempos de cambios profundos en:  nuestro cuerpo, en nuestros afectos, en nuestra psicología, relaciones, gustos y deseos. Por lo tanto en un mismo día teníamos altibajos en nuestra valorización de nosotros mismos, de los otros y de la realidad.
     Madurar es tomar decisiones y hacerse cargo de ellas. Esto es algo que nos cuesta  hoy cuando somos adultos. Cayendo muchas veces en la tentación de responsabilizar a otros, lavándonos las manos como Pilato ante los problemas que nos conciernen a muchos. Pero también la adultez nos puede hacer sentir los Mesías encarando nuestra propia vida y la realidad como que fuéramos todopoderosos. Y cuando se nos cambia una ficha, cuando las cosas no salen como lo habíamos previsto nos inquietamos desesperadamente.
     Una de las causantes de culpabilizar y del no compromiso es la falta de tiempo o el miedo. Y la causante principal de la culpabilización personal es olvidarnos que estamos plenamente interrelacionados como humanidad incluso con toda la creación y el creador. Por lo tanto en cada acontecer nuestras decisiones se mezclan con otras decisiones y otros elementos que son en su suma y resta lo que hace que la realidad sea tal cual es.
    En la adolescencia nos inquietamos por la inestabilidad de nuestra inmadurez. En la adultez muchas veces nos inquietamos por no sentirnos con poder para cambiar una realidad.

    En tiempos de Jesús también existían los corazones inquietos, personas muy molestas con la realidad. Jesús en su vida y después de su resurrección insiste en desearnos y darnos la Paz. “No se inquieten. Crean en Dios y crean en mi.” Incluso no se inquieten por lo que pasara después de la muerte: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones…” (Juan 14, 1-12)
     Jesús nos propone volver a “ser como niños”. Nos invita a salir de la adolescencia, y de la adultez culpabilizadora o culpabilizante. Para asumir la realidad haciendo presente a nuestro Padre y Madre Dios que nos hace a todos hermanos.

    Si ponemos nuestra fe en alguien “superior a nosotros y señor de la historia”, nos sentiremos comprometidos con esa historia a la cual debemos aportar según las capacidades recibidas sumadas a la de los demás. El patrón se cree dueño y sufre como tal. El buen servidor se compromete de la mejor manera posible con lo que le encarga su patrón sin vanidad ante los aplausos ni desespero ante las dificultades. Para la persona de fe en Jesús: “hasta la muerte tiene solución”

   Creo que hay una pregunta que nos puede aclarar nuestras inquietudes 
¿ En qué empleamos nuestro tiempo?. 
La persona que se siente hija de Dios dedica un tiempo especial a dialogar con Él , lo que le permite contemplar su presencia en toda realidad. La persona que realiza un buen discernimiento en su vida y lo pone en práctica, siente y cree que está viviendo cada tiempo en lo que hace, es una persona de paz interior más haya de los resultados.  Muy diferente es quien lo que hace lo hace por dinero o por reconocimiento, siempre estará sosteniéndose en la inestabilidad del dios dinero o del éxito.
Nacho

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