Una cosa es estar viviendo en un lugar rodeado de pobreza, de necesidades, de dolores. Una cosa es recibir en “tu casa” a los niños que buscan un lugar donde entretenerse, donde los apoyen con las tareas. Pero qué distinto es cuando salís al encuentro de la gente, cuando vas a sus casas, cuando te hacés parte de su lugar cotidiano.
Distintas razones y ocasiones nos permitieron salir de nuestra casa actual hacia la toma Rincón del Valle. La teníamos ahí, atrás nuestro, pero no la habíamos recorrido. Mi primer acercamiento fue al acompañar a algunos niños del apoyo escolar a sus casas. Ver las casas, cada vez menos de ladrillo y más de madera y cartón; escuchar gritos de discusiones fuertes; percibir una pobreza más sumergida… imágenes, sonidos, que van quedando en mi memoria y corazón.
Más tarde nos solicitaron colaboración para sondear si las familias estaban cobrando la Asignación Universal por Hijo, una mensualidad que el gobierno da a los padres sin trabajo formal, en la medida que los hijos estén escolarizados y controlados por el sistema de salud. Comenzamos entrevistando a las madres que iban el comedor, pero en una oportunidad tuve la posibilidad de ir hasta la casa de Carolina, acompañando a sus hijos Nacho, Facundo y Thiago. Su casa, el ranchito como ella le dice, es en la parte más alta de la barda. Está hecho de tablones de madera, en algunas partes forrados de diario para frenar el frío. No mide más de 3 metros x 3 metros, apenas entra la cama de dos plazas y la cucheta. Me recibieron, me senté, y Carolina sacó unas galletitas y preparó un mate dulce que compartimos en medio de una charla muy agradable. No soy del mate dulce, no me gusta, pero esos fueron los mates más ricos que he tomado. Porque fueron mates cargados de compartir lo poco que se tiene, de historias de vida que duelen pero que dejan entrever luces de esperanza.
Así estuvimos cerca de hora y media, en un ambiente de mucha confianza y apertura. En esa hora y media las preguntas me vinieron a la cabeza, ¿dónde estoy yo? ¿qué estoy haciendo? ¿dónde tendría que estar? ¿qué tengo yo para dar? No hice ni di nada en ese rato, más que conversar y matear. Pero fue ahí donde Dios estaba diciéndome algo, donde Jesús se hacía presente con fuerza, donde sentí que estaba yo, con lo que soy, y no disfrazada en roles y posiciones.
Volví a esa casa en otra oportunidad, y fui recibida con el mismo afecto. También pude estar en otras casas, fuera de la toma, pero casas donde el dolor atraviesa cada rincón, donde hay angustias, depresión, sentir que no se puede salir, donde parece que la vida se abandona. Y ahí uno descubre que la vida siempre vale la pena, vale aunque se quiera abandonar. Las hermanas acompañan estas vidas, esta familia, con una entrega incondicional, radical. Pude acompañarlas en alguna de las visitas, en alguna ida al hospital. Esa entrega, ese don por acompañar, ese estar cuando las necesitan, es removedor y cuestionador. Las preguntas de antes vuelven a surgir.
Parece que es el tiempo de las preguntas. Ya llegará el tiempo de las respuestas. Por el momento hago como María, voy guardando todo en mi corazón.
Male
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