miércoles, 13 de octubre de 2010

Hay un hecho que ellos no consiguen digerir en su estómago elitista


  Estoy profundamente a favor de la libertad de expresión por la cual fui castigado con «silencio obsequioso» por las autoridades del Vaticano. A riesgo de ser preso y torturado ayudé a la editorial Vozes a publicar el libro Brasil Nunca Mais, donde se denunciaban las torturas usando exclusivamente fuentes militares, lo que aceleró la caída del régimen autoritario

Esta historia de vida me avala para hacer las críticas que hago ahora al enfrentamiento actual entre el Presidente Lula y los medios de comunicación que se quejan de que se menoscabe su libertad. Lo que está ocurriendo ya no es un enfrentamiento de ideas y de interpretaciones en el uso legítimo de la libertad de prensa. Se está produciendo un abuso de la libertad de prensa porque, previendo una derrota electoral, esos medios han decidido hacer una guerra tenaz contra el Presidente Lula y la candidata Dilma Rousseff. En esa guerra vale todo lo factible: la ocultación de hechos, la distorsión y la mentira directa.
Es necesario dar el nombre de estos poderosos medios. Son familias que, cuando ven contrariados sus intereses comerciales e ideológicos, se comportan como «familia» mafiosa. Son dueños privados que pretenden hablar para todo Brasil y mantener bajo tutela a la llamada opinión pública. Son los dueños de O Estado de São Paulo, A Folha de São Paulo, O Globo y la revista Veja, en los cuales se instaló la razón cínica y lo que hay de más falso y mafioso en la prensa brasilera. Están al servicio de un bloque histórico asentado sobre el capital que siempre explotó al pueblo y que no acepta a un Presidente proveniente de ese pueblo. Más que informar y suministrar material para la discusión pública, pues esa es la misión de la prensa, estos medios empresariales se comportan como un feroz partido de oposición.
En su furia, cual desesperados e inapelablemente derrotados, sus dueños, editorialistas y analistas no tienen el mínimo respeto debido a la más alta autoridad del país, el Presidente Lula. En él ven solamente un peón que debe ser tratado con el látigo de la palabra que humilla.
Hay un hecho que ellos no consiguen digerir en su estómago elitista: aceptar que un obrero, nordestino, sobreviviente de la gran tribulación de los hijos de la pobreza, haya llegado a ser Presidente. Este lugar, la Presidencia, así piensan, les corresponde a ellos, los ilustrados, los entroncados con el gran mundo, aunque no consigan librarse del complejo de no tener personalidad propia, pues se sienten meramente menores y asociados al gran juego mundial. Para ellos, el sitio del peón es produciendo en la fábrica.

Como lo mostró el gran historiador José Honório Rodrigues (Conciliação e Reforma), «la mayoría dominante, conservadora o liberal, ha sido siempre alienada, antiprogresista, antinacional y no contemporánea. El líder nunca se reconcilió con el pueblo. Nunca vio en él una criatura de Dios, nunca lo reconoció, le gustaría que fuese lo que no es. Nunca vio sus virtudes ni admiró sus servicios al país, lo llamó de todo, inútil, bueno para nada, arrasó su vida y después que lo vio crecer le negó poco a poco su aprobación, conspirando para colocarlo de nuevo en la periferia, sitio que sigue pensando le pertenece» (p. 16).

Este es pues el sentido de la guerra que montan contra Lula. Es una guerra contra los pobres que se están liberando. Ellos no temen al pobre sumiso; tienen pavor del pobre que piensa, que habla, que progresa y que hace una trayectoria ascendente como Lula. Como se deduce, se trata de una cuestión de clase. Los de abajo deben quedarse abajo. Pero ocurre que alguien de abajo llegó arriba, convirtiéndose en el presidente de todos los brasileros. Esto para ellos es sencillamente intolerable.
Los dueños y sus aliados ideológicos han perdido el pulso de la historia. No se han dado cuenta de que Brasil ha cambiado. Han surgido redes de movimientos organizados, de donde viene Lula y tantos otros líderes. Ya no hay lugar para coroneles y para los que se sentían caudillos del pueblo. Cuando Lula afirmo que «la opinión pública somos nosotros», frase tan distorsionada por esos medios rabiosos, quiso enfatizar que el pueblo organizado y consciente arrebató a los medios comerciales la pretensión de ser los formadores y portadores exclusivos de la opinión publica. Tienen que renunciar a la dictadura de la palabra escrita, hablada y televisada y disputar con otras fuentes de información y de opinión.
El pueblo cansado de ser gobernado por las clases dominantes decidió votar por sí mismo. Votó por Lula como representante suyo. Una vez en el gobierno realizó una revolución conceptual, inaceptable para ellas. El Estado no se hizo enemigo del pueblo, sino inductor de cambios profundos que han beneficiado a más de 300 millones de personas. De miserables pasaron a ser trabajadores pobres, de trabajadores pobres pasaron a ser clase media baja y de clase media baja pasaron a clase media. Empezaron a comer, a tener luz en casa, a poder mandar los hijos a la escuela, a ganar mejor salario y, en fin, a mejorar la vida.
Otro concepto innovador ha sido el desarrollo con inclusión social y distribución de la renta. Antes había solamente desarrollo/crecimiento que beneficiaba a los ya beneficiados a costa de las masas destituidas y con salarios de hambre Ahora se ha dado una visible movilización de clases, generando satisfacción de las grandes mayorías y la esperanza de que todo todavía puede ser mejor. Concedemos que en el gobierno actual hay un déficit de conciencia y de prácticas ecológicas, pero hay que reconocer que Lula fue fiel a su promesa de hacer amplias políticas públicas dirigidas a los más marginados.
Lo que la gran mayoría desea es mantener la continuidad de este proceso de mejora y de cambio. Esta continuidad es peligrosa para los medios empresariales que presencian, asustados, el fortalecimiento de la soberanía popular que se vuelve crítica, ya no manipulable, y con deseo de ser actor de esa nueva historia política democrática de Brasil. Va a ser una democracia cada vez más participativa y no solamente de delegación. Ésta abría un amplio espacio a la corrupción de las elites, daba preponderancia a los intereses de las clases opulentas y a su brazo ideológico que son las empresas de la comunicación. La democracia participativa escucha a los movimientos sociales y hace del Movimiento de los Sin Tierra (MST) –odiado especialmente por Veja, que no quiere ni verlo– un protagonista de los cambios sociales, no solamente con referencia a la tierra, sino también al modelo económico y a las formas cooperativas de producción.
Lo que está en juego en este enfrentamiento entre los medios comerciales y Lula/Dilma es esta pregunta: ¿Qué Brasil queremos? ¿Aquel injusto, neocolonial, neoglobalizado y, en el fondo, retrogrado y envejecido, o el Brasil nuevo con sujetos históricos nuevos, antes siempre mantenidos al margen y ahora despuntando con energías nuevas para construir un Brasil que hasta ahora nunca habíamos visto?
A este Brasil se le combate en la persona del Presidente Lula y de la candidata Dilma. Pero ellos representan lo que debe ser y lo que debe ser tiene fuerza. Triunfarán a pesar de los malos deseos de este sector endurecido de los medios comerciales de comunicación. La victoria de Dilma dará solidez a este camino nuevo, ansiado y construido con sudor y sangre por tantas generaciones de brasileros.


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