jueves, 11 de septiembre de 2014

DANZA DE LA VIDA

Ocurrió una vez… En un pueblo de nuestros antepasados que tuvieron una abundante cosecha de Maíz. Su jefe, consultando a los ancianos, decidió hacer un homenaje al sol a la luna siguiente. Propusieron al pueblo que presentaran distintos modos de hacer dicho reconocimiento. Llegada la fecha indicada toda la comunidad estaba reunida apreciando las distintas obras de artes a ser evaluadas. Grandiosos trabajos en piedras. Esculturas en madera. Finas artesanías en metales preciosos fueron observadas con atención por las autoridades.

Al final se presenta una mujer vestida de fiesta y pide la oportunidad para ofrecer su homenaje al sol. Las flautas y las tamboras comienzan a sonar y la mujer a danzar. Se crea un silencio místico realmente asombroso entre la multitud presente. Termina la danza abriendo los brazos hacia el sol como quedando abrazada a los rayos de luz que se reflejaban en los distintos colores de su vestimenta. Los emotivos aplausos no se hicieron esperar…

Desconcertados los ancianos y el jefe por la última presentación, deliberaron sobre la obra a ser elegida. Decidieron por unanimidad elegir como símbolo de agradecer al sol, una grandiosa imagen del maíz revestido por el mejor oro conocido. En silencio el pueblo se fue retirando. Un anciano sintió la necesidad de explicar la elección diciendo: “Si, todos sabemos que lo más hermoso fue la danza, pero esa belleza es interpretada por seres humanos y necesitamos algo permanente sin cambios”.
Del pasaje de Jesús por esta tierra no quedo nada materialmente construido por él. Más que algunas construcciones que realizo en Palestina como carpintero y albañil. Tan igual fueron sus obras materiales  a la de los demás obreros que no somos capaces de distinguir unas de otras. Pero si nos dejó un modo de relacionarnos entre los seres humanos. Un modo de libertad ante las cosas materiales. Una preferencia por los más empobrecidos y excluidos. Fruto de la espiritualidad de un Dios Padre de todos que nos invita a construir su Reino de justicia junto a Él.

A lo largo de la historia de la humanidad, mujeres y varones en distintas culturas, cristianos y no cristianos, han intentado “bailar la danza de Jesús”. A cada uno le ha tocado asumir su cruz, elemento que en los primeros tiempos era considerada un castigo y Jesús la trasformó  en la escalera al cielo. Mártires, santos, libertadores, reconocidos y comunes han asumido el compromiso con los crucificados de su tiempo. Y a su momento también ellos han tenido una cruz más visible en cuanto a salud, traición, persecución, difamación, empobrecimiento, muerte.

Otros han preferido adorar a Dios con ritos y piedras para que haya mayor orden y permanencia. Todas esas cosas son de esta tierra y en la tierra quedarán. La pena es que queriendo adorar al sol, se han querido adueñar de Él. Diciendo quien sí y quien no es digno de su resplandor. Estas estructuras posesivas, moralistas y excluyentes han permitido ver la libertad de los rayos solares. Cuando estos se reflejan en muchas danzas por la liberación, por la solidaridad y la justicia más allá de que se diga Jesús o no. Dios no envió a su hijo para juzgar al mundo, sino para que el mudo se salve por él. ( Juan 3, 13 – 17)
Nacho

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