Ocurrió una vez… En un pueblo de nuestros antepasados que
tuvieron una abundante cosecha de Maíz. Su jefe,
consultando a los ancianos, decidió hacer un homenaje al sol a la luna siguiente.
Propusieron al pueblo que presentaran distintos modos de hacer dicho
reconocimiento. Llegada la fecha indicada toda la comunidad estaba reunida
apreciando las distintas obras de artes a ser evaluadas. Grandiosos trabajos en
piedras. Esculturas en madera. Finas artesanías en metales preciosos fueron
observadas con atención por las autoridades.
Al final se presenta una mujer vestida de fiesta y pide la
oportunidad para ofrecer su homenaje al sol. Las flautas y las tamboras
comienzan a sonar y la mujer a danzar. Se crea un silencio místico realmente
asombroso entre la multitud presente. Termina la danza abriendo los brazos hacia
el sol como quedando abrazada a los rayos de luz que se reflejaban en los
distintos colores de su vestimenta. Los emotivos aplausos no se hicieron
esperar…
Desconcertados los ancianos y el jefe por la última
presentación, deliberaron sobre la obra a ser elegida. Decidieron por unanimidad
elegir como símbolo de agradecer al sol, una grandiosa imagen del maíz revestido por el
mejor oro conocido. En silencio el pueblo se fue retirando. Un anciano sintió la
necesidad de explicar la elección diciendo: “Si, todos sabemos que lo más hermoso fue la danza, pero esa belleza es
interpretada por seres humanos y necesitamos algo permanente sin cambios”.
Del pasaje de Jesús por esta tierra no quedo nada
materialmente construido por él. Más que algunas
construcciones que realizo en Palestina como carpintero y albañil. Tan igual
fueron sus obras materiales a la de los demás obreros que no somos capaces de
distinguir unas de otras. Pero si nos dejó un
modo de relacionarnos entre los seres humanos. Un modo de libertad ante las
cosas materiales. Una preferencia por los más empobrecidos y excluidos. Fruto de
la espiritualidad de un Dios Padre de todos que nos invita a construir su Reino
de justicia junto a Él.
A lo largo de la historia de la humanidad, mujeres y
varones en distintas culturas, cristianos y no cristianos, han intentado “bailar
la danza de Jesús”. A cada uno le ha tocado asumir su cruz, elemento que en los
primeros tiempos era considerada un castigo y Jesús la trasformó en la escalera al cielo. Mártires, santos,
libertadores, reconocidos y comunes han asumido el compromiso con los
crucificados de su tiempo. Y a su momento también ellos han tenido una cruz más
visible en cuanto a salud, traición, persecución, difamación, empobrecimiento,
muerte.
Otros han preferido adorar a Dios con ritos y piedras para
que haya mayor orden y permanencia. Todas esas cosas son de esta tierra y en la
tierra quedarán. La pena es que queriendo adorar al sol, se han querido adueñar
de Él. Diciendo quien sí y quien no es digno de su resplandor. Estas
estructuras posesivas, moralistas y excluyentes han permitido ver la libertad de
los rayos solares. Cuando estos se reflejan en muchas danzas por la liberación,
por la solidaridad y la justicia más allá de que se diga Jesús o no. Dios no
envió a su hijo para juzgar al mundo, sino para que el mudo se salve por él. (
Juan 3, 13 – 17)
Nacho
No hay comentarios:
Publicar un comentario