lunes, 1 de septiembre de 2014

Del yo, para mí, conmigo; al tú, para ti, contigo...para llegar al nosotros.


Del yo...
Sin duda siempre partimos del YO, del EGO. Es desde el yo que nos movemos en el mundo. Venimos al mundo desde otros del cual poco a poco nos vamos desvinculando para alcanzar el yo. Nos vamos personalizando desde el yo, reconociendo que somos alguien diferente a los demás, con características propias. No somos nuestra madre ni tampoco nuestro padre, provenimos desde ellos pero somos diferentes. Somos parecidos, claro que sí, pero poseemos un carácter propio que se va forjando en las tensiones diarias de ir aprendiendo a tomar decisiones las cuales no siempre tienen la aprobación de los demás. Por momentos nos enojamos cuando alguien se opone a lo que decidimos y nos sentimos complacidos cuando lo aceptan. En la disconformidad sentimos cierta frustración de no alcanzar lo que queremos, y cuando lo logramos sentimos felicidad.
El yo es necesario pues sin él no viviría mi propia vida, sino la de otros. Debo reconocerme diferente de los otros y por ello el yo es razón de orgullo. Sentirme orgulloso de uno mismo es parte de la autoestima que todos debemos tener. Debo ser yo, reconociéndome tal cual soy, para lograr aceptarme con mis limitaciones y mis capacidades. Es desde ellas que tengo ciertas posibilidades de realizarme. Soy yo con mi cuerpo y con todo lo que ello trae: puedo correr, puedo saltar, puedo moverme hacia donde quiera, según me ha capacitado la naturaleza. Soy yo con este rostro concreto, con esta piel, con éstos gustos. Aunque soy parte de un grupo social tengo mis propias ideas y esperanzas, mis propias opiniones y decisiones. Sé que soy yo cuando soy diferente y porque sé que puedo influir en los demás. Mi ideas transmitidas a través de mi voz provocan algo en los demás y mis acciones tienen consecuencias en otros. Eso me hace sentir bien: puedo ser YO junto con otros y juntos construir algo bueno.

Para mí...
Es parte normal del proceso de crecimiento creer que las cosas -personas u objetos- son para nosotros. Desde el yo vamos alcanzando el mundo exterior percibiendo que todo es para nosotros: mamá o papá, la comida, la leche. A temprana edad es normal que el niño diga “mío” o “mía” queriendo significar que tal o cual cosa es de su pertenencia. Esto tiene igual valor que decir que el niño cree que las cosas son para el. Es bueno creer que las cosas son para nosotros pues de esta manera vamos creciendo en confianza, ya que esto nos da seguridad. Es para nosotros todo lo que nos hace bien: la ropa, la comida, el aprender, el jugar, el reír. Todo lo que nos causa felicidad es normal que lo veamos positivamente como bueno. Difícil es comprender que muchas cosas que van en contra de lo que creemos también son para nuestro bien. Buenos son los “no” que encontramos en el camino, ya que nos hacen ver algunos límites necesarios. No podemos hacer todo lo que se nos antoja, ya que no todo lo que se nos antoja es bueno. El choque con los “no” puede ser poco agradable, pero con el tiempo se verán los frutos en nosotros. Nos evitarán muchos sufrimientos.
Creer que todo es para mí es ser egoísta. El egoísta es aquel que ha hecho de su EGO el centro alrededor del cual todo gira. Es parte del crecimiento pero no puede ser una actitud permanente a través de los años. Las cosas materiales que poseo son para mí, pero no exclusivamente. Son para que yo las use, pero no únicamente, sino que debo aprender a compartirlas con los demás. Sobre todo las personas que quiero y están cerca de mí también son para mí, pero no me pertenecen. Cada cual se pertenece a sí mismo y son parte de la vida de otros a los cuales elije acompañar. Las personas no son para mí, no están para que yo sea feliz o incluso las utilice a mi antojo. Son para mí, claro que sí, pero son para que reciban todo lo bueno de mí, todo aquello de lo cual yo soy capaz de hacer para compartirles lo mejor de mí. Quedarme en el para mí, es cerrar las puertas de mi tesoro e, incluso, no llegar a descubrir el verdadero valor que tengo.

Conmigo...
Somos seres que necesitamos de otros para crecer. Son los que me rodean los que nos enseñan todo lo necesario para construirnos como personas. Nos generan ambientes de seguridad y confianza y nos sostienen cada vez que vamos a caer. Por eso es bueno sentir que no estamos solos, que estamos con otros en el mundo. Si bien pareciera normal que estemos con otros también es normal que sintamos que los demás son con nosotros. Al niño le cuesta comprender que los demás son sin él, por lo contrario cree que todos son con el, que solo existen para sí. Así la madre debe ser para con el, también el padre, y por ende todo lo que le rodea es experimentado como suyo. Todo lo que podemos percibir desde los sentidos nos indica que todo lo que existe es con nosotros. Nuestro ego corre peligro si nos somos capaces de comprender, poco a poco, la independencia de cada objeto externo que conocemos, con las personas que me rodean.
Es bueno darme cuenta de que hay otros que están conmigo, que no estoy solo. Ellos me dan ánimo a diario de lograr mis metas. Pero debemos tener claro que no son solamente conmigo. Mi madre es mi madre pero es la madre de mis hermanos, es esposa de mi padre, es la que trabaja y se relaciona con otros. Lo mismo sucede con todas las personas con las cuales me relaciono: mi mejor amigo lo es sin duda, pero es amigo de otros, es hermano, es padre de sus hijos. Incluso mi esposa: es madre, es amiga de sus amigas, es profesional en su trabajo donde se relaciona con otros. Hay una reciprocidad de dones que se intercambian pero que van más allá de su ser conmigo. Incluso debo siempre recordarme que yo soy aun sin ellos. Uno de los descubrimientos más importantes es saber que aun lo que están muertos están conmigo y yo con ellos. Y es importante tener claro esto respecto a las cosas materiales: las cosas son conmigo, pero no son yo. No soy lo que tengo, las cosas no son mías aunque me las haya comprado. Las cosas están en función de mí, son conmigo desde que colaboran a hacerme más humano. Pero puedo siempre prescindir de ellas.


Al tú...
El yo se reconoce desde un TÚ. Desde que existe un alguien frente a nosotros que no somos nosotros y es alguien diferente, lo podemos reconocer como un tú. Incluso podemos decir “este soy yo” porque reconocemos a alguien que es un tú. Ese alguien es tan valioso como nosotros pues, si nuestro yo es importante y me caracteriza, el yo de quien tengo delante también es importante y lo caracteriza. Pero no podemos hablar de nuestro yo y el yo del otro que está frente a mí. El yo del otro es captado como un tú. Se trata de un movimiento existencial donde reconocemos el yo de quien está ante nosotros, pero no lo podemos tratar como yo, sino que debemos reconocerlo como tú. Reconocerlo como tú es darle el lugar de importancia que merece, es respetarlo, tomarlo en cuenta, decirle que es quien es y lo reconocemos. Reconocerlo como tú es decirle que es importante para nosotros, que su existencia está implicada con la nuestra y la nuestra se une a la suya.
No puedo vivir solamente pensando en mí, en lo que yo necesito, en lo que a mí me gusta. Vivir sólo según mis ideas y necesidades es ser egoísta pues hago del tú que tengo enfrente alguien que no existe. Totalmente al contrario de lo que necesito, si ignoro al tú, estoy despreocupándome de mí mismo. ¿Cómo reconocer lo que realmente soy si no hay un tú que me haga consciente de ello? Si quiero ser realmente yo debo darle su lugar al tu. Debo reconocer al tú que está frente a mí y tomar en cuenta sus necesidades, preocupaciones y gustos. Ese tú me enseña, me cuida, me dice cómo caminar y por dónde no pasar. También el tú estará sostenerme cuando lo necesite. Reconocer al tú con todo lo que es, es preocuparme de veras por mí. Si quiero ser auténtico y comprometido, dando lo mejor de mí mismo, puedo comenzar por dejarme interpelar por tú que está ante mí. Es ese tú que puede revelarme realmente quien soy y, al reconocerlo y conocerlo, puede llegar a revelarse a mí y allí tengo la oportunidad de descubrir a alguien grandioso. Y es una experiencia que da sentido el sentir que puedo hacer algo por él, que mi vida tiene sentido al ponerme a su servicio.

Para ti...
Desde pequeños la educación nos ha llevado a creer que nuestra capacidades se desarrollan en función de nosotros mismos. Desde la inteligencia a la motricidad, nos enseñaron que debemos aprender de todo para hacernos valer en la vida y depender solamente de nosotros. Nunca nos dijeron que le verdadero valor de nuestras capacidades se realiza cuando las ponemos al servicio de los demás. Es una actitud propia del niño pequeño: junto a la sensación de que todo es suyo, también hay una gran disposición a compartir, no sólo sus juguetes sino sus propias energías. Todos los niños se sienten valorados cuando les pedimos que nos ayuden. Les da la posibilidad de sentirse capaces y tomados en cuenta. Es imprescindible para una sana autoestima. Su desarrollo se potencia cuando encuentran sentido a lo que hacen y que otros se benefician de sus acciones. Es doloroso que a medida que crecemos y nos sentimos maduros esta actitud se pierde y vivimos más para nosotros que para los demás.
Puedo saber quien soy y saber quien es el tú que tengo enfrente. Ese tú no es sólo para mí sino que yo también soy para él. Dicho de forma personal: “soy para tí, porque yo tengo sentido porque tú estás aquí, y no eres indiferente para mí”. Todo lo que soy y todo lo que tengo es mejor si también es para
tí. De nada me sirve ser para mí mismo pues solo me quedaría. Desde que las personas no son para mí corro el riesgo de quedarme solo, y las cosas materiales terminarán vaciándome. Diferente es cuando descubro que soy para otro pues encuentro que todo lo que soy, y todo de lo que puedo ser capaz, es aún más grandioso cuando se lo doy a otro. Se necesita una verdadera actitud de entrega de sí mismo, de darse al otro por el otro mismo, sin reparos ni cálculos. Salir del “para mí” es trascender mis límites y alcanzar el “para tí”. Es, en el fin, descubrir el verdadero valor de otro, reconociendo en él aquello que le falta a mi yo, para realizarnos juntos.

Contigo...
Como nunca antes los seres humanos somos desconfiados. Desde que nos cuesta creer en Dios también nos cuesta creer en los seres humanos. Somos difíciles de conquistar ya que nos cuesta confiar en otros. Hemos perdido la confianza básica en la naturaleza humana. Incluso no confiamos en nosotros mismos. Por esta razón muchas veces nos cuesta salir de nuestro egocentrismo para comenzar un camino con otros, sobre todo encontrar alguien por la cual jugarnos la vida. Lo más difícil de todo es creer que podemos ser amados de manera exclusiva y, como consecuencia, tampoco nos creemos capaces de amar a otros. Hacer unos con otros no es cosa fácil de decidir. Buscamos todas las pruebas necesarias y hacemos conclusiones tempranas sobre los demás antes de jugarnos por ellos. Nos cuesta mucho sentirnos unidos a otros de manera comprometida, ya que nos da miedo al fracaso, al rechazo, al abandono.
Decir “contigo” es de por sí mismo comprometerme. “Estoy contigo”, “voy contigo”, “iré contigo adonde quieras que vayas”; todas estas afirmaciones implican un gran coraje y una apuesta al futuro. Más que expresiones pensadas y reflexionadas son experiencias fruto de la confianza. Son saltos en medio de inseguridades. Decir “contigo hasta el final” es decidirme hacer un camino juntos pase lo que pase, sin importar lo que haya que afrontar. No importa lo que pase, porque lo importante es que estaremos juntos. Contigo dicen los verdaderos amigos, los esposos que han vencido su ego y han comenzado a vivir el verdadero don del amor. Contigo dice la madre que sabe que sus hijos, por más lejos que estén, siempre serán sus hijos. Decir contigo es haber superado mi yo, reconociendo el tú que está ante mí pero, sobre todo, es haberme descubierto valioso y necesario y por ello darme sin condiciones. Es decir: “estoy seguro que puedo ser fiel a la palabra que te dí”.

Para llegar al nosotros...
En fin, a pesar que debemos partir de un yo, se nos hace imposible. Nacemos entre un nosotros humano, y estamos llamados a conformar un nosotros aún más humano. Somos desde otros y con otros. La pertenencia a esos otros ya nos conforma en un nosotros. Podemos ir conformando nuestro yo, pero siempre será de tantos túes que conocemos y que nos ayudan a ser nosotros. Esos otros son para nosotros en el sentido que nos dan la seguridad de que estarán allí cuando lo necesitemos. Por eso son con nosotros y nos exigen salir de nosotros mismos y jugarnos por ellos. Gracias a ellos logramos poner a andar todas los dones de nuestro ser, en pos de su causa. Es para ellos nuestros esfuerzos. Y es ahí cuando nos llega la invitación -que es un gran descubrimiento-: somos con ellos. No sólo nos preocupamos por sus necesidades y trabajamos por saciarlas, sino que nos colocamos a su lado y nos hacemos necesitados con ellos. No sólo acepto sus ideas y gustos, sino que cambio mis ideas y mis gustos por ellos. Ya no vivimos nuestra propia vida, sino que somos capaces de vivir la vida del nosotros que nos conforma.
  De alguna manera alcanzar el nosotros es volver al punto de partida. Pero ¡qué difícil es esto! En el individualismo en el cual vivimos pareciera no existir esta posibilidad porque lo que se privilegia es el yo individual. Esa es la meta. Pero aún así existe en el mundo un nosotros que reclama ser escuchado pues hay una imperante necesidad de comunión, de fraternidad, de una universalidad en la cual todos estamos implicados. Sufre el hombre por su vida sin sentido, sufre la naturaleza por el daño que le han hecho, sufren los animales que se van extinguiendo. Toda la creación reclama ser escuchada y esa voz es más fuerte cuando nos unimos y conformamos un nosotros. Es un proceso que ya está en marcha, aún con lo difícil que se nos haga a cada ser humano. Tenemos que trabajar para lograr el nosotros comenzando por valorar nuestro origen, nuestros ancestros, nuestras familias de las cuales provenimos y la cultura a la cual pertenecemos. Al hacer esto reconoceremos que el nosotros tiene una poder de seducción que hace innecesario algo exterior a nosotros. Es seguro que en el nosotros encontraremos nuestro verdadero yo y una razón grande por la cual vivir. El nosotros nos unifica y nos lanza hacia lo que realmente podemos ser.


Diego Pereira

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