Del yo...
Sin duda siempre partimos del YO, del EGO. Es desde el yo que nos
movemos en el mundo. Venimos al mundo desde otros del cual poco a
poco nos vamos desvinculando para alcanzar el yo. Nos vamos
personalizando desde el yo, reconociendo que somos alguien diferente
a los demás, con características propias. No somos nuestra madre ni
tampoco nuestro padre, provenimos desde ellos pero somos diferentes.
Somos parecidos, claro que sí, pero poseemos un carácter propio que
se va forjando en las tensiones diarias de ir aprendiendo a tomar
decisiones las cuales no siempre tienen la aprobación de los demás.
Por momentos nos enojamos cuando alguien se opone a lo que decidimos
y nos sentimos complacidos cuando lo aceptan. En la disconformidad
sentimos cierta frustración de no alcanzar lo que queremos, y cuando
lo logramos sentimos felicidad.
El yo es necesario pues sin él no viviría mi propia vida, sino la
de otros. Debo reconocerme diferente de los otros y por ello el yo es
razón de orgullo. Sentirme orgulloso de uno mismo es parte de la
autoestima que todos debemos tener. Debo ser yo, reconociéndome tal
cual soy, para lograr aceptarme con mis limitaciones y mis
capacidades. Es desde ellas que tengo ciertas posibilidades de
realizarme. Soy yo con mi cuerpo y con todo lo que ello trae: puedo
correr, puedo saltar, puedo moverme hacia donde quiera, según me ha
capacitado la naturaleza. Soy yo con este rostro concreto, con esta
piel, con éstos gustos. Aunque soy parte de un grupo social tengo
mis propias ideas y esperanzas, mis propias opiniones y decisiones.
Sé que soy yo cuando soy diferente y porque sé que puedo influir en
los demás. Mi ideas transmitidas a través de mi voz provocan algo
en los demás y mis acciones tienen consecuencias en otros. Eso me
hace sentir bien: puedo ser YO junto con otros y juntos construir
algo bueno.
Es
parte normal del proceso de crecimiento creer que las cosas -personas
u objetos- son para nosotros. Desde el yo vamos alcanzando el mundo
exterior percibiendo que todo es para nosotros: mamá o papá, la
comida, la leche. A temprana edad es normal que el niño diga “mío”
o “mía” queriendo significar que tal o cual cosa es de su
pertenencia. Esto tiene igual valor que decir que el niño cree que
las cosas son para el. Es bueno creer que las cosas son para nosotros
pues de esta manera vamos creciendo en confianza, ya que esto nos da
seguridad. Es para nosotros todo lo que nos hace bien: la ropa, la
comida, el aprender, el jugar, el reír. Todo lo que nos causa
felicidad es normal que lo veamos positivamente como bueno. Difícil
es comprender que muchas cosas que van en contra de lo que creemos
también son para nuestro bien. Buenos son los “no” que
encontramos en el camino, ya que nos hacen ver algunos límites
necesarios. No podemos hacer todo lo que se nos antoja, ya que no
todo lo que se nos antoja es bueno. El choque con los “no” puede
ser poco agradable, pero con el tiempo se verán los frutos en
nosotros. Nos evitarán muchos sufrimientos.
Creer que todo es para mí es ser egoísta. El egoísta es aquel que
ha hecho de su EGO el centro alrededor del cual todo gira. Es parte
del crecimiento pero no puede ser una actitud permanente a través de
los años. Las cosas materiales que poseo son para mí, pero no
exclusivamente. Son para que yo las use, pero no únicamente, sino
que debo aprender a compartirlas con los demás. Sobre todo las
personas que quiero y están cerca de mí también son para mí, pero
no me pertenecen. Cada cual se pertenece a sí mismo y son parte de
la vida de otros a los cuales elije acompañar. Las personas no son
para mí, no están para que yo sea feliz o incluso las utilice a mi
antojo. Son para mí, claro que sí, pero son para que reciban todo
lo bueno de mí, todo aquello de lo cual yo soy capaz de hacer para
compartirles lo mejor de mí. Quedarme en el para mí, es cerrar las
puertas de mi tesoro e, incluso, no llegar a descubrir el verdadero
valor que tengo.
Conmigo...
Somos seres que necesitamos de otros para crecer. Son los que me
rodean los que nos enseñan todo lo necesario para construirnos como
personas. Nos generan ambientes de seguridad y confianza y nos
sostienen cada vez que vamos a caer. Por eso es bueno sentir que no
estamos solos, que estamos con otros en el mundo. Si bien pareciera
normal que estemos con otros también es normal que sintamos que los
demás son con nosotros. Al niño le cuesta comprender que los demás
son sin él, por lo contrario cree que todos son con el, que solo
existen para sí. Así la madre debe ser para con el, también el
padre, y por ende todo lo que le rodea es experimentado como suyo.
Todo lo que podemos percibir desde los sentidos nos indica que todo
lo que existe es con nosotros. Nuestro ego corre peligro si nos
somos capaces de comprender, poco a poco, la independencia de cada
objeto externo que conocemos, con las personas que me rodean.
Es bueno darme cuenta de que hay otros que están conmigo, que no
estoy solo. Ellos me dan ánimo a diario de lograr mis metas. Pero
debemos tener claro que no son solamente conmigo. Mi madre es mi
madre pero es la madre de mis hermanos, es esposa de mi padre, es la
que trabaja y se relaciona con otros. Lo mismo sucede con todas las
personas con las cuales me relaciono: mi mejor amigo lo es sin duda,
pero es amigo de otros, es hermano, es padre de sus hijos. Incluso mi
esposa: es madre, es amiga de sus amigas, es profesional en su
trabajo donde se relaciona con otros. Hay una reciprocidad de dones
que se intercambian pero que van más allá de su ser conmigo.
Incluso debo siempre recordarme que yo soy aun sin ellos. Uno de los
descubrimientos más importantes es saber que aun lo que están
muertos están conmigo y yo con ellos. Y es importante tener claro
esto respecto a las cosas materiales: las cosas son conmigo, pero no
son yo. No soy lo que tengo, las cosas no son mías aunque me las
haya comprado. Las cosas están en función de mí, son conmigo desde
que colaboran a hacerme más humano. Pero puedo siempre prescindir de
ellas.
Al
tú...
El
yo se reconoce desde un TÚ. Desde que existe un alguien frente a
nosotros que no somos nosotros y es alguien diferente, lo podemos
reconocer como un tú. Incluso podemos decir “este soy yo” porque
reconocemos a alguien que es un tú. Ese alguien es tan valioso como
nosotros pues, si nuestro yo es importante y me caracteriza, el yo
de quien tengo delante también es importante y lo caracteriza. Pero
no podemos hablar de nuestro yo y el yo del otro que está frente a
mí. El yo del otro es captado como un tú. Se trata de un movimiento
existencial donde reconocemos el yo de quien está ante nosotros,
pero no lo podemos tratar como yo, sino que debemos reconocerlo como
tú. Reconocerlo como tú es darle el lugar de importancia que
merece, es respetarlo, tomarlo en cuenta, decirle que es quien es y
lo reconocemos. Reconocerlo como tú es decirle que es importante
para nosotros, que su existencia está implicada con la nuestra y la
nuestra se une a la suya.
No puedo vivir solamente pensando en mí, en lo que yo necesito, en
lo que a mí me gusta. Vivir sólo según mis ideas y necesidades es
ser egoísta pues hago del tú que tengo enfrente alguien que no
existe. Totalmente al contrario de lo que necesito, si ignoro al tú,
estoy despreocupándome de mí mismo. ¿Cómo reconocer lo que
realmente soy si no hay un tú que me haga consciente de ello? Si
quiero ser realmente yo debo darle su lugar al tu. Debo reconocer al
tú que está frente a mí y tomar en cuenta sus necesidades,
preocupaciones y gustos. Ese tú me enseña, me cuida, me dice cómo
caminar y por dónde no pasar. También el tú estará sostenerme
cuando lo necesite. Reconocer al tú con todo lo que es, es
preocuparme de veras por mí. Si quiero ser auténtico y
comprometido, dando lo mejor de mí mismo, puedo comenzar por dejarme
interpelar por tú que está ante mí. Es ese tú que puede revelarme
realmente quien soy y, al reconocerlo y conocerlo, puede llegar a
revelarse a mí y allí tengo la oportunidad de descubrir a alguien
grandioso. Y es una experiencia que da sentido el sentir que puedo
hacer algo por él, que mi vida tiene sentido al ponerme a su
servicio.
Para
ti...
Desde
pequeños la educación nos ha llevado a creer que nuestra
capacidades se desarrollan en función de nosotros mismos. Desde la
inteligencia a la motricidad, nos enseñaron que debemos aprender de
todo para hacernos valer en la vida y depender solamente de nosotros.
Nunca nos dijeron que le verdadero valor de nuestras capacidades se
realiza cuando las ponemos al servicio de los demás. Es una actitud
propia del niño pequeño: junto a la sensación de que todo es suyo,
también hay una gran disposición a compartir, no sólo sus juguetes
sino sus propias energías. Todos los niños se sienten valorados
cuando les pedimos que nos ayuden. Les da la posibilidad de sentirse
capaces y tomados en cuenta. Es imprescindible para una sana
autoestima. Su desarrollo se potencia cuando encuentran sentido a lo
que hacen y que otros se benefician de sus acciones. Es doloroso que
a medida que crecemos y nos sentimos maduros esta actitud se pierde y
vivimos más para nosotros que para los demás.
Puedo saber quien soy y saber quien es el tú que tengo enfrente.
Ese tú no es sólo para mí sino que yo también soy para él. Dicho
de forma personal: “soy para tí, porque yo tengo sentido porque tú
estás aquí, y no eres indiferente para mí”. Todo lo que soy y
todo lo que tengo es mejor si también es para
tí. De nada me sirve
ser para mí mismo pues solo me quedaría. Desde que las personas no
son para mí corro el riesgo de quedarme solo, y las cosas materiales
terminarán vaciándome. Diferente es cuando descubro que soy para
otro pues encuentro que todo lo que soy, y todo de lo que puedo ser
capaz, es aún más grandioso cuando se lo doy a otro. Se necesita
una verdadera actitud de entrega de sí mismo, de darse al otro por
el otro mismo, sin reparos ni cálculos. Salir del “para mí” es
trascender mis límites y alcanzar el “para tí”. Es, en el fin,
descubrir el verdadero valor de otro, reconociendo en él aquello que
le falta a mi yo, para realizarnos juntos.
Contigo...
Como
nunca antes los seres humanos somos desconfiados. Desde que nos
cuesta creer en Dios también nos cuesta creer en los seres humanos.
Somos difíciles de conquistar ya que nos cuesta confiar en otros.
Hemos perdido la confianza básica en la naturaleza humana. Incluso
no confiamos en nosotros mismos. Por esta razón muchas veces nos
cuesta salir de nuestro egocentrismo para comenzar un camino con
otros, sobre todo encontrar alguien por la cual jugarnos la vida. Lo
más difícil de todo es creer que podemos ser amados de manera
exclusiva y, como consecuencia, tampoco nos creemos capaces de amar a
otros. Hacer unos con otros no es cosa fácil de decidir. Buscamos
todas las pruebas necesarias y hacemos conclusiones tempranas sobre
los demás antes de jugarnos por ellos. Nos cuesta mucho sentirnos
unidos a otros de manera comprometida, ya que nos da miedo al
fracaso, al rechazo, al abandono.
Decir “contigo” es de por sí mismo comprometerme. “Estoy
contigo”, “voy contigo”, “iré contigo adonde quieras que
vayas”; todas estas afirmaciones implican un gran coraje y una
apuesta al futuro. Más que expresiones pensadas y reflexionadas son
experiencias fruto de la confianza. Son saltos en medio de
inseguridades. Decir “contigo hasta el final” es decidirme hacer
un camino juntos pase lo que pase, sin importar lo que haya que
afrontar. No importa lo que pase, porque lo importante es que
estaremos juntos. Contigo dicen los verdaderos amigos, los esposos
que han vencido su ego y han comenzado a vivir el verdadero don del
amor. Contigo dice la madre que sabe que sus hijos, por más lejos
que estén, siempre serán sus hijos. Decir contigo es haber superado
mi yo, reconociendo el tú que está ante mí pero, sobre todo, es
haberme descubierto valioso y necesario y por ello darme sin
condiciones. Es decir: “estoy seguro que puedo ser fiel a la
palabra que te dí”.
Para
llegar al nosotros...
En
fin, a pesar que debemos partir de un yo, se nos hace imposible.
Nacemos entre un nosotros humano, y estamos llamados a conformar un
nosotros aún más humano. Somos desde otros y con otros. La
pertenencia a esos otros ya nos conforma en un nosotros. Podemos ir
conformando nuestro yo, pero siempre será de tantos túes que
conocemos y que nos ayudan a ser nosotros. Esos otros son para
nosotros en el sentido que nos dan la seguridad de que estarán allí
cuando lo necesitemos. Por eso son con nosotros y nos exigen salir de
nosotros mismos y jugarnos por ellos. Gracias a ellos logramos poner
a andar todas los dones de nuestro ser, en pos de su causa. Es para
ellos nuestros esfuerzos. Y es ahí cuando nos llega la invitación
-que es un gran descubrimiento-: somos con ellos. No sólo nos
preocupamos por sus necesidades y trabajamos por saciarlas, sino que
nos colocamos a su lado y nos hacemos necesitados con ellos. No sólo
acepto sus ideas y gustos, sino que cambio mis ideas y mis gustos por
ellos. Ya no vivimos nuestra propia vida, sino que somos capaces de
vivir la vida del nosotros que nos conforma.
De alguna manera alcanzar el nosotros es volver al punto de partida.
Pero ¡qué difícil es esto! En el individualismo en el cual vivimos
pareciera no existir esta posibilidad porque lo que se privilegia es
el yo individual. Esa es la meta. Pero aún así existe en el mundo
un nosotros que reclama ser escuchado pues hay una imperante
necesidad de comunión, de fraternidad, de una universalidad en la
cual todos estamos implicados. Sufre el hombre por su vida sin
sentido, sufre la naturaleza por el daño que le han hecho, sufren
los animales que se van extinguiendo. Toda la creación reclama ser
escuchada y esa voz es más fuerte cuando nos unimos y conformamos un
nosotros. Es un proceso que ya está en marcha, aún con lo difícil
que se nos haga a cada ser humano. Tenemos que trabajar para lograr
el nosotros comenzando por valorar nuestro origen, nuestros
ancestros, nuestras familias de las cuales provenimos y la cultura a
la cual pertenecemos. Al hacer esto reconoceremos que el nosotros
tiene una poder de seducción que hace innecesario algo exterior a
nosotros. Es seguro que en el nosotros encontraremos nuestro
verdadero yo y una razón grande por la cual vivir. El nosotros nos
unifica y nos lanza hacia lo que realmente podemos ser.
Diego Pereira
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