sábado, 25 de septiembre de 2010

Una mirada sobre lo andado

Una de las cosas que creo que ya puedo reconocer como fruto de esta travesía es (re)descubrir una manera de celebrar la fe, de compartir la vida, de ser hermana y compañera… desde experiencias que me han llegado mucho, en las que palpito algo especial, hasta de aquellas que no me gustan, todo ha servido para reafirmar, para descubrir, cosas que tienen que ver con esa PJ que soñamos. En realidad, con esa iglesia que soñamos. Todavía me cuesta ponerle palabras a algunas cosas, expresarlas de la mejor manera posible, pero vale el esfuercito para compartirlas.

Creo que hay que recuperar la experiencia de las primeras comunidades cristianas. Reunirse en las casas, compartir la vida, compartir la palabra, compartir el pan. Y así como está dicho, acompañarnos en lo que vivimos, y en el lugar en que vivimos. Salir de los grandes templos, meternos en el barro. No llamar, IR, como nos dice el lema del a JNJ “Vamos a tu casa, Jesús nos espera”. No sé, volver a la esencia, a la fuente. Que Iglesia sea vivir y compartir la fe con otros.

Y cuando celebramos y compartimos, que sea nuestra vida la que esté puesta sobre la mesa. No nuestras grandes ideas y teorías, ni intelectualidades. Sí, son parte nuestra, pero que esté la vida sencilla también, los dolores y alegrías de cada día, los esfuerzos por salir adelante, las risas y las calenturas. En algunas reuniones y celebraciones que participamos sentí una fuerte necesidad de “abajamiento”. La gente compartía cosas muy de su vida, y a mí solo se me ocurrían ideas teóricas, hermosamente elaboradas, pero totalmente intelectuales. No reniego de eso, es gran parte de lo que soy, pero vale conectarse también desde otro lugar, desde la propia fe. En ese sentido recuerdo algo que en la reunión de Amerindia que participamos en Chile, hablando de la “Iglesia que amo”, decía Diego Irarrázaval: Menos definición de Dios; más música y poesía creyente. Y creo que debe ir por ahí.

Acompañar y acompañar. Estar disponibles. Darnos tiempo para escuchar, para estar, para dar la mano que alguien necesita. Acompañar en las búsquedas profundas, en los procesos de fe, en los cuestionamientos. Pero acompañar también en lo pequeño, lo cotidiano, desde ir al médico hasta una charla con mate de por medio, porque hay alguien que solamente necesita desahogarse un poco. Al final lo que importa es que seamos felices, que estemos bien. Dice un artículo que “ahorita” mismo estoy leyendo, que el cristianismo comenzó con un encuentro, el de aquellos hombres con Jesús de Nazaret. Lo que les cambió fue que se encontraron, no que les leyeron unas verdades o bellas teorías sobre Dios.

Y un poco en esta línea, disfrutar del recibir y acoger a otros. Si hay algo que hemos podido experimentar en este viaje ha sido y está siendo la gratuidad de los que nos reciben. Nos abren con alegría las puertas de su casa, nos dan techo y comida, comparten con nosotros sus vidas, en las tareas cotidianas, en las charlas, en otras actividades. Y experimentar esa gratuidad es un regalo hermoso. Sentir que en todos lados nos han querido, cuidado… Creo que es una práctica linda, abrir las puertas de nuestra casa, con todo lo que ello implica.

Por ahí van mis propios sueños. Me ha hecho bien escribirlo, me ha ayudado a recoger ya frutos de esta experiencia intensa, movilizadora y hermosa.

Male

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