En el abrazo de paz escuchamos temblor y necesidad de algo o de alguien... Terminada la celebración, que es el envió a la misión en la vida nos acercamos y preguntamos quien era. Nos sorprendió poniéndose a llorar, la invitamos a sentarse, y nos pidió disculpa.
Le ofrecimos el tiempo necesario, para la escucha. Secó sus ojos con un pañuelo. A su tiempo fue compartiendo lo que estaba viviendo. Su papá quería que estudiara, su mamá que trabajara, su novio casarse, su amiga intima le reclamaba su presencia en el equipo de vóleibol del Club.
- ¿Qué quieres tú? pregunté -
- Quiero todo, o más bien no se lo que verdaderamente quiero,
respondió llorando.
Nos quedamos en silencio en la capilla, porque hay momentos que uno no sabe que decir y quizás lo mejor es una presencia cercana y silenciosa. La muchacha entre lágrimas contaba los problemas que había tenido con unos y otros por no complacer lo que ellos esperaban de ella. Sufría porque los quería y se sentía querida por ellos. - Estoy mejor me ha hecho bien poder hablar, dijo.
- ¿Qué vas a hacer? pregunté.
- No se, entrecortada respondió.
La invité a rezar y aceptó pero diciendo
- quiero rezar pero no se, enséñeme.
Recordamos el texto bíblico del fin de semana pasado del encuentro de Jesús con el sordo mudo los cuales se apartaron a solas y la dejé en el templo diciéndole que se “abriera” que le contara todo a Dios, en particular de sus heridas, dificultades, deseos y sueños. Afuera de la capilla intenté rezar con ella y por ella escuchando el canto de los pájaros.
Después de un buen rato salió arreglándose el pelo y me preguntó:
– ¿Por qué ese hombre está en la cruz todo ensangrentado?
Brevemente le conté la vida de Jesús... Ella escuchaba con una atención profunda y me dijo:
- mis padres, mi novio, mis amigas quieren algo que consideran bueno para mí, quieren que sea feliz, todos quieren que no sufra, y la verdad es que cualquier camino que emprenda tendré que hacer cierto esfuerzo, además elegir es renunciar.
Continuó:
- comencé contándole a Dios toda mi historia, el silencio del templo me ayudaba mucho, los sueños que tenía cuando era niña, las dificultades familiares, lo que decían mis abuelos y mis padres de mi, le hablé de mis amistades y de mi relación con mi primer novio y el actual... No se me apareció ningún ángel, ni escuché ninguna vos que me dijera nada... Simplemente en el silencio recordé las imágenes que vi en la tele del terremoto de Haití, se me a venían a la mente las miradas de los niños y de las madres con tanto sufrimiento.
Recordé a un tío que estuvo en una misión de paz como soldado en África y vino distinto... a mi amiga que tuvo que dejar de estudiar porque quedó embarazada y a mis primos que andan de casa en casa porque sus padres se separaron, tenido que intervenir el juez por la tenencia de los niños... También mi fiesta de quince con tantas ilusiones y las vacaciones en el campo andando a caballo...
- ¿Qué vas a hacer entonces? pregunté
- No se que voy hacer, pero ahora se que no tengo que buscar no sufrir, sino incluir en mis decisiones a los que sufren sabiendo que no todos me entenderán... yo he recibido mucho.
Me dio un abrazo y un beso sorpresivo de despedida. Entré al templo. Miré a ese hombre ensangrentado en la cruz y sentí que me preguntaba :
- ¿Quién soy para ti?
¿Qué lugar ocupo en tus decisiones y opciones?
(Marcos 8, 27 - 35 )
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